NOSOTROS EN NUESTRO LABERINTO

Roberto Antonio Punte

Juan Bautista Alberdi, en su momento propuso un teorema para la Argentina de su tiempo: “¿cuál es la mejor constitución para un desierto?’: así como su solución, “aquella que haga que deje de ser un desierto,…por ello,… gobernar es poblar”.

 

Aplicado este acertijo a la  Argentina y los interrogantes de su laberinto  la pregunta sería: ¿cuál es la mejor constitución para un país con una trayectoria de progresiva centralización, donde hay una anomia profunda y un acentuado desinterés, bordeando el desprecio, por las instituciones, el derecho y la justicia; donde no hay sensación de pertenencia y tampoco de representación por la dirigencia política y los partidos formalmente existentes?¿Cuál la que garantice a la vez la seguridad y la igualdad , el premio al trabajo y al ahorro, junto con la apertura de oportunidades y futuro  para todos?

 

La respuesta no parece ser la resignación, ni la emigración con pasaporte europeo los que pueden, o el separatismo y el desmembramiento, ni el sálvense los más fuertes o   avivados y embrómese el resto.

 

Tal vez empezar por un serio   inventario de activos a cuidar y desarrollar, como nuestra conocida resiliencia en las crisis, la capacidad de convivencia entre creencias y religiones –que debiera  ser asumida como tolerancia no agresiva por parte de los sectores no creyentes-; la solidaridad con los carenciados y marginados hoy existentes, y las posibilidades de movilización de  los apreciables recursos humanos y territoriales disponibles o en potencia. Asimismo verificando los daños más urgentes a reparar.

 

Y el instrumento político arquitectónico del dialogo como instrumento de    cauce a las fuerzas sociales y políticas que hoy pugnan estérilmente por un poder único que puede  y tal vez debe dividirse para ser compartido, no sólo por aquello de que es bueno que el poder frene al poder, sino porque es un signo de estos tiempos  de indignación, donde las sociedades, y sobre todo los jóvenes, aparecen buscando nuevas fórmulas de ¨sentido común¨. Desde lo emocional se percibe una angustiada demanda por   explicaciones y programas que puedan ser asumidos como ¨comunes¨ por los proyectos individuales y familiares de inserción en el vasto ámbito de las acciones colectivas. Se advierte, incluso con percepción de lo auto contradictorio que esto pueda resultar, un apasionado y a veces hasta caprichoso reclamo de una nueva racionalidad, una resignificación de la trama de vínculos entre las personas como individuos en sociedad y con las estructuras de producción, financiación, consumo y gobierno, notoriamente desbordadas y hasta discapacitadas para enfrentar los nuevos problemas con lo que se denuncia como obsoletas lógicas de organización y desempeño.

 

Los buenos gobiernos se mantienen en la medida de su respuesta a los inconvenientes , pues gobernar siempre es sortear desafíos  , enmendar equivocaciones y generar alternativas ,sin que valga echar la culpa a la menor o mayor gravedad o dificultad, cuando se ha errado  en la propuesta. Por otra parte, precisamente para evitar los errores en la toma de decisiones existen una serie de instrumentos institucionales- el debate parlamentario, el seguimiento de la opinión sondeada o publicada- que permiten balancear las distintas opiniones y encontrar el mejor ajuste entre las posibles buenas soluciones.

 

En los últimos años  se ha ido afirmando el concepto  de la superioridad de la política sobre la economía, cuestión sobre la que cabe coincidir, con algunas  salvedades. Primero que esta noción de “política” se refiere sin duda a la arquitectónica o de buen gobierno la que debe distinguirse de la politiquería o pugna de intereses sectoriales o personales.

 

Es en estas decisiones   donde debe primar la ponderación sana, partiendo de que la primacía dada a la decisión de gobierno debe estar acompasada con  una clara correspondencia entre el problema y las consecuencias de cómo se lo enfrente, resguardando la importancia de que las decisiones políticas respondan a cierto equilibrio y no generen más desbarajuste  que el que se quiere corregir.

 

Una sana  economía se asienta principalmente sobre la confianza del público respecto de  las proyecciones a futuro de sus actividades, pues de ellas dependen millones de decisiones  que impactarán en la delicada matriz de ahorro, inversión o gasto que está en la esencia dinámica del circuito económico. Si bien cada acto individual es en cierto modo puntual y subjetivamente independiente , su conjunto configura conductos colectivos  , que se sostienen unos con otros en formas estructurales e institucionales que, si se verifican como fluidas y facilitadas , retroalimentan nuevas opciones que se prolongan y desenvuelven en ciclos virtuosos .Y es la buena política la que debe generar  las condiciones marco, monetarias, normativas y judiciales que garanticen su desarrollo sostenido a lo largo del tiempo , receptando las nuevas fuerzas que resulten atraídas por el éxito del impulso inicial que se haya probado beneficioso .