A mí en los últimos tiempos me preocupan más los antiperonistas que los peronistas. Digamos que de los peronistas ya sé todo lo que se debe saber y a su manera me resultan previsibles. Pero con los antiperonistas, o con ciertos antiperonistas, la situación es más complicada. Yo sospecho que una de las grandes victorias culturales del peronismo fue haber logrado convencer a los antiperonistas que eran gorilas los malos de la película. Y la operación fue tan exitosa que dio nacimiento al antiperonista estragado por las culpas y a su primo hermano, el antiperonista resignado a que la exclusiva solución política de la Argentina solo la puede brindar el peronismo. La hazaña más imperecedera se produjo en el campo de lenguaje. “Gorila” debe ser considerado el hallazgo verbal más eficaz del dispositivo de dominación peronista. Esta palabreja le permite al peronismo imputar sin más trámites a sus enemigos, imputación que dispone de la suficiente plasticidad para incluir a sus propios enemigos internos, al punto que en esta argentina bendecida por los díscolos y orondos dioses del populismo nadie, peronista o antiperonista, se libró de haber sido acusado alguna vez de “Gorila”, es decir, enemigo del pueblo y titular de los vicios y horrores más detestables. Lo notable es cómo se internalizó esta conducta. Si para los peronistas “gorila” es un insulto, para los antiperonistas es una culpa, un remordimiento. La ofensiva política entonces es más compleja: sirve para designar al enemigo, pero al mismo tiempo es algo así como el rebenque que el peronista le obsequia al antiperonista para que se flagele periódicamente. Y cada vez que ese antiperonista decide resistir u oponerse a alguna decisión del peronismo, desde lo más profundo de su conciencia o desde su implacable Superyó, le llega el eco de la palabra “Gorila” para paralizarlo. En política las palabras nunca son inocentes. La batalla por el poder incluye la batalla por las palabras o el control o la manipulación de las palabras. Haber logrado que un antiperonista acuse a otro antiperonista de “Gorila” o que se lo reproche a si mismo, es una de las victorias lingüísticas más formidable del peronismo. Repasemos: “Gorila” no es un insumo teórico, una categoría política, un concepto académico categoría. Nada de eso. Es una imprecación, un insulto, una consigna. Ni mucho más ni mucho menos. Lo sorprendente, lo extraordinario es que los destinatarios de ese insulto en lugar de rechazarlo lo internalizan para agobiarse de culpas y paralizarse políticamente. Como consecuencia de esta suerte de colonización cultural propiciada por el peronismo pareciera que nada se puede hacer sin su autorización en la Argentina. Sin ir más lejos, un amigo “de cuyo nombre no quiero acordarme”, un amigo que me consta que jamás fue peronista, me dice que si queremos ganar las elecciones y asegurar la gobernabilidad, Cambiemos debe ir con un candidato peronista, porque sin ellos es imposible gobernar y sin ellos el llamado “pueblo” se queda sin representación. Le recordé de la manera más sobria y amistosa posible que desde diciembre de 2019 la Argentina está gobernada por el peronismo. Pestañeó como si de pronto lo hubiera sorprendido con algo imprevisible. En efecto, esta gobernando el peronismo, pero a mis amigos antiperonistas carcomidos por las culpas no se les ocurre nada mejor que anticipar para 2023 una candidatura peronista para derrotar al peronismo. A Kafka jamás se le hubiera ocurrido un absurdo semejante. Cosa de locos, pero con una consistencia práctica asombrosa. Cuando me dicen con tono sobrador que yo no entiendo al peronismo, como si se tratara de un ente metafísico y fenomenológico de una complejidad abstracta infinita, les contesto que aunque no lo crean lo conozco muy bien, lo he estudiado, lo he vivido y lo he padecido. Agrego luego, para tranquilizar conciencias desgarradas por el pecado “Gorila”: no pretendo que el peronismo desaparezca, mucho menos propongo proscribirlo, lo que sencillamente pretendo es ganarle las elecciones. ¿Está mal? ¿Soy un “Gorila” irredento porque pretenda democráticamente ganarle las elecciones? Pero no. Pareciera que si no admito que el peronismo está destinado “naturalmente” a gobernar el país y todo aquel que por casualidad ocupe la Casa Rosada es un intruso, un “okupa” que como tal debe ser tratado, me convierte en un apestoso gorila. Y también lo soy sino reconozco que cualquier intento de ganarle al peronismo debe incluir “la pata peronista”. Y todo esto proferido no por los peronistas sino por cálidos y agradables amigos antiperonistas agobiados de culpas y complejos. Lo más lindo, lo mas pintoresco de todo es que con esas “aperturas a la pata peronista”, lo único que terminamos comprando es a una gavilla de tránsfugas que se quedaron fuera de juego en el peronismo oficial y entonces descubren súbitamente las virtudes de la causa republicana y se presentan en el campamento de Cambiemos invocando representar a “la inmensa mayoría del pueblo peronista”, cuando con suerte y viento a favor apenas alcanzan a representarse a ellos mismos. Lo siento por mis amigos antiperonistas que se derriten de amor cuando encuentran por allí a algunos de esos sedicentes peronistas republicanos. Pregunto sin ánimo de ser indiscreto ¿Cuántos votos tiene Pichetto, por ejemplo? ¿O Monzó? Ojalá se organice un peronismo republicano. Ojalá sea fuerte, saludable y sincero. Pero que se organicen en serio. Y con sus propios votos y siglas. 

Señores, les recuerdo que desde que el peronismo nació siempre hubo antiperonistas que creyeron que era la encarnación misma del pueblo real, por lo que lo más inteligente, lo más astuto, era infiltrarlo. Los Laboristas que en 1945 le prestaron la sigla a Perón terminaron torturados, presos o corrompidos. Algo parecido, y tal vez un poco peor, ocurrió con los radicales “forjistas”. A partir de 1955 a la fecha todas las fuerzas políticas, todas, se esforzaron para infiltrarlo al peronismo, ponerle “cerebro” al elefante. Y todos los que dieron ese paso desaparecieron políticamente. Así le fue a la Democracia Cristiana, a los conservadores, a la izquierda nacional, al MID, al Partido Intransigente, a la Ucedé. Todos, todos sin excepción desaparecieron como fuerza política independiente. Y lo que sobrevivió fueron diferentes restos dignos de la picaresca y la transfugueada política. Hablemos ahora del antiperonismo, es decir de una cultura que rechaza al peronismo por considerar que más allá de buenas y malas personas expresó en nombre de causas consideradas moralmente superiores, los peores vicios de la política criolla. Por lo pronto advertir que no hay motivos para sentirse avergonzado por ser antiperonista. Diría que todo lo contrario. Un antiperonista es alguien que detesta el poder absoluto, afirma las libertades individuales y políticas, cree y practica los valore de la movilidad social ascendente, es decir, cree en la cultura del trabajo y le repelen los asistencialismos para asegurar electorados cautivos, como le repele la demagogia y la manipulación política de “las masas”. Un antiperonista jamás se consideraría “un hombre masa”, es decir el titular preferido de todos los totalitarismos de la historia. El antiperonismo es en principio una posición moral ante la cultura. Reivindica el valor de los libros, el valor de los bienes espirituales y detesta la vulgaridad, la cultura del instinto, las pasiones desbordadas, los nacionalismos agresivos y anacrónicos, la grosería, el culto a la barbarie, la celebración del “pobrismo”, la reivindicación del alcahuete. El antiperonismo alienta la resolución pacífica de las diferencias, rechaza la violencia y los cultos a la violencia. Derrotar al peronismo es al mismo tempo derrotar los hábitos facciosos, las consignas al estilo “para el enemigos ni justicia” o “el mejor enemigo es el enemigo muerto” o “alpargatas sí, libros no”. No se cree la encarnación de la nación porque no es totalitario, pero sí prende aportar a la nación su exprenca, su visión de la historia y todo aquello que tenga que ver con la lucidez, el progreso y nuestras tradiciones más nobles, aquellas que engrandecieron a la Argentina. El antiperonismo se nutre de una larga y rica tradición política. Es tan consistente como el antifascismo. Alguien preguntará por qué insistir con el “anti”. Porque los “anti” se constituyen como resistencia a los proyectos autoritarios y totalitarios que asolaron el siglo XX y se proyectan hacia el siglo XXI. Por eso el antifascismo, el anticomunismo. El antiperonismo no es homogéneo ni tiene por qué serlo. Incluye una derecha, un centro y una izquierda. Dispone de sólidos referentes culturales: Jorge Luis Borges, Victoria Ocampo, Ezequiel Martínez Estrada, Jorge Sábato, José Luis Romero, Milcíades Peña, Juan José Sebreli, Atahualpa Yupanqui, Astor Piazzolla, Osvaldo Pugliese, David Viñas, Bioy Casares, Santiago Kovadloff, Halperín Dongui, Ezequiel Gallo. Incluye una geografía económica que es al mismo tiempo social y cultural. La Argentina moderna, la Argentina productiva, la Argentina del trabajo y la inteligencia, la Argentina abierta al mundo, la Argentina que ganó la calle contra la 125. Es la Argentina que suma a ciudades y pueblos donde se constituyeron relaciones sociales fundadas en la cultura del trabajo, del esfuerzo, de la lucidez. Esa Argentina existe, se expresa. En esa Argentina por supuesto hay lugar para los peronistas, porque debe haber lugar para todos, pero si aspiramos a ser una nación próspera, justa, articulada con el mundo y fundada en los valores de la libertad y la justicia, es necesario derrotar al peronismo, derrotarlo cultural y políticamente. En las urnas y en las concepciones de vida.

por Rogelio Alaniz