Aldous Huxley en su conocida obra, describió un supuesto paraíso de felicidad que, en el fondo, escondía una siniestra organización social. Lo mismo propician los decrépitos propulsores del colectivismo, del siglo XIX, XX o XXI o de su contracara: extremistas nacionalistas y xenófobos.

Los quejosos de nuestro presente que, por supuesto, tiene injusticias notorias, falencias sorprendentes y riesgos mayúsculos, dejan de lado –tal vez presionados por la tendencia a pronosticar catástrofes, que siempre tiene mejor prensa-  las indiscutibles ventajas de nuestro estado planetario, en comparación con cualquier época del pasado.

Tenemos abundancia de alimentos, comunicaciones instantáneas, medicina casi universal, transporte de bienes y personas al alcance de todos, lo que ha permitido que -a disgusto de los predicadores de la violencia para crear un mundo más justo- los logros del progreso estén al alcance de mayorías incalculables en comparación con lo que sucedía hace solo 200 años.

Sin embargo, en vez de apostar por la esperanza, la educación, la ciencia y la cultura del encuentro y la armonía, se pronostican –quizás sin quererlo realmente- hecatombes de diverso cuneo, tales como el deterioro de las democracias republicanas,  extensión de la hambrunas, la instalación de la delincuencia como actor central de la sociedades, el re alumbramiento de ideologías extremistas y cuanto todo otro peligro sea posible imaginar.

Lo que cabe preguntarse es si es posible “un mundo feliz”, si es razonable aspirar a una sociedad sin clases, sin enfrentamientos, sin celos, sin delincuentes, sin pecadores. Y lo que es peor si esa aspiración puede lograrse violando el derecho a la disidencia, a la condición humana, que es falible y débil.

Desde esa perspectiva, lo que parece más razonable, menos aparatoso y seguramente eficaz, es aplicar lo que Karl Popper denominó la ingeniería social gradual que consiste en proponer y ejecutar acciones tendientes al progreso, por pasos sucesivos.

“La ingeniería gradual habrá de adoptar, en consecuencia, el método de buscar y combatir los males más graves y serios de la sociedad, en lugar de encaminar todos sus esfuerzos hacia la consecuencia del bien final… La diferencia que media entre un método razonable para mejorar la suerte del hombre y un método que, aplicado sistemáticamente, puede conducir con facilidad a un intolerable aumento del padecer humano. Es la diferencia entre un método susceptible de ser aplicado en cualquier momento y otro cuya práctica puede convertirse fácilmente en un medio de posponer continuamente la acción hasta una fecha posterior, en la esperanza de que las condiciones sean entonces más favorables. Y es también la diferencia que media entre el único método capaz de solucionar problemas … y otro que, dondequiera que ha sido puesto en práctica, solo ha conducido al uso de la violencia en lugar de la razón, y, si no a su propio abandono, al abandono, en todo caso, del plan original”, escribe Popper en “La Sociedad Abierta y sus enemigos”.

Las reflexiones precedentes valen tanto para el mundo, como para nuestro país. Por ello lo razonable, lo justo, lo conveniente para todos (aún para los contrarios al sistema republicano que nos rige y desde luego para los críticos del gradualismo) es encontrar formas armoniosas de cotejar  y discutir ideas, métodos y acciones y sacar conclusiones.

Guillermo V. Lascano Quintana