El inventario de la violencia es inagotable. Toma forma desde la primera hora de la mañana de la persona que debe levantarse, en sus muchas veces mínima o precaria vivienda, y hacer largos trayectos para concurrir a su trabajo, caminando por calles sucias, muchas sin veredas o sin pavimento, mal iluminadas, tomando colectivos o trenes desvencijados, y viajando horas en condiciones de hacinamiento. En el curso de la jornada se verá forzado a hacer largas colas para los trámites más elementales, o luchar con sistemas informáticos o de contestadores automáticos difíciles de seguir, o que siempre plantean interminables opciones incomprensibles, para conseguir un turno en un hospital, un certificado de buena conducta para poder acceder a un empleo, una constancia de discapacidad para obtener una rebaja, formular una queja administrativa o una denuncia policial, completar un reajuste jubilatorio que llevará años, a veces lustros. Si se es empleado, deberá soportar normalmente la indiferencia de sus patrones por las circunstancias propias de su vida o su familia, más aún si se trata de empleados públicos, en donde el Estado es claramente anónimo y no distingue entre ñoquis y esforzados.

Hay una extendida indiferencia por los más pobres, por los más marginados, pero que sube en capas, a medida que se avanza en la escala económica y social, donde los trámites vejatorios se vincularán con justificar su situación fiscal, soportar impuestos abusivos,reclamar por una compra defectuosa o por un servicio deficiente, aclarar o pagar una multa, hacer un trámite bancario o jubilatorio, comprar entradas para un recital, tomar un vuelo de aerolíneas, y aun el acudir a los servicios médicos privados. En todo ello hay una violencia más o menos disimulada, que aparece en cada manifestación de masiva indiferencia por la calidad del trato, por el carácter de la persona que se tiene enfrente. Algunas de estas situaciones son propias de las grandes aglomeraciones urbanas, pero quienes viven fuera de ellas sufren  otras dificultades. Malos caminos, pésimas comunicaciones, servicios que no funcionan, déficit en las posibilidades educativas o de tratamiento de salud.

Se ha hablado de una “deuda social”, pensando sin duda en los más marginados o pobres. Pero la indiferencia institucional, la despersonalización, abarca a cualquier categoría de personas. Para la clase media será hacer un trámite para conseguir que se tape un bache, que se ponga un semáforo en una esquina peligrosa, o llevar adelante una queja como consumidor, o una gestión por haber sido chocado por un colectivo, ante cualquiera de las compañías de seguros “truchas”…Para los propietarios las ocupaciones e intrusiones , que  no hay juez o funcionario que se atreva a enfrentar .La inseguridad ciudadana se multiplica no solo por  el temor al asalto  ,sino también por el desorden  de los paros  sorpresivos  en los transportes, o los cortes de rutas o calles por piquetes amenazantes o por “obras publicas” no avisadas. .Ir a la cancha o a un recital a divertirse puede  terminar en medio de una pelea de patotas bravas.Para todos la angustia por la permanente inflación y las eternas “emergencias” .

 Estos pocos ejemplos , no son sino una parte de situaciones  igualmente graves  de  esta difundida  injusticia y desorden que  se manifiesta violentando  nuestro derecho a una vida digna y feliz, en la que quienes tienen los poderes burocráticos o de privilegio legal ignoran al resto de la población que acude a las puertas de sus oficinas o despachos. La policía que prefiere llegar tarde o no meterse en problemas y termina llevando detenidos , en el mejor de los casos, tanto a los agresores como a sus victimas.Los funcionarios de cualquier nivel o poder, que esconden la” inasistencia programada” bajo el camuflaje del “trabajo a distancia” interponiendo  programas y reglamentos entre su persona y el publico, soslayando la empatía del contacto interpersonal tan necesario en muchas etapas d ela vida.

Esta descripción del mal, por ser tan vasta y genérica, pareciera llevarnos de vuelta al terreno de la indiferencia, al encogimiento de hombros, por la imposibilidad de solucionar algo tan masivo… Sin embargo, no ha sido siempre así y no tiene por qué serlo.

NOSOTROS Y LA VIOLENCIA .Es notoria la capacidad de aguante o resignación, hoy llamada resiliencia, de la que hemos demostrado ser capaces. Sabemos de nuestra debilidad individual, de lo peligroso que puede ser reaccionar o enojarse, y que no se ve voluntad de enmienda o corrección. Pero, no nos cabe duda que el primer paso a dar es el de  deslegitimar a los violentos y sus prepotencias y a quienes desde situaciones de poder los apañan.

Que no debieran existir  “zonas liberadas “ para dañar o arrebatar  los derechos y libertades ajenas. Que es mentira que  ordenar la convivencia, sea  lo mismo que “criminalizar los reclamos sociales”. Que en el principio  debe afirmarse la defensa de los  valores y la  ejemplaridad social ,en donde, sin duda, los  legisladores y los funcionarios, los policías y los jueces.en fin.  todos quienes  están al frente de las instituciones públicas, las reparticiones del Estado, tienen la principal responsabilidad en la generación y gestión de cualquier cambio posible para bien que pueda encaminarse.

Pero nunca solos o separados de la sociedad, que debe ser partícipe de la misma pugna de asunción y difusión de valores, a partir del aceptado repertorio constitucional, como base mínima de contención del declive y curación de lo dañado.

Esto es posible. Hemos asistido a una exitosa lucha normativa y de gestión importante en el camino de la antidiscriminación, la igualdad de derechos y el abandono de las opciones autoritarias. Hubo una exitosa campaña para dejar de fumar en lugares públicos  y aun en los hogares. Esta en marcha la desligitimacion de los femicidios ..¿porque no hacer lo mismo con los homicidios?¿Porque no sacar de la “lista de espera “ una acción igual en torno a la personalización y la apertura de los canales de comunicación que ataquen la raíz de estos males?.

Los valores que permiten superar la anomia , la indiferencia y la anemia burocrática, están contenidos en nuestras reglas fundamentales de convivencia. Reclamemos pues  la ejemplaridad vertical y horizontal que rescate la relevancia de cada “otro” , la fraternidad que nos debemos ,de modo que , como una lluvia benéfica, puede poner en marcha su transfusión al completo cuerpo social. La regla más esencial de interpretación de los derechos constitucionales y legales es la armonía que debe resultar, sin que ninguno ellos, al ser ejercido, acarree la destrucción de otros, o sea, que el ejercicio de derechos cede en su amplitud en cuanto “afecte a terceros” (art. 19 CN) o rompa la igualdad ante la ley. En la Constitución de 1949 se había establecido “El Estado no reconoce libertad para atentar contra la libertad” (art. 15) y, luego, completando la regla de razonabilidad del art. 28, un segundo párrafo que agregaba “los abusos de estos derechos que perjudiquen a la comunidad …configuran delitos que serán castigados por las leyes”. La  Corte Suprema ha sostenido  “un derecho ilimitado sería una concepción antisocial …reglamentar un derecho es limitarlo, hacerlo compatible con el derecho de los demás en la comunidad y con los intereses superiores de esta última”.

Está a la vista que los piquetes de personas armadas con garrotes y otros medios menos evidentes, muchas veces encapuchadas, y actuando bajo planes y organizaciones, distinguidos por las distintas siglas que se ven por TV (PO, MAS, MST, PTS, CCC, PCR,  etc.), exceden totalmente el marco del derecho legal de reunión o petición; y afectan o impiden el ejercicio de derechos personales y comunitarios, empezando por la libertad de “transitar”.

Esto que debe asumirse , ha de comenzar ya mismo, pues lo más estúpido e inútil que podemos hacer sería confiar que lo haga “El Estado”, ya que en la raíz de este desorden generalizado se esconde esta  forma de irresponsabilidad social , que ha sido   la desmesurada delegación en el Estado, visto de modo bifronte, como padre proveedor de todo lo que se considere “falta” y por lo tanto “debe cubrir”, y, a la vez, como “chivo expiatorio” de lo que ande mal, depositario de todas las frustraciones personales o grupales.

Por supuesto, esto ha sido una adicional fuente nueva de frustración, pues el Estado no existe en abs­tracto, sino que está compuesto por los mismos individuos que integran la sociedad, o sea individuos ávidos de lograr su riqueza personal en el más breve tiempo posible. Ya es hora de despertar y advertir que un Estado hiperdelegado  se ha convertido en la práctica en una burocracia oligárquica y rentista. De este modo toda esta inmensa maquinaria no es más que un instrumento, no del bien común, sino de las presiones de los grandes y también, ¿por qué no?, de los más chicos y mezquinos intereses sectoriales.

Es mentira que sea el odio una pasión dominante. Por el contrario, estamos tristes y desesperanzados, ante esta interminable violencia estructural que aplasta toda iniciativa, y está expulsando a muchos jóvenes a expatriarse.

Si detrás de cualquiera de los “ninguno”, de la indiferencia, se empieza a advertir que el empleado, público o privado, el contribuyente, el ciudadano votante, el conductor, el maestro, el alumno, el estudiante, el profesor, el ciruja cartonero, el profesional, en definitiva todos y cada uno de los “habitantes”, argentino nativo o extranjero residente, son personas dotadas de plenitud de derechos, pero, mucho más importante que esto, valiosas por sí mismas y escuchables por ello, y que es posible entablar diálogos de solución y atender las cuestiones que se plantean de modo directo y personal, esto acarrearía un cambio fundamental de paradigma,  que, necesariamente, habrá de curar muchas de las heridas causadas por la anomia y la indiferencia.

Si estas dos últimas son las causales de la violencia reprimida o manifiesta que se encuentra en el cuerpo social, evidentemente cambiar la indiferencia por la atención personal, la anomia por el respeto y la aplicación de reglas claras no solo para los otros, sino para uno mismo, configura el mejor ingrediente de la receta válida para restañar las heridas que han llevado a esta situación aparentemente consolidada de violencia que nos agobia .

por Roberto Antonio Punte