Es interesante reflexionar sobre lo que puede acontecer en nuestro país, insertado en el mundo, teniendo en cuenta su pasado y la nueva realidad mundial.

Para que esa reflexión no sea un adivinanza, el análisis debe ser veraz y objetivo y sus consecuencias las posibles, sin perjuicio de aventurar alguna deseables.

Abordaré, en consecuencia, algunos aspectos de la realidad, que son infinitos, sobre todo los que afectan la vida de quienes habitan nuestro país, quienes están sufriendo desde hace muchos años, padecimientos inconcebibles, toda vez que lo hacen en una inmensidad terrestre y marítima remota del resto del mundo, que tiene riquezas siderales en materia de alimentos (ganado, granos, pesca, frutas y verduras) suficientes para satisfacer a varias veces el numero de sus habitantes, reservas de gas, petróleo y minerales valiosos en cantidades sorprendentes, que ha desarrollado una industria destacada por su sofisticación e investigación científica; que no sufre enfrentamientos raciales ni religiosos, que gran parte de la educación es gratuita, al igual que la atención médica y que recibe, desde siempre, a todos los hombres del mundo que quieran habitarla.

Ante este cúmulo de beneficios resulta incomprensible que, desde hace ya muchos años, no nos desarrollemos, no crezcamos, tengamos índices de pobreza e indigencia inusitados, nuestras fronteras sean permeables a cualquier tráfico y la seguridad personal sea tan precaria.

José Ortega y Gasset en un célebre ensayo,  (España Invertebrada), señala algunas explicaciones posibles para analizar ese estado de nuestra nación, refiriéndose a la suya.

Describe el fenómeno del particularismo como “el estado del espíritu en que creemos no tener por que contar con los demás”

En nuestro caso esto es de una evidencia palmaria: sectores de nuestra sociedad creen que no dependen de otros sectores de la misma sociedad.

Esto que, de por sí, importa una miopía mayúscula, se agrava con la natural consecuencia del “particularista” que, deseando algo, en vez de acordarlo con los demás pretende imponerlo por su propia voluntad.

El resultado es el enfrentamiento, la dispersión de esfuerzos, la mentira para ocultar apetencias sectoriales, el agravio y hasta la fuerza bruta.

Hay quienes ven en ese enfrentamiento el resultado de la condición humana, que pretende todo para sí y su entorno.

No es ese el camino que han seguido otras naciones, aún con las dificultades inherentes a cualquier organización social.

El resultado está a la vista, en nuestro país, donde cada sector se cree con derecho a imponer sus pretensiones, sus ideas, sus intereses, con prescindencia de los necesarios acuerdos  que no se limitan solo a cuestiones económicas, sino y muy especialmente, a la forma de resolver los inevitables enfrentamientos.

Se impone, por ello, el diálogo, pero no solo como instrumento que facilite la conversación, sino y esto es capital, como el vehículo para llegar a acuerdos.

Ese diálogo y eventuales acuerdos, deben darse no solo en ámbitos sociales, culturales y económicos, sino -y esto es fundamental para asegurar un resultado enriquecedor- en los órganos deliberativos constitucionales.

El descrédito de los partidos políticos y la prescindencia de la discusión, de buena fe, entre sus integrantes, es uno de los obstáculos que deben superarse.

Si no contamos con legisladores probos, preparados para dialogar y acordar, todos los esfuerzos que se hagan para mejorar lo que alguna vez fue una nación pujante, que recibió a millones de migrantes, les dio educación y trabajo, continuará su declinación.

Si por el contrario se sigue el derrotero del dialogo y la concordia, entraremos en una nueva etapa de desarrollo y crecimiento.

por Guillermo V. Lascano Quintana