Hablo profundamente emocionado en este acto de homenaje al Presidente Arturo Frondizi mi tío.

No es casual que así sea.

Y por varios  motivos.

Por empezar,  por la  presencia de todos ustedes que han querido llegar hoy hasta aquí al cumplirse 114 años de su nacimiento. Y los que no han podido acercarse, han hecho llegar su afectuosa adhesión con notas  y mensajes de voz…

Hombres y mujeres de diversas ubicaciones en nuestra sociedad, del  campo y de la ciudad, del mundo del trabajo, de la cultura, del arte, de la ciencia, de la educación, de la prensa, de la política, civiles y militares, que, por encima de eventuales diferencias, advierten en la conducta moral, en las ideas y en la formidable obra de gobierno de Arturo Frondizi un punto de referencia para sacar a la Argentina de su laberinto.

Luego, por encontrarme aquí, junto a la bóveda familiar en la que reposan no solo los restos de Arturo, de su esposa Elena y de Elenita su hija, mi prima hermana, mi amiga, sino también los restos de sus padres, mis abuelos Julio e Isabel, de sus hermanos, de sus suegros y sus cuñados. En la bóveda en la que quiso que reposaron sus restos, como lo dijo en su momento de modo expreso a diversas personas que podemos dar fiel testimonio de esa su voluntad. Y si no estuviéramos vivos los que podemos dar fe de su deseo, dónde más que junto a sus afectos más sensibles y queridos, qué él mismo y sus familiares reunieron  aquí, podría presumirse que hubiera querido quedar él mismo al partir de este mundo?

No aceptamos que sus restos, que están aquí desde hace 27 años, sean manipulados para satisfacer deseos de los vivos y tanto menos para satisfacer requerimientos del negocio turístico.

No compartimos cierta tendencia perversa de utilizar los restos de argentinos ilustres con fines ajenos a su trayectoria y a sus deseos.

Y rechazamos que se haga con AF lo mismo que se hizo con los restos de los padres del Libertador, de Juan Bautista Alberdi, o del  cadáver mutilado del Gral. Perón.

Yo no les voy a recordar la obra del Estadista, no hace falta, ya lo ha hecho con elocuencia Norma Cadoppi Frigerio que me ha precedido en el uso de la palabra.

Sí quiero recordar que su lucha por los grandes ideales de justicia y libertad dentro del marco de la Constitución Nacional que define al Estado de Derecho en Argentina, fue constante e inclaudicable. Desde la defensa de los centenares de presos políticos por las revoluciones radicales de la década del 30, pasando por el caso del diario La Prensa, del caso Balbín de quien fue abogado defensor ante la Cámara Federal de La Plata con un alegato cuyo ejemplar me entregó hace ya unos años una hija de Balbín, hasta  el proyecto de ley de amnistía más generosa de la historia argentina, que solo excluyó a los casos de corrupción, primer proyecto de  ley enviado al Congreso Nacional tras asumir la Presidencia.

Lo mismo vale por su inalterable conducta de no contestar agravios ni hablar mal de sus ocasionales adversarios, y por su vocación de alcanzar una plena y efectiva paz nacional. Quiero recordar, en este último sentido,  que en su Mensaje inaugural ante la Asamblea Legislativa del 1ro. De mayo de 1958 manifestó que su gobierno estaría presidido por una idea moral: la clara e inequívoca voluntad de reencuentro argentino  y, claro está, de reanudar el desarrollo nacional como sustento de la democracia republicana y del bienestar del pueblo. Llamó a eliminar los motivos de encono y los pretextos de revancha y a extirpar de raíz el odio y el miedo del corazón de los argentinos. Desde el Gobierno no debe hacerse política partidista porque Argentina necesita que se establezcan las condiciones de una profunda convivencia civilizada comenzando por una efectiva convivencia política que exige el abandono del sectarismo y la intolerancia, para emprender una tarea fecunda basada en el respeto hacia el adversario, el estudio en común de los grandes problemas nacionales con la participación de los más capaces en las tareas concretas.

Estos desafíos siguen pendientes, es hora de asumirlos, de recuperar la vigencia de los valores morales, trabajar para detener la decadencia y salir del laberinto en el que está metida nuestra Patria cuyos hijos deben tener un futuro mejor. El presente no tiene justificación moral ni otra explicación racional que la absurda insistencia en hacer y rehacer las mismas cosas que han generado los fracasos, los errores y los horrores padecidos.

Señoras, señores, queridos amigos,

Arturo Frondizi soñó con la República democrática, con la Nación desarrollada, con el país moderno, con la cultura, con el progreso, y, sobre todo, con la unidad nacional construída sobre la base del reencuentro entre los argentinos.

Trabajó y luchó por ello, incansablemente, desde el gobierno y desde el llano, pero su sueño está incumplido.

Renovemos la convocatoria, que debe arrancar del fondo del alma argentina!

Todos debemos ser obreros de esta empresa superior!

Cada uno ha de perfeccionar la herramienta que el destino colocó en sus manos, sintiéndonos solidarios en la honda fraternidad que engendra la construcción del futuro común, sin escuchar las voces de quienes predican el rencor y promueven la discordia.

Como dije recientemente parafraseando a un gran americano, actuemos con la convicción de que nuestro destino no será escrito para nosotros, sino por nosotros, por todos los hombres y todas las mujeres que no quieren conformarse  con la Argentina como es sino que tienen el coraje de rehacerla como debería ser.

Mantengamos encendida la antorcha que prendió Arturo Frondizi!

Versión Desgrabada, 28 de octubre de 2022