En el número de mayo de La Gazeta del Progreso se publica un artículo de Julio C. Borda en el que sostiene que la creación de la República de Tucumán en 1820 fue un intento de su presidente Bernabé Aráoz de independizarla del resto de las provincias, a diferencia de los demás caudillos que bregaban por la unión nacional. Sin ánimo de polemizar, quisiera exponer una interpretación diferente de la naturaleza de esa república y de las intenciones de su fundador.

La división política y territorial de la región

Por Real Cedula de Carlos III del 1° de agosto de 1776 se crea con carácter provisional el Virreinato del Río de la Plata que, en octubre de 1777, adquiere carácter definitivo. El  nuevo Virreinato comprendía las gobernaciones del Río de la Plata, del Tucumán y del Paraguay y los territorios de Potosí, Santa Cruz de la Sierra y Charcas, a los cuales se sumaba el territorio de Cuyo, que hasta ese momento había dependido de la Capitanía General de Chile.

Con el fin de mejorar la administración colonial, en enero de 1782 se promulga la “Ordenanza de Intendentes” que divide al nuevo virreinato en ocho Gobernaciones Intendencias: Buenos Aires, Charcas, La Paz, Potosí, Cochabamba, Paraguay, Córdoba del Tucumán, y Salta del Tucumán. La capital de esta última se estableció en San Miguel de Tucumán y comprendía también las ciudades de Santiago del Estero, Catamarca, Salta y Jujuy. En 1790 la capital de la gobernación se trasladó a la ciudad de Salta y esta era la división política existente al momento de dar comienzo el período revolucionario.

En octubre de 1814, el Director Supremo Gervasio Posadas divide en dos la Gobernación Intendencia de Salta del Tucumán creando las provincias de Salta y de Tucumán, comprendiendo esta última los territorios de Catamarca y Santiago del Estero. El 14 de noviembre Posadas nombra Gobernador de Salta a Hilarión de la Quintana y de Tucumán a Bernabé Aráoz, que el 10 de marzo anterior ya había sido nombrado Gobernador Intendente de la todavía unificada Salta del Tucumán.[1] 

Esta larga introducción no tiene más objeto que afirmar la idea de que las luchas interprovinciales que se produjeron en años posteriores, y muy especialmente a partir de la caída del régimen directorial en 1820, no fueron el resultado de la voluntad de conquista de un estado sobre otro sino del interés de algunas ciudades subalternas y sus áreas de influencia de adquirir autonomía independizándose de las capitales de gobernación. No se trató, por cierto, de un proceso de concentración sino de fragmentación política,  estructurada alrededor de las ciudades principales que, dada la vastedad del territorio y la escasa población, se fueron aislando cada vez más. Muchos años después, Sarmiento, en el Facundo, definiría esta realidad como “el desierto” y le atribuiría la responsabilidad fundamental de nuestro atraso como nación. Aún hoy, podríamos ver en este proceso de fragmentación una de las causas originarias de la debilidad del federalismo argentino y del notable desequilibrio estructural entre las distintas provincias.

Soberanía y orden durante el período revolucionario

El triunfo de las tropas de Estanislao López y Francisco Ramírez en la Cañada de Cepeda el 1° de febrero de 1820 puso fin al régimen directorial. José Luis Romero resume sus enormes consecuencias expresando: “Con el tratado del Pilar terminaba una época: la de las Provincias Unidas, durante la cual pareció que la unión era compatible con la subsistencia de la estructura del antiguo virreinato. Ahora comenzaba otra: la época de la desunión de las provincias, durante la cual los grupos regionales, los grupos económicos y los grupos ideológicos opondrían sus puntos de vista para encontrar una nueva fórmula para la unidad nacional”.[2]  Es en este contexto que cada provincia debió encarar su propio futuro, resolviendo por sí misma sus conflictos internos, asumiendo sus características individuales y su situación geográfica.

La existencia de un Estado nacido durante los sucesos revolucionarios forma parte de lo que José Carlos Chiaramonte llamó “el mito de los orígenes”. La realidad puede más bien describirse como una situación de provisionalidad permanente caracterizada por la coexistencia de las soberanías de las ciudades  –paulatinamente encaminadas a configurar ámbitos de soberanías más amplios como habrían de ser las nuevas provincias–  con gobiernos centrales no siempre acatados. No bien instalado el primer gobierno patrio, Mariano Moreno y sus partidarios sostenían, sin éxito, que por la doctrina rousseauniana del pacto social, una vez constituidos los órganos representativos, en ellos radicaba una única soberanía. En oposición a ellos, la mayoría triunfante de los líderes revolucionarios adhirió  a la doctrina del pacto de sujeción en virtud de la cual el poder era reasumido por sus depositarios originarios: “los pueblos”, término que en el lenguaje de la época equivalía a las ciudades. En ellos había retrovertido la soberanía política y a ellos convocó la Junta de Gobierno, poniendo en un pie de igualdad a las ciudades cabeceras con las ciudades subordinadas, sembrando la semilla de conflictos que estallarían años después.[3]

El anacronismo del lenguaje político puede llevarnos por el camino de interpretaciones equivocadas.  Debemos diferenciar el concepto de nación usado a principios del siglo XIX del concepto de nacionalidad, que recién aparece con el romanticismo de los años 30. Por lo tanto “cuando los líderes políticos de los años posteriores a la independencia se disponían a dar forma a una nación … no consideraban estar sometidos al imperio de un sentimiento de pertenencia a una comunidad nacional preexistente. Para ellos … la cuestión nacional no consistía en cómo dar vida política independiente a una nacionalidad, sino en cómo negociar los términos contractuales de una asociación política entre entidades soberanas de dimensiones ya de ciudad, ya de provincia”. [4] 

Ante esta realidad, la crisis del año 20 no significó la destrucción de un estado nacional, sino la expresión natural de una situación de anarquía previa que sólo podía resolverse con la reasunción de la soberanía por parte de los centros de poder fáctico: las provincias. Desde este punto de vista, los caudillos provinciales, que dominaron la escena durante los más de treinta años que precedieron al período constitucional, no fueron los promotores de una regresiva restauración colonial o de una total fragmentación autonómica, sino, por el contrario, fueron quienes mantuvieron el sentido de unidad nacional en medio de una gran heterogeneidad de realidades políticas, sociales, económicas y culturales. Podríamos decir entonces, que el año 20 no significó el fin de un orden nacional, que por cierto era inexistente, sino el comienzo de un “protoestado” nacional sin el cual los riesgos de la disolución hubieran sido mucho mayores. Con este mismo sentido Mitre expresa: “De este modo era como, las provincias argentinas, envueltas en la anarquía, arrastradas por las irresistibles corrientes de la disgregación, aspirando a la independencia a la vez que a la unión nacional, bosquejaban la futura federación argentina ….”[5]

Sin profundizar en estas realidades se hace difícil analizar y juzgar el comportamiento de los caudillos provinciales en esos convulsionados  años de anarquía en que las ciudades luchaban por reasumir la soberanía, suscitando graves enfrentamientos dentro del ámbito de las estructuras políticas preexistentes.

La República de Tucumán

En el caso de Tucumán, se reavivaron las tensiones entre la ciudad capital y sus subordinadas Catamarca y Santiago del Estero. A fines de febrero de 1820 Bernabé Aráoz, que había retomado en noviembre el gobierno de la provincia, convoca a un congreso provincial con la finalidad de establecer el régimen de gobierno provisorio local hasta tanto el Congreso General de todas las provincias convocado por el Gobernador de Córdoba Juan Bautista Bustos fijara el régimen definitivo de organización nacional.  Como resultado de esta convocatoria surgen conflictos por la designación de los delegados de Santiago del Estero y Felipe Ibarra se subleva contra la capital tucumana, declara la autonomía y asume el gobierno de su provincia. Cabe agregar que las intenciones separatistas de esa provincia ya tenían el antecedente de los dos intentos encabezados por Juan Francisco Borges en 1815 y 1817 que fueron sofocados por orden del propio Belgrano quien terminó ordenando el fusilamiento del jefe rebelde.[6] El germen de la fragmentación de la provincia había fructificado y no tardaría en extenderse a Catamarca.

El 18 de septiembre, el congreso provincial finalmente dicta la constitución que crea la  República de Tucumán con carácter libre e independiente, aunque “unida sí con las demás que componen la Nación Americana de Sur y entretanto el Congreso General de ella determine la forma de gobierno” y Bernabé Aráoz asume formalmente la Presidencia de la llamada República, cargo que ejercía de facto desde mayo por resolución del propio Congreso.  Con anterioridad, Aráoz había enviado a Bustos una carta expresándole su beneplácito por la iniciativa de convocar a un congreso general de las provincias y afirmando “…el deseo más vivo de entrar en una confederación…”.[7]  Un mes después, emite una proclama dando cuenta del sentido y alcance de su proyecto político:  “La provincia de mi mando es ya, y será a toda costa una república libre e independiente, hermana sí, y federada con vínculos tan estrechos que jamás se dispensará sacrificio alguno hasta no ver a sus pies rotos y desechos los últimos eslabones de la cadena que subyugue a la más pequeña de sus hermanas”.[8] 

Es evidente que de ninguno de estos dos textos puede inferirse la voluntad de constituir una nación independiente. Con la palabra “república”, Aráoz afirma su rechazo al régimen monárquico  sobre el cual la constitución unitaria de 1819 había dejado algunas dudas, y con el aditamento de “independiente”, define a Tucumán como una de las soberanías que forman parte de un estado confederal. La palabra “confederación” es mencionada específicamente en la carta a Bustos y la expresión “hermana federada” contenida en la proclama, debe ser interpretada en el mismo sentido.  Vale recordar que, en esos tiempos, federación y confederación eran términos usados indistintamente y su confusión era muy habitual en el lenguaje de los caudillos provinciales, aunque siempre se asumieran como partes de un todo que debía darse su organización definitiva y nunca como naciones independientes.  

Probando una vez más que Aráoz no tenía intenciones de darle a su república el carácter de nación independiente, debemos recordar que, cuando inició sus acciones militares contra Ibarra, publicó un impreso con el siguiente encabezado: “El Presidente de la República del Tucumán instruye al resto de las Provincias de las causas que han motivado la marcha a Santiago del Estero de algunas partidas de fuerza armada de esta República”.[9] De haber considerado a Tucumán como una nación independiente, ¿con qué razón se hubiera dirigido así al resto de las provincias?

Finalmente, una prueba indirecta pero terminante de lo afirmado es que el General Paz, un enemigo acérrimo de de todo lo que atentase contra la unidad nacional, en su Memorias al tratar este período no hace referencia alguna a la pretendida independencia de la República de Tucumán y cuando menciona a Bernabé Aráoz , a quien había conocido y tratado durante su estadía en el Ejército del Norte, lo hace con conceptos elogiosos y siempre llamándolo Gobernador de la Provincia, aún en los momentos en que detentaba el cargo de Presidente.[10]

El título de Presidente nos resulta hoy sumamente extravagante y equívoco pero, contradiciendo el sentido que hoy le damos a esa palabra, en muchas de las actas capitulares se menciona a Bernabé Aráoz como Supremo Presidente de la Provincia.

Desde el gobierno de Tucumán, Aráoz debió luchar, y es entendible que así lo hiciera, por mantener la integridad territorial de su provincia. Mitre lo confirma al expresar: “Tal era la política del Gobernador Aráoz, pretendiendo sujetar a su dominación las jurisdicciones subalternas de Catamarca y Santiago del Estero, tenencias de gobierno de la Gobernación de Tucumán, y tal la de Güemes al reaccionar contra la política de Aráoz, teniendo en mira ensanchar su círculo de acción y poder. Con este propósito, fomentó Güemes la segregación de las jurisdicciones de Catamarca y Santiago de la Intendencia de Tucumán.”[11]  Cuando a principios de 1821 Aráoz intenta reincorporar a Santiago del Estero, Ibarra solicita el apoyo  de Güemes que declara la guerra a Tucumán y la invade con fuerzas que son rechazadas.  Catamarca, que por falta de fuerzas suficientes había permanecido dentro de la República, encuentra en ese momento las condiciones y la ayuda propicia para independizarse. Fuerzas salteñas, al mando de Apolinario Saravia, invaden la provincia, destituyen al Teniente de Gobernador Juan José de la Madrid, cuñado de Don Bernabé, y declaran la independencia de Catamarca.

No podemos dudar de que en el ánimo de Bernabé Aráoz existía un deseo de dominio sobre toda la región y que no escatimó esfuerzos para lograrlo. Estas tendencias hegemónicas  han sido comunes a todos los caudillos, pero debe reconocerse que en el uso de la fuerza militar Bernabé Aráoz se limitó, principalmente, a intentar preservar la integridad territorial de la Gobernación de Tucumán creada por Posadas en 1814.

Con estas líneas hemos tratado de revisar algunos conceptos sobre la República de Tucumán y su fundador Bernabé Aráoz e intentar echar luz sobre un tema en que los viejos enfrentamientos  parecieran oscurecer el análisis de un período fundamental de nuestra historia.

[1] Antonio Zinny: “Historia de los gobernadores de las provincias argentinas”

[2] José Luis Romero: “Breve historia de la Argentina”  FCE 2004 – Cap. V

[3] Para profundizar en este tema recomendamos la lectura de Noemí Goldman: “Crisis imperial, revolución y guerra” en Nueva Historia Argentina Tomo III  Pgs. 41-45 – Sudamericana 1998

[4] José Carlos Chiaramonte: “Acerca del origen del Estado en el Río de la Plata”, Anuario IEHS, Tandil 1995

[5] Bartolomé Mitre: “Historia de Belgrano” Cap. XLIV

[6] El fusilamiento fue llevado a cabo por Gregorio Aráoz de la Madrid

[7] Carlos Segreti: Juan Bautista Bustos en el escenario nacional y provincial” Citado por José María Posse en: “Bernabé Aráoz. El tucumano de la Independencia” Tucumán Mundo Editorial 2018

[8] Carlos Segreti: “El país disuelto”  Ed. de Belgrano 1982 Pag. 87

[9] Impreso N° 26, Colección Miguel Alfredo Nougués, Archivo del Museo Provincial Nicolás Avellaneda, Tucumán. Citado por José María Posse: Op. Cit.

[10] En el Tomo II de sus Memorias expresa: “A mi llegada a Santiago que fue en Junio de 1821, encontré como he dicho que se celebraba la paz que había hecho Ibarra con el Gobernador Aráoz de Tucumán”. Algunas páginas más adelante escribe: “El Gobernador de Tucumán D. Bernabé Aráoz acometido por las fuerzas de Güemes e Ibarra el año 1821 había dado el mando de las suyas al coronel….” 

[11]  Bartolomé Mitre: Op. Cit Cap XLIV

Por Daniel R. Salazar

Junio 2021