Cuando se anunció en abril de 1991 que un peso valdría un dólar, porque el  Banco Central tenía todos los dólares necesarios para comprar todos los pesos a ese valor, los argentinos nos dimos cuenta, inmediatamente, de que esa equivalencia matemática funcionaba, y eso nos dio vuelta la cabeza en un minuto.
Creo que por primera vez en más de 50 años tuvimos la noción de que se podría calcular cualquier negocio a larguísimo plazo por su utilidad social, es decir, por su rentabilidad propia. Esto iba a permitir hacer miles de negocios posibles y de saber que no había que hacer otros, y eso revolucionaría la productividad y la economía de cada argentino. Podíamos pasar de ser un país de angustiados a un país próspero. ¿Por qué? Porque nuevamente teníamos una moneda. El valor de nuestros ahorros y de nuestro trabajo se podía acumular; nuestra energía iría a hacer algo socialmente útil, a producir, y no a algo tan socialmente inútil como tratar de no perder el esfuerzo y el salario de cada mes. Eso pasó de un minuto a otro, porque en ese minuto se cambiaron las expectativas de todos.

Lo que esa medida dejaba atrás era la pérdida de la moneda nacional por la  inflación . La inflación es un fenómeno complejo de mala organización social que consiste en que todos los precios suben, y eso se debe a que la medida con la que se miden los precios, el peso, pierde valor todo el tiempo. Es como si nos achicaran el largo del metro. No es que el conjunto de los precios suba, sino que el valor del dinero baja. Entonces, si lográbamos que el valor del dinero no bajara, los precios no subirían. Eso es lo que significa que no haya inflación. Así anduvimos desde 1991 hasta 2006 (a pesar del tremendo episodio de 2002), momento en el que el gobierno optó por volver a tener otra vez una inflación sistemática.

Pero la pregunta era por qué se desvalorizaba el peso en el que se medían los precios y salarios argentinos. Y las respuestas eran dos. La primera, porque el gobierno gastaba más de lo que tenía y la diferencia la pagaba quitándoles valor a los pesos de la gente, mediante el sencillo mecanismo de imprimir más billetes. La existencia de más billetes para la misma cantidad de bienes en una sociedad significaba que se necesitaban más pesos para comprar los mismos bienes: subían los precios en billetes depreciados. La segunda respuesta era que el valor de la producción argentina bajaba con relación a la producción de otros países más productivos.

Dadas esas dos respuestas al motivo de la desvalorización del peso, había que dejar de gastar más de lo que se tenía y había que ser igual de productivo que otros países, para no tener una depreciación de nuestro peso. El plan de convertibilidad recuperó una moneda argentina en un minuto, pero no cumplió con esas dos condiciones, hasta que voló por los aires.
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Esto viene a cuento de que algo debemos hacer para salir de siete años de recesión y trece de alta inflación. De lo único de lo que se trata ahora es de generar expectativas positivas sobre dos cosas: que vamos a poder pagar lo que debemos y que en el proceso vamos a crecer. A diferencia de lo que ocurrió con la convertibilidad, el Gobierno no empezó por crear una moneda no depreciable de un día para el otro, sino que estableció por ley del Congreso que no gastará más de lo que tenemos, es decir, déficit primario cero. Además, el Gobierno juntó los recursos para pagar nuestras obligaciones y busca impulsar el crecimiento bajando impuestos en acuerdo con las provincias, estableciendo regímenes especiales para pymes y economías regionales y blanqueando la economía. Sin ninguna duda, no gastando más de lo que podemos y no imprimiendo billetes casi falsos, la inflación va a bajar. Pero, por otra parte, eso ahora se está haciendo de un modo sostenible en el tiempo, por el camino duradero, sin atrasar artificialmente el valor de algunos bienes como el dólar o las tarifas y con equilibrio fiscal.

Ahora no hay que tirar todo por la ventana. Hay que alinear expectativas, convenciendo a todos los actores de apostar por una Argentina que ha demostrado muchas veces que puede lograrlo. Y hay que hacerlo con incentivos y con convicción y energía. Y tenemos que pensar como sociedad cómo construir una moneda que sea una institución, que nos dé confianza y seguridad en el largo plazo. La interacción, el progreso, el crecimiento, el trabajo, la derrota de la pobreza son y serán producto de la confianza. Y eso requiere un compromiso político firme, determinante, para beneficiar a los que menos tienen. Por eso la moneda estable estaba en los programas del socialismo histórico. Por eso también figuró en los pactos de La Moncloa. Necesitamos ese compromiso de todos/as o casi todos/as.

Fuente: lanacion.com.ar