Por Amelia Imbriano

Luego de ver los noticieros nos invade una inquietud que no es más que el retorno de retazos de violencia: la violación a una menor, un crimen premeditado, un niño desnutrido, bombas estallando, cuerpos despedazándose. Fragmentos de retazos de imágenes que conforman una colección de horrores, mostrándonos una faz de la existencia humana en su máxima obscenidad. Todo se conjuga en un caleidoscopio de violencias, en plural.

El tema articulado bajo muchas modalidades es la muerte. Por cierto, no la muerte orgánica, sino la muerte que domina los aconteceres humanos. No somos ingenuos al respecto de la influencia de los cambios culturales sobre los sujetos.

El tema tiene una impregnación homérica: “La Odisea” como escrito antecedente a la cuestión de los malestares que atañen a la vida humana y que dan lugar al “penar en demasía” o “mal de sobra” en que vivimos.

Si bien es sabido el lugar estructural que tiene la pulsión de muerte, no por ello debemos quedarnos “mudos” ni ser cómplices frente a las nuevas manifestaciones que se producen, que se generalizan en la denominación: “síntomas del consumo”.

La preocupación sobre el tema no es nueva en mis investigaciones. Entre algunas: “La Odisea del Siglo XXI” o “¿Por qué matan los niños?”.

Los politicólogos, a través de evidencias, refieren a movimientos geopolíticos direccionados a la globalización, el mercado de la droga, las armas, el petróleo, el agua, y un centenar de etcéteras. Una temática que requiere una reflexión integral.

Los psicoanalistas saben que cuando los hombres se encuentran exhortados a la guerra, entre ellos cuenta el placer de agredir o destruir, así innumerables crueldades de la historia y de la vida cotidiana confirman su existencia e intensidad. Ciertos motivos ideales pueden servir de pretexto a las apetencias destructivas aportándoles un refuerzo inconsciente. Así toda rebeldía termina en la lealtad a la propia causa.

En 1997 propuse la denominación “los nombres de la muerte” para referirme a aquellos avatares de la pulsión que arrasan las generaciones con la fuerza y la violencia de una guerra: sida, alcoholismo, dogradependencia, anorexias y bulimias, trastornos psicosomáticos, compulsión al juego, a las compras, falta de justicia, mentira, violencia, etc. Desde ese momento no dejo de ocuparme sobre estos temas que sintetizaremos:

– Las guerras: ya las hubo, pero parece que los humanos nos dedicamos a no querer saber sobre ellas y sus consecuencias, pues dejan la enseñanza de un goce irrefrenable, que necesariamente se repite.

– La globalización: nos ha ofrecido un sueño narcisista, proclamando un modo de vivir y gozar universal. Un mundo hecho para todos, igual para todos. Si yo soy igual a los extranjeros, ya no existen los extranjeros. Entonces, somos todos integrantes de una gran liga fraterna en donde la pretendida solidaridad se manifiesta como siniestra. Consecuencia: El desastre de una sociedad destituida de cualquier autoridad ética sufriendo de los efectos sintomáticos de no poder librarse de una degradación mercantilista más que a través de la violencia. Degradación mercantilista: todo es mercancía, producida con el destino de objeto efímero, ya caduco en el momento de su adquisición, y destinado esencialmente a ser reemplazado por un nuevo objeto más prometedor, y así sucesivamente. Por consiguiente, todo objeto puesto en circulación en el mercado, lleva consigo una vocación de desecho. Pero el consumidor se encuentra sometido a la presión constante y siempre más exigente de un empuje a volver a comprar, porque allí se juega su narcisismo porque le han hecho que el ser es tener. Ante ello nadie puede dimitir su responsabilidad.

– La manipulación de la verdad: La perversión insita del capitalismo reside precisamente en un discurso que constituye un sistema social que consiste en la manipulación de la verdad. Y su consecuencia está a la vista: su estructura se resuelve en el ataque al vínculo social que lo instituye, creyéndonos consumidores somos consumidos.

-Tecnocracia, moderna segregación que reemplaza al sistema de Compradazgo-Caciquismo-Terratenientes: la circulación mundial de hombre, de informaciones y de armas, ha conformado una unidad práctica del género humano. Ella está estructuralmente vinculada a una división violentamente desigual según líneas de separación entre opulencia y miseria, hiperdesarrollo y subdesarrollo, que son institucionalizadas en las formas de interrelación de las naciones. Paradoja: globalización y segregación de naciones

– Lo desechable y los desperdicios: El sistema extiende el consumo y asegura que se produzca cada vez más objetos con los que se acrecienta el empuje insaciable de objetos de satisfacción imposible de ser colmada. En esa carrera, en ese círculo infernal, cada mercancía se vuelve desecho desde el momento de su adquisición. Si no entras en el sistema, si no entras en sus cuentas, eres invisible o mejor dicho: un desperdicio. Pero no hay ingenuidad en ello: son necesarios! Así se genera “lo desechable”. En este circuito entra también el hombre como mercancía.

– La complicidad: Hoy en Medio Oriente se matan despiadadamente entre sí y ante nosotros. “No podemos hacer nada”, podría sostener algún ingenuo, pero, a pesar de todo, somos cómplices. Cómplices de consumir, entre tantos objetos, también esas muertes. Curioso vínculo social: es sostenido por un pacto de utilidad y sino quienquiera es desechable, o sea, hay que disolverlo con la muerte.

El mundo, inmundo, está lleno de desechos, lo grave es que se ha desechado, des-hecho, al sujeto.
Amelia Imbriano es doctora en Psicología, autora de numerosos ensayos sobre Psicoanálisis, catedrática en varias universidades de América y actual decana de la Facultad de Psicología de la Universidad Argentina John F. Kennedy. Preside la Fundación Praxis Freudiana.