El presente es el hoy de lo que proyectamos como futuro. De ese futuro que imaginemos, esa construcción de una utopía racional y colectiva, para nuestra sociedad, surge la acción del presente.
No podemos escapar en mirar al pasado, es natural, allí buscamos certezas, individuales y colectivas. Pero el mundo es otro y nuestra sociedad también.
En la segunda década del Siglo XXI, estamos frente a la disputa del liderazgo mundial entre Estados Unidos y China, con los consiguientes alineamientos, la confrontación se da en la economía, la tecnología y el modelo político-cultural. Al contrario que en el SXX, la validez del sistema capitalista, no es el centro de la disputa, sino quien de los bloques es más eficiente en el proceso de acumulación y reproducción, en la nueva sociedad en redes, en la era digital.
La humanidad aumenta su expectativa de vida, por primera vez viven más personas en las ciudades que en el medio rural, se reduce en el mundo la pobreza extrema, la productividad crece, de la mano de los avances en la informatización, y la nueva frontera de la inteligencia artificial. Son exponenciales los progresos en las ciencias biomédicas, que por ejemplo permitieron el desarrollo en menos de un año el desarrollo de múltiples vacunas para la pandemia de Covid. Lo mismo sucede desde el desarrollo aeroespacial, los micros satélites, hasta la nanotecnologías y los nuevos materiales. La economía a pesar de la pandemia tiene gran liquidez y tasas históricamente bajas, los activos financieros se multiplican así como la capacidad y velocidad de transacciones en todo tipo de mercado, vemos como irrumpen monedas y activos no regulados por ninguna autoridad pública como las criptomonedas.
En la nueva sociedad del conocimiento, el activo principal es la innovación así como la capacidad de atraer gigantescas cantidades de capital para financiarla. Una economía que hasta prescinde en algunos casos de activos propios como en el caso de Uber o Airbanb, lo que algunos llaman capitalismo de plataforma.
También aumenta la inequidad, es decir la concentración de riqueza, los desplazamientos migratorios, la polarización política, la disgregación del tejido social, hasta algunos sostienen que las fututas generaciones no podrán tener el anhelo de vivir mejores que sus padres, como si sus padres lo tuvieron en relación a sus abuelos. El empleo como lo conocíamos, está en crisis, grandes sectores sociales temen ser irrelevantes para el sistema. La privacidad ha sido superada por el algoritmo, el reconocimiento facial puede indicar nuestro estado de ánimo. El cambio climático está pasando su factura en desastres ambientales y destrucción de la biodiversidad.
Las antiguas categorías, e instituciones del S XX, están siendo avasalladas, el pensamiento pareciera que corre de atrás a los vertiginosos hechos. Podríamos decir también que los tiempos actuales son los de lo efímero e instantáneo
En este mundo Hoy la Argentina está quebrada, en el término más completo y profundo. Enredada en discusiones de ya no décadas pasadas sino del siglo pasado. Tratando de sobrevivir, con una sociedad descreída de un futuro común, retrotraída a lo individual.
Qué hacer? Sugerimos primero tratar de comprender. La sociedad argentina actual poco tiene que ver con la del S XX. Casi la mitad de la población es pobre, en un círculo estructural que no se quiere o no se puede modificar. Estas masas y las nuevas generaciones, no encuentran una identidad política que las represente solo una relación de supervivencia con el Estado mediatizado por las organizaciones sociales, este hecho junto a la reducción dramática de la clase media y el voto con los pies de jóvenes, emprendedores y empresarios es la trama social de la Argentina de hoy.
El narcotráfico ocupa los espacios que resigna el estado, la escuela no contiene a los soldaditos narcos, barriadas enteras son controladas por bandas, y el poder narco penetra, instituciones y la trama social como sucede en el resto de Latinoamérica
Cuál es el trípode de nuestras bases para Republica? Democracia social, ética de la solidaridad y modernización, entendida esta última como el progreso del bienestar general, valores, que si bien ya se han dicho en el pasado, siguen siendo válidos para el futuro, y que encuentran en nuestra actual e imperfecta Constitución su legitimidad
El modelo corporativo agonizante, no ha permitido el desarrollo de un modelo exportador (de valor agregado y conocimiento) competitivo e inclusivo, imprescindible para avanzar en el desarrollo. La trama de intereses atados al modelo corporativo, atraviesa el conjunto de la sociedad, y nos han conducido a la decadencia y a que la mitad de la población se encuentre en la informalidad.
Construir una mayoría social y política que esté dispuesta a transformar requiere a mi juicio, atender varios puntos. El primero partir de la comprensión profunda de la totalidad de sociedad argentina, y de sus actuales relaciones internas. También entender el mundo de nuestros días, sin preconceptos, con sus amenazas y oportunidades, calibrando autónomamente nuestra ubicación relativa así como la de la región. Aceptar que hay otros que pugnan por establecer otro modelo, y que son parte importante de la sociedad, con quienes es utópico pensar un proyecto común pero si un acuerdo de mínimos que signifique la coexistencia mutua. Por consiguiente prepararse con paciencia estratégica, a un alto nivel de confrontación, que exigirá al liderazgo, lucidez, persuasión, pragmatismo, a la vez que claridad en los objetivos. De suerte de lograr a la vez que resultados tempranos, también las profundas transformaciones con la legitimidad del proceso democrático.
Movilizar una sociedad detrás de estos objetivos y que no se frustre en el camino, exige apelar a la esencia no racional de nuestra condición humana, al poder de la esperanza. Por supuesto no una esperanza vacía, sino una esperanza sostenida en un proyecto colectivo, una voluntad compartida, de una inteligencia común sobre datos y hechos verdaderos.
Ese sueño que comenzó en el mayo de 1810, en el Sur del Sur, el de construir, para nosotros, para nuestros hijos y para todos los hombres de buena voluntad un tierra de promisión sigue hoy vivo como hace doscientos años.
Por Hernán Vela