Cuando, como en el momento en que estamos los argentinos, nos enfrentamos a la renovación de quienes ejercerán funciones legislativas en el orden nacional, además de las simpatías que cada uno tenga sobre los candidatos u oferta política respecto del cual se incline su voto, sea en la instancia de las P.A.S.O. como en la elección definitiva, conviene analizar el pasado de quienes han ejercido actividad política y las promesas, logros y conductas con que lo han hecho. Cuando se nos presentan individuos sin actividad política hay que analizar que proponen. Aunque también hay que juzgar a quienes ya han ejercido funciones políticas.

La situación se complica, como en la actualidad, por la casi inexistencia de partidos políticos que, cuando operaban legítimamente, elaboraban una doctrina, analizaban la realidad en todos sus aspectos, formulaban planes, programas y estrategias, que sometían a sus simpatizantes y allegados y recién después, cuando correspondía, explicitaban sus propuestas y seleccionaban a quienes aspiraban a ponerlas en práctica.

En tiempos en que los partidos políticos han casi desaparecido y han sido reemplazados por “espacios” o agrupaciones sin reglas de funcionamiento, encarnadas por dirigentes que invocan solo su presencia, su poder y su prestigio, la situación de los ciudadanos, que son –conviene recordarlo- el principal motor de la democracia, aparece disminuida a la mera escucha de promesas grandilocuentes, disparatadas e incumplibles o a la tergiversación de la realidad.

Los mayores que han vivido otras épocas y que recuerdan elecciones en los partidos políticos, tanto para los cargos internos como para las nominaciones a candidaturas para funciones gubernamentales, pueden dar fe del retraso que significa lo que sucede ahora, con promociones de individuos sin militancia, sin méritos, sin compromisos, pero que tienen “llegada” por sus menesteres profesionales o su historia personal y ninguna o escasa actuación política, que implica compromiso con ciertas ideas y métodos.

La política es la actividad de quienes gobiernan o aspiran a gobernar países, pero también es la de aquellos que sin aspirar a gobernar reflexionan y contribuyen con ello al mejoramiento de la realidad.

Una sociedad educada es soporte esencial de la política y por ello los dirigentes políticos deben contribuir, con sus gestos y sus acciones a apoyar la educación pública, mejorando la cultura de la ciudadanía.

Sus mensajes directos o indirectos, como por ejemplo los que emanan de sus conductas individuales, deben ser ejemplares.

Lamentablemente no es así. Hemos visto y vemos, casi diariamente, personajes de la política que mienten, traicionan sus ideas y  a sus camaradas, tienen conductas indecorosas que evaden sus dudosos compromisos.

La educación es la base del crecimiento y de la libertad pero la dirigencia política, salvo excepciones, no se compromete con aquella, provocando un daño que, en muchos casos es irreparable. Algunos dedican su tiempo a tratar de imponer un nuevo lenguaje o conductas cuestionables y olvidan promover la enseñanza de valores permanentes tales como el compromiso con la república, el auxilio a los necesitados, el cumplimiento de la obligaciones ciudadanas, el respeto a los ancianos y sobre todo a aprender para un futuro mejor.

Sobre estos temas, así como respecto del rol de las fuerzas de seguridad, la independencia de la justicia, la política exterior, la defensa de nuestras fronteras, las finanzas del Estado Nacional y los Estados Provinciales, el gasto público, la carga impositiva, las relaciones del tranajo y tantos otros tópicos cruciales,  es que la ciudadanía necesita explicaciones de quienes tienen la pretensión de ser sus representantes. Esto no solo para los próximos comicios, sino, también, para el futuro.

Si no lo hacen serán nuevas marionetas que, como sucede ahora mismo, tienen tan poco prestigio entre los ciudadanos.

Por Guillermo V. Lascano Quintana