Algunas personas que escriben habitualmente han encontrado en la actual situación de confinamiento una fuente pródiga de inspiración y muchos ángulos desde los cuales mirar la situación. A Maritornes le ha producido un estado de mutismo. Lleva largo rato tratando de encontrar palabras para este torbellino que nos hizo aterrizar a todos de prisa en el lugar más cercano físicamente —o más cercano en los afectos—, para plantarnos allí por tiempo indefinido y encararnos con nuestros fantasmas, con nuestras posibilidades,con la vida que construimos y con la que dejamos de construir, y sobre todo con la que quizás, a la postre, al final de la tormenta, queramos construir.

Una difusa sensación la ha acompañado casi todo el tiempo y consiste en una melancólica duda sobre si, cuando esto acabe, seremos o no capaces de encontrar cómo prolongar lo que de bueno nos han traído las limitaciones. Siente tristeza anticipada de que al final de estos días nos lancemos otra vez todos como autómatas a comprar lo innecesario, a sufrir dos horas en atascos vehiculares, a atravesar ciudades para desarrollar trabajos que quizás se podrían desarrollar desde casa, o que en el fondo no nos interesan. Siente tristeza de pensar que, impulsados por la misma fuerza invisible y anónima que nos impulsaba antes a avanzar en un modo de vida que sabíamos absurdo, regresemos a la feria de las vanidades, al carnaval del desperdicio, a la agotadora carrera circular sin destino conocido.

Es innegable que para algunas personas esta situación trae tristezas inconmensurables derivadas de la soledad, de la muerte de los seres queridos, del maltrato doméstico y de la penuria económica o del confinamiento lejos de los seres queridos; pero también es cierto que esta pausa ha permitido la entrada de una suerte de luz que nos ha dado la oportunidad de ver las montañas, oír las aves, comer en familia, tener largas conversaciones, o si estamos solos decantarnos en algo distinto a seres que corren sin cesar contra la fibra de sus necesidades más hondas.

De tal suerte que este confinamiento lleva a Maritornes a preguntarse si al final volveremos a ver las montañas por entre una nube parduzca de contaminación, o a no verlas del todo, si los motores se tomarán otra vez los litorales urbanos para enlodar las aguas y espantar las especies. Lo más probable, quizás, es que esta nueva conciencia de los cambios que queremos todos nos lleve a buscar la forma de empezar a construir lo que de verdad queremos, no tanto viajar lejos sino estar ahí para el vecino, no tanto consumir sino tener más tiempo con los seres queridos, no tanto producir y consumir objetos sino disfrutar los que ya tenemos, o deshacernos de todos los que no necesitamos, en suma,bajarnos de la máquina centrífuga de la que somos esclavos sin saber bien por qué, para volver a caminar por la ribera del río o por el bosque, comer despacio, ver amanecer,escuchar, atenuar el runrún constante de los motores y construir un mundo distinto en que nos cueste menos trabajo preservar aquellas cosas elementales, humanas, solidarias,sencillas, ligadas a la tierra y a los afectos, que han estado ocultas pero presentes todo eltiempo, y que son las que, en general, nos dan más alegría y sentido.

Por Maritornes (Ana del Corral Londoño, Bogotá)