Juan Nepomuceno José Miguel Buenaventura de Terrero y Villarino (1791-1865), hijo de María Josefa Villarino y González Islas (viuda de Castelli) y de José Joaquín de Terrero y Escalera, natural de la villa de Algeciras en 1741, doctor en medicina y cirugía que pasó al Río de la Plata, era primo segundo de los próceres de Mayo Manuel Belgrano y Juan José Castelli. Era nieto del gallego Francisco Villarino Varela, acaudalado vecino, y de Gregoria González Islas, de raigambre santiagueña. Su hermano José María Buenaventura del Espíritu Santo de Terrero y Villarino fue ordenado sacerdote, casó a Rosas con Encarnación de Ezcurra y bautizó a su hija Manuela.
Estanciero y figura pública de Buenos Aires, con sus amigos de la infancia Luis Dorrego -hermano del gobernador- y Juan Manuel de Rosas, formó sociedad para establecer en Las Higueritas (Quilmes) el primer saladero en la provincia de Buenos Aires, origen de una industria que le facilitó el incremento de sus propiedades con la compra de extensas tierras a lo largo de la frontera india. Fue Juez de Paz en San José de Flores, donde tenían su quinta veraniega de 40 hectáreas que reunía a la gran familia (Rivadavia y Gaona). Donaron a la actual Basílica de Flores la imagen de vestir de San José, ante la cual han sido desposados y oleados muchos de nuestros mayores.
Cuando en marzo de 1821 se dispuso la tasación de la Estancia del Rey que el gobierno concedía a don Juan Manuel de Rosas y Juan N. Terrero, se designó juez al capitán Wenceslao Ramírez, alcalde de la Hermandad en el partido de Quilmes y en el de la Magdalena. Fue estanciero al sur del Salado, se asoció con Rosas y dirigió establecimientos que le pertenecían a éste. Protegió la línea de fronteras contra los avances del indio hasta que murió en uno de estos intentos cerca de Dolores, luchando contra el malón del cacique Pincanira el 9 de septiembre de 1826. Su hijo Laureano Ramírez (1815-1874), ahijado de Encarnación Ezcurra, teniente de alcalde en el partido de Quilmes, mantuvo correspondencia con el Restaurador. Fue propietario de extensos campos en el partido de Gral. Belgrano, administrador de los bienes de Rosas en el partido de Las Flores, y se proyectó desde la estancia “La Verbena”, famosa por su servicio de color y sus tradiciones históricas, la que fue adquirida por mi tatarabuelo Don Tadeo Guevara.
Contrajo matrimonio en la iglesia de La Merced (1816) con Juana Josefa Muñoz Rávago y García de la Mata (1795-1872) y fueron padres de 15 hijos, de los cuales sólo 5 llegaron a la vida adulta.
Máximo Manuel José María Terrero (1817-1904), entre ellos, futuro marido de Manuela Ortiz de Rozas y Ezcurra (1817-1898), designado hacia 1848 comisario del ejército de la provincia y luego secretario privado del Restaurador de las Leyes. Íntimo de la familia, frecuentaba la residencia de Palermo de San Benito, sede del gobierno de la Confederación.
Encarnación de Ezcurra, abandonó pronto el halago del mundillo federal porteño y se fue al campo; allí dirigió grupos mixtos de negros fieles, indios mansos, presos condenados a trabajos rurales y desertores, a los que fue atrayendo con regalos y promesas hacia la obediencia de su marido. Con “la Heroína de la Federación” prosperó el autoritarismo y las redes de vigilancia. En sus cartas puede apreciarse el modo con que ella define debe ser el trato para con esta gente, a los que conducía hacia la más total subordinación. Al morir en 1838 “la Capitana General”, con un duelo popular de 25.000 personas (sobre un total de 50.000), fue sepultada con gran pompa en la iglesia de San Francisco; caído Rosas, fue llevada a la bóveda de Terrero. El luto federal que usaba Don Juan Manuel -corbata negra, faja con moño negro en el brazo izquierdo, tres dedos de cinta negra en el sombrero, quedando en el mismo visible la divisa punzó- fue sostenido por dos años hasta octubre de 1840.
A partir de entonces, Manuela Rosas conoció la adulación y el halago en la corte de Palermo, y ejerció toda la influencia de una anfitriona, aunque con características muy disímiles con las de su madre. La literatura contemporánea la reconoce como a la primera víctima de su padre. El arte fijó su rostro en un mundo vestido de rojo punzó y el romanticismo le concedió rasgos inolvidables. Ella, permanentemente soltera -haciendo gala de la técnica de agradar y los buenos modales- a menudo suavizaba las iras paternas y se rodeaba de un núcleo de amigas.
¿Quiénes fueron las amigas de Manuela Rosas?
Entre ellas, María de Todos los Santos Quirno y González de Noriega de García (1818-1880), mujer del Dr. Baldomero García, embajador de la Confederación Argentina ante el Paraguay, con quien se escribirá en la ausencia. Era prima 2da. de mi tatarabuela, y conservo el retrato carte-de-visite que Manuela Rosas le envía desde Londres.
María Máxima González; Dolores, Mercedes y Rosa Fuentes, Carmen Zelaya, Rosa Arana, Marica Mariño, Sofía Frank, Telésfora Sánchez y Dolores Marset. Cipriana Lahitte, mujer del futuro presidente Dr. Roque Sáenz Peña…Camila O´Gorman, protagonista de la trágica historia de amor. Pascuala Beláustegui de Arana, su comadre, “toda una analista política”, y la hermana, María Antonia Beláustegui de Cazón, que fundó en San Isidro una sociedad de caridad que en el siglo XX derivó en las “Damas Rosadas”. Jacobita Cueto de Paz, mujer del Dr. José C. Paz, famosa por sus actos de caridad con sus parientas Micaela Cascallares de Paz, Zelmira Paz de Gainza y María de los Ángeles de Iramaín de Paz.
Juana y María Micaela Cascallares, porteñas y de familia de hacendados de Lobos que tenían el retrato del Restaurador en la sala con marco de plata, ésta era mujer del coronel doctor Marcos Paz y presidenta de la Sociedad de Beneficencia. Petrona Villegas de Cordero -hija de Justo Villegas, comandante de la División del Ejército Restaurador en Monte y Cañuelas, amigo íntimo de Rosas y hacendado y legislador. Y la bella Salomé Cascallares retratada por Carlos H. Pellegrini en el tiempo del peinetón, que donaron las tierras para la fundación del pueblo y catedral de San Justo, cabecera de La Matanza-, era mujer del Dr. Fernando Cruz Cordero, abogado, miembro de la Legislatura, compositor y conocido ejecutor de música que tocó ante la reina Victoria y fue autor del “Himno de los Restauradores”. Con ellas compartía veladas, tés y tertulias, lecturas, bailes y guitarreadas en el gran caserón de San Benito de Palermo.
A Petrona Villegas de Cordero le trazará desde Londres el auténtico color de sus desventuras; “Yo nací para sufrir por todos y con todos”, le dirá a Antonino Reyes, edecán de su padre.
Fue previsora la amistad que tuvo con la escritora estadounidense Lucy Ann Sutton de Bradley (1804-1888), con quien compartía las largas tertulias de su círculo y así tomó asiduidad con la lengua inglesa que le valdría para el futuro. Su hermano Ricardo Sutton Lord estaba casado con Mauricia Josefa de los Dolores Mansilla, hija del Gral. Lucio N. Mansilla que, viudo de Polonia Duarte, había contraído matrimonio con la bella Agustina Ortiz de Rozas, tía de Manuela. Lucy Ann Sutton que a su primera hija la llamó Mancilla, era prima del “gran novelista romántico de los Estados Unidos y el Reino Unido”, Nathaniel Howthorne, y fue la longeva abuela de Lucy Bradley Sutton de Castro Ramos (1871-1970), mi tía bisabuela.
Era tan proverbial su idilio con Máximo Terrero, relación que el autoritarismo del padre no aprobaba pese al trato familiar, como las cabalgatas por los jardines, el canto de las cavatinas de Donizzetti y los rítmicos candombes de homenaje que los negros les ofrecían. Entre tanto, los jóvenes literatos dejaban grabadas sus descripciones antitéticas entre la integridad de Manuela y los rasgos del jefe federal.
El famoso “Aromo del Perdón” plantado por Encarnación Ezcurra en 1838 en el predio de San Benito de Palermo hoy llamado “Parque Tres de Febrero”, era el sitio preferido por “La Niña” para platicar con su Tatita, es un signo de esa mediación filial muchas veces fallida.
El 3 de febrero de 1852, cuando devino la batalla de Caseros, Terrero era comandante de la caballería en Santos Lugares, se incorporó a las fuerzas federales y le tocó pelear acompañando a Rosas. Llevaba como corbata un pañuelo de seda punzó bordado que Manuela le había regalado con simpatía. Tomado prisionero por las fuerzas contrarias, fue puesto en libertad por el Gral. Urquiza. Aquél y su hija Manuela huyeron a Inglaterra instalándose en Southampton.
Y la hija del Restaurador decidió dejar de lado las prescripciones.
Tomó estado y aceptó las condiciones de su padre: no estar presente en la boda y vivir en viviendas separadas. Máximo y Manuela se casaron en octubre de 1852 y así vivieron en el exilio.
Rosas creó allí un simulacro del campo argentino con sus corrales, bebederos y palenques, trabajando duramente en ellos como él mismo lo refiere en sus cartas. Su situación económica no era muy halagüeña, por lo que los Terrero le enviaban 500 libras esterlinas por año, al igual que su amigo Roxas y Patrón quien, a partir de marzo de 1858 le había girado $ 12.000 fuertes y que de 1862 en adelante le remitió 50 libras trimestrales (lo que hacía 200 libras anuales, o sea $ 1.000 fuertes). A esto se suman otras aportaciones que logran sumar una anualidad de 1.000 libras. Tales ingresos son producto de la sugerencia de su yerno: Don Juan Manuel hizo una lista de suscripción de contribuciones monetarias entre sus parientes, amigos y cercanos para salvar su situación y su decencia. Muchos respondieron afirmativamente; otros no, entre ellos un ahijado de Misia Encarnación Ezcurra, el hacendado Laureano Ramírez (1815-1874), terrateniente al sur del Salado en Gral. Belgrano y Las Flores, a quien consideró “un ingrato”, aunque quizás nunca le llegaron las cartas.
Amiga de Manuela, pero no de su círculo íntimo fue Josefa Gómez (1815-1875), “la embajadora de Rosas”, vehemente portavoz y fuerte comunicadora que manejaba el arte de la correspondencia postal para atraer e inclinar voluntades hacia la causa federal, como en el caso del Dr. Juan B. Alberdi, ministro de la Confederación Argentina en 1854, que la consideraba “mujer de gran capacidad y talento”. El Gral. Urquiza se vio inclinado a favorecer a Rosas con una pensión en el exilio gracias a la mediación de Alberdi a instancias de Josefa Gómez… Entabla amistad con Manuela y su marido Máximo Terrero, inclusive esgrime una estrategia epistolar para lograr que le sean restituidos los bienes confiscados a Rosas luego de Caseros, “por mal uso de la suma del poder”.
Máximo Terrero ya en Europa se mantuvo vinculado con el uruguayo Francisco Nin Reyes y ambos, con Francisco Lecocq, estimularon las experiencias del ingeniero francés Louis Charles Abel Tellier, inventor del sistema de refrigeración mecánica y constructor en 1858 de la primera máquina frigorífica industrial para la congelación de la carne. Las exportaciones fueron hacia Brasil y Cuba.
Es a la par oportuno recordar que las dos hermanas Matilde y Leopoldina Nin Reyes del Villar se vincularon con los hermanos argentinos Manuel y Emiliano Domingo Frías Ávila, hijos de Pedro José de Frías Araujo Ibáñez del Castrillo (1777-1837) y de Justa de Ávila Paz y Figueroa (1785-1877), nieta del Gral. Juan Joseph de Paz y Figueroa Ibáñez del Castrillo, primo hermano de la Beata Mama Antula, fundadora de la Santa Casa de Ejercicios Espirituales de Buenos Aires. Leopoldina fue abuela de Alberto Frías Bunge casado en 1946 con mi tía Celia de Estrada Castro Biedma (1906-2002). Ésta, un día, desde el sofá de su sala, me dijo lo siguiente:
– ‘Mirá esta estampa. Tiene su historia, y por eso quiero regalártela.
´Yo tenía diez años cuando un día Mamá me llevó al Palacio Episcopal a saludar al Canónigo Terrero, como le decían entonces a monseñor Juan Nepomuceno Terrero y Escalada, que era famosísimo. En el momento que él me miró, me puso la mano sobre la cabeza (yo estaba estupefacta, porque llevaba una larga cola de color fucsia que salía de su sotana y Mamá, que estaba espléndida con un sombrero de altas plumas y su traje negro, le había besado el anillo con mucha devoción). Él, mirándome con detenimiento y afecto me dijo (alisándome el gran moño blanco que yo llevaba en la cabeza):
– ´Porque eres la hija del hermano de mi gran amigo José Manuel Estrada, a quien quise mucho, te voy a hacer un regalo. Esta estampa del Niño Jesús me la envió Pepita Balcarce desde París, y ahora con mi bendición, es tuya.
– ´Yo me fui muy feliz con mi estampa a casa, que es un grabado impreso en galalite francés, ¡pero lo que Mamá luego me explicó es que la famosa Pepita Balcarce que él me nombraba con tanta familiaridad, era nada menos que la nieta del General José de San Martín! -‘
Y el viejo Terrero ya ciego murió en presencia de sus amigos Juan María Gutiérrez, el Dr. Marcos Paz, Juan Thompson, Félix Frías, José Cullen y Camilo Aldao, el Dr. Pedro Antonio Pardo, su médico, y monseñor León Federico Aneiros, su confesor.
Por pocos es sabido que el antiguo volteriano compuso en esos días una oración a la Santísima Virgen para que rezaran sus hijos antes de acostarse:
Déjame que te invoque mil veces
Madre inmortal, Madre constante,
Madre de pecadores e inocentes,
Abogada de mi alma en todo trance.
Tú eres mi única madre, de rodillas,
Te adoro en la mañana y en la noche.
Dame tu bendición, guarda mi vida
Mientras tú Hijo, mi Dios, de ellas dispone.
Según recordamos, el Gral. San Martín legó su Sable corvo al Gral. Rosas (cláusula 3era. de su testamento de 1844):
“El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sud le será entregado al General de la República Argentina, Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido, al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataron de humillarla…”.
Mariano Balcarce, marido de Mercedes Tomasa de San Martín y Escalada, entregó el legado de su suegro. Cuando Rosas escribió su testamento, en la cláusula 18ª. dispuso:
A mi primer amigo el Señor D. Juan Nepomuceno Terrero se entregará la espada que me dejó el Excelentísimo Señor Capitán General D. José de San Martín (“y que lo acompañó en toda la Guerra de la Independencia”) por la firmeza que sostuve los derechos de mi Patria. Muerto mi dicho amigo, pasará a su esposa la Señora D. Juanita Rábago de Terrero, y por su muerte a cada uno de sus hijos e hija, por escala de mayor edad.
A la muerte del Restaurador en 1877, Juan Nepomuceno Terrero ya había fallecido en 1865, correspondiéndole la posesión del Sable del Libertador de América a su hijo mayor Máximo Terrero, yerno de Rosas, quien lo conservó casi 20 años en su casa de Hampstead (Londres).
El Dr. Adolfo P. Carranza, director fundador del Museo Histórico Nacional, a mediados de 1896 le solicitó la repatriación del sable del Libertador, el que a bordo del vapor “Danube” salió de Southampton hacia Buenos Aires el 5 de febrero de 1897.
Rosas, por su parte, incluyó como acreedores en su testamento a los más íntimos de toda su vida. A José Joaquín de Terrero, padre de Juan Nepomuceno, le dejó sus espuelas de plata. A Federico Terrero, hijo de éste, las boleadoras de lazo trenzado de 6 maneadores de 5 y los recados. A sus nietos Manuel Máximo y Rodrigo les legó dos ponchitos de Vicuña que lo acompañaron toda la vida, el más antiguo de 56 años al primero. Las dos pistolas de fierro del Tucumán, a su yerno Máximo.
La descendencia de los Terrero fue numerosa y calificada.
Entre sus nietos -hijos de Federico Casiano Terrero y María Gertrudis de Escalada- destacamos a monseñor Dr. Juan Nepomuceno Terrero y Escalada (1850-1921), segundo obispo de la Diócesis de La Plata entre 1901 y 1921. Sus discípulas laicas fundaron el “Instituto Superior del Profesorado Mons. Juan N. Terrero”, baluarte de la educación platense. En un daguerrotipo están los tres hermanos: Federico María (1851-1922) casado con María Moreno Thwaites; María (1853-1922), mujer de Eduardo Pío Lanús del Mármol, y el futuro Canónigo Juan Nepomuceno.
Su figura y su representatividad socio-eclesial fue única.
Estudió en Roma y fue ordenado en Santa María La Mayor. Fue vicepresidente de la Academia Literaria del Colegio San José donde estudió, fundando posteriormente el periódico “La Voz de la Iglesia”. Capellán del Colegio de la Santa Unión de los SS.CC. en 1882; luego designado fiscal de conciliación y fiscal eclesiástico por monseñor Aneiros. Párroco de San Telmo y La Merced, Canónigo de la Catedral Metropolitana de Buenos Aires. En 1894 fue electo secretario de cámara y luego Provisor y Vicario general del Arzobispado. En 1898 el papa León XIII Obispo Titular de Delcos y Auxiliar del Obispado de Buenos Aires de 1898 a 1900.
Con la ratificación del presidente Gral. Julio A. Roca, en virtud de los derechos del patronato nacional, fue consagrado obispo de La Plata en 1900: el prelado electo viajó en un tren especial, fue recibido por el gobernador Don Bernardo de Irigoyen y bajo palio fue conducido al templo de San Ponciano. Su actuación fue satisfactoria en el sentido de la difusión de la Fe por el alcance de su presencia en toda la provincia. Su solo nombre representaba aquellos valores tradicionales de “Dios, Patria y Hogar”.
En ocasión de su muerte, el diario “La Prensa” lo definía así: “reunía los prestigios de la sabiduría cristiana, de la filantropía social y del apostolado religioso”.
Su madre María Gertrudis de Escalada era sobrina del primer arzobispo porteño Monseñor Mariano José de Escalada y Bustillo de Zeballos y sobrina segunda de la patricia María de los Remedios de Escalada y de la Quintana de San Martín. Por tal parentesco, heredó los cubiertos de plata del Libertador, y asimismo Josefa Balcarce y San Martín de Gutiérrez de Estrada le regaló una cruz pectoral realizada con los brillantes que las damas chilenas obsequiaron al prócer luego de la batalla de Chacabuco al designarlo Gran Oficial de la Orden al Mérito (detalle confirmado por mi padre que con sus hermanos fueron confirmados por monseñor Terrero). La nieta del General le dijo con lágrimas en los ojos que faltaban las piedras más valiosas porque su abuelo había tenido que venderlas en momentos de necesidad. La reliquia sanmartiniana de la Cruz pectoral del obispo Terrero fue incorporada a la Custodia del Santísimo Sacramento de la Catedral de La Plata, aunque actualmente se encuentra en su estuche original de la Casa B. Noury de París en el Museo Histórico Militar del Regimiento de Infantería Mecanizada 7 “Coronel Conde” en Arana, entregado en custodia por el obispo monseñor Plaza.
En el interior de la Basílica de San Ponciano de La Plata, de estilo neogótico, proyecto ecléctico del Ing. Pedro Benoit, fue ubicado en 1904 el histórico “Camarín de Nuestra Señora de Luján” que se encontraba en el templo dedicado a la Patrona de la Nación Argentina en la ciudad de Luján y que fue concedido a La Plata por Mons. Juan N. Terrero. En el altar barroco tallado en madera y laminado en oro se venera la primera réplica de la imagen titular original de 1630, “de peregrina hermosura”.
Ante ella y rumbo a Chile se postró la pequeña comitiva de la Misión Pontificia presidida por el vicario apostólico Mons. Juan Muzzi, el cronista P. José Salusti y el canónigo Mastai, el joven canónigo de la basílica romana de Santa María in vía Lata, Giovanni María de los Condes Mastai Ferretti, el futuro pontífice Pío IX, hoy beato. En tal ocasión fue saludado por el ministro Rivadavia y el general San Martín, los que merecieron conceptos disímiles de parte del visitante. Las memorias del prelado son minuciosas en el informe que presenta del estado del país, la revolución independentista, los efectos del gobierno anticlerical y la laicización de la cultura.
La basílica en 2019 fue declarada “Santuario de María y todos los Santos” por el actual arzobispo monseñor Víctor Manuel Fernández.
Los Terrero -padre, hijo y nieto- son tres diferentes signos de protagonismo y trascendencia.
por Aldo Marcos de Castro Paz