Solo le pido a Dios –
Que la guerra no me sea indiferente –
Es un monstruo grande y pisa fuerte –
Toda la pobre inocencia de la gente.

León Gieco

La prolongación de la invasión rusa al territorio ucraniano nos lleva a la necesidad de reflexionar con mayor profundidad sobre nuestro rol como tercer país neutral. En “El crimen de la guerra “/1870 , libro de extraordinaria profundidad, tan importante como las “Bases”, Juan Bautista Alberdi (1810-1884) desarrolla su tesis de la central injusticia de la guerra como método de resolución de conflictos, pues, en definitiva, la victoria no siempre  corresponde al más justo, sino  al más fuerte, hábil o afortunado.

Admite la teoría clásica sobre  la validez de la  guerra defensiva, observando, sin  embargo, que ninguno de los beligerantes admite general mente haber sido causante de la guerra.

 Esta obra, muy recomendable por su extraordinaria actualidad, contiene capítulos de especial interés  para quienes, como nosotros, tenemos una tradición de neutralidad, que en este caso se mantiene. Curiosamente, plantea que la neutralidad, para ser útil, debe ser ejercida desde una posición sólida, puesto que “los neutrales que no saben armarse para imponer la paz en su defensa, merecen perder la soberanía que no saben hacerse  respetar”.… Es que “la neutralidad que no es armada no es neutralidad, pues  su debilidad la subyuga el beligerante a quien estorba”. En consecuencia sostiene que toda neutralidad debe tener un rol activo, y que para estar en posición de defender el derecho universal a la paz, es condición  tener la fortaleza necesaria para que tal postura sea tenida en cuenta. Sostener  el derecho universal a la paz, sólo se puede hacer desde una posición de fortaleza. Agrega que la concertación de los países contrarios a la guerra para servir a la constitución de una soberanía universal que la descarte como medio de solución de conflictos, es que haya “una tercera entidad, la de los neutrales”, que como jueces de los beligerantes hayan de imponer el derecho de la paz, para lo cual se requiere asimismo que tal neutralidad esté revestida de imparcialidad. Define a los neutrales como “aquellas que  no se ingieren ni participan de la guerra”, lo que les da derecho de ser árbritos naturales de los beligerantes ,por tres razones principales. Primera: porque no son parte del conflicto. Segundo: como consecuencia de su  no injerencia en la guerra gozan de una presunción de  imparcialidad que no pueden tener los beligerantes. Tercera: porque los neutrales  representan y a la vez integran  la sociedad entera del género humano, titulares por lo tanto de la soberanía judicial del mundo ante los beligerantes involucrados en ese desorden escandaloso que la guerra.

 El poder de los neutrales, por lo tanto, resulta fundamental para el “progreso de la civilización política”, en cuanto titulares de un derecho de “expresión de la ley o del derecho de la paz, que debe ser la regla”. Representando en tal sentido el derecho general de la humanidad a la paz.

Invitamos a reflexionar sobre esto, en la medida en que nuestro país tiene una larga tradición de neutralidad, aunque no está hoy en condiciones por cierto de imponer moralmente por sí solo un arbitrio de finalización del conflicto que nos entristece y duele. Éste es uno de esos temas que la política debe también profundizar, comprender y adoptar, de modo de generar las  condiciones, que nos habiliten, desde una  neutralidad activa, a sumarnos de modo permanente al sostenimiento de la paz entre las naciones.

por RA Punte