Cada vez que llegaba la hora de almorzar, Myriam, no podía lograr que el pequeño Tobías, comiera.

Alguien, algún consejero de esos que nunca faltan, le dijo:

-Dile que si no come vas a tener que llamar al “Hombre de la bolsa”.

-¿Te parece que dará resultado?

-Creo que si, además, ¿qué puedes perder..?

Y Myriam siguió con el consejo.

De ese modo, cada vez que Tobías no quería comer, le decía:

-¡Si no comes, llamo al “Hombre de la bolsa”! y el pobre Tobías imaginaba que un hombre malo y feo vendría a buscarlo. Se ponía a llorar y… comía.

Hasta que un día, el niño se cansó de ser amenazado y le dijo a su madre que no comería.

La madre se asomó a la ventana y llamó entonces al “Hombre de la bolsa”.

-¡Hombre de la bolsa, hombre de la bolsaaaa!

Y apareció un hombre alto y regordete con una bolsa gigante de esas que se usan para consorcio.

Tobías, exaltado y excitado por la curiosidad, salió a verlo.

El hombre preguntó:

-¿Quién me llama? Y Tobías respondió:

-Mi mamá.

-¿Cuál es tu mamá?

-Esta, dijo el niño señalando a su madre.

Entonces, fue así que el grandote, la metió en la bolsa y se la llevó…