Por: Dr. Roberto A. Punte.

La “ley primera” que nos recuerda José Hernández se verifica existencialmente en la concordia social que es el prerrequisito del mutuo respeto en la libertad, la dignidad y el ejercicio de los derechos.

La Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre en su preámbulo comienza expresando “todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están por naturaleza de razón y conciencia, deben conducirse fraternalmente los unos con los otros” e iguales principios se plasmaron luego en la Declaración.

Este deber de fraternidad se ha de ejercer sin distinción de raza, sexo, idioma, credo, opinión política, origen nacional o social, posición económica, nacimiento, o cualquier otra condición.

Lo contrario a la fraternidad, la desunión, la extrema disensión y discordia, cuando se manifiesta en el orden social es raíz de graves daños no sólo actuales, sino que se han de prolongar en el tiempo.

De ahí la enorme preocupación que sacude  el ánimo de las personas de buena voluntad cuando se verifican las grietas económicas, sociales, culturales y políticas que nos dividen, o que dividen a otros, generando divergencias profundas que obstaculizan los esfuerzos comunes para la vida feliz participable por todos.

Esto vale para nuestra conciencia sobre las distancias que separan a indigentes y pobres, de sus connacionales que cuentan con los medios para una vida digna que aquellos sólo vislumbran desde lejos. O cuando la agitación política llega a la violencia que se manifiesta en la división o el separatismo, el daño a los bienes públicos comunes, o simplemente a la matanza de connacionales.

El mundo está conmovido por una puja verbal y de bravuconerías que luce como riesgoso prefacio de una guerra atómica intercontinental, que se encima sobre otra sórdida amenaza de terror seudo religioso. Entre nosotros , según  sean las capas etáreas o sociales, sufrimos aun disensiones  sobre Rosas o Perón, sobre los 70, y qué no decir sobre los últimos doce años o la sedición territorial intentada a nombre de autoproclamados originarios pre-argentinos.. Los españoles están viviendo días  dramáticos por la secesión buscada por una más o menos amplia parcialidad catalana.

Estos males no son inevitables, pero requieren, primero conciencia de ellos, y luego, remedios. El principal, dar debida prioridad  a la la sujeción a la ley y el cumplimiento de los propios “deberes respecto a la comunidad puesto que sólo en ella pueden desarrollar libre y plenamente su personalidad” según expresa el artículo 29 de la Declaración Universal, que luego suma un fundamento que  excluye  la ciega sumisión ,puesto que el leal  acatamiento adquiere su cauce y sentido por su finalidad, o sea  “el reconocimiento y respeto de los derechos y libertades de los demás, dentro de las justas exigencias de la moral, el orden público, y el bienestar general en una sociedad democrática”.