Cuando era estudiante de economía, a principios de los ochenta, escuchaba a dirigentes peronistas perorar que como el consumo era el 70% del PBI, para que la economía creciera había que aumentar el consumo. Como si no hubiera pasado el tiempo, hoy escucho la misma argumentación. Hace unos días un líder de la oposición destacó la importancia de generar una dinámica en la cual “el consumo y la inversión sean los impulsores del crecimiento”. Días más tarde, un popular conductor de TV con ambiciones políticas explicó, como si supiera, que “la economía tiene que tener tres patas: consumo, exportaciones e inversiones genuinas”. Y agregó: “Si empezás por el consumo de la gente, dándoles para que consuman más, es posible que después vengan más inversiones”.

Derivar de una identidad macroeconómica conclusiones sobre las causas del crecimiento denota un profundo desconocimiento de economía. Que una parte del ingreso se gasta y la otra parte se ahorra es una tautología. Basta trasladar el razonamiento a nivel individual. Si nuestro consumo representa el 100% de nuestro ingreso, sería ridículo deducir que para aumentar este lo que tenemos que hacer es aumentar aquel. El resultado no sería un aumento de nuestro ingreso, sino un endeudamiento creciente. Lo mismo equivale para una sociedad. Caso contrario, y usando la misma argumentación, para aumentar el PBI solo bastaría con aumentar el gasto público, lo cual es un disparate, como demuestra el caso argentino. No se puede aumentar el consumo sin aumentar el ingreso (o el endeudamiento). Y a nivel agregado no se puede aumentar el ingreso sin más trabajo, más inversión (más ahorro) y/o mayor productividad.

Nuestros políticos y aspirantes a políticos deberían seguir el consejo de José Ingenieros, quien recomendaba a “todos los hombres que tienen alguna intervención en el manejo de los asuntos públicos” leer Estudios económicos, de Juan Bautista Alberdi, una obra “de ciencia aplicada al arte de gobernar”. El pensamiento económico de Alberdi sigue vigente, evidenciando la notable involución que ha experimentado el país, lo que a su vez refleja una notable incapacidad de aprendizaje a nivel colectivo. Quizá sea utópico pretender que, en una sociedad adicta al populismo, quienes aspiran a llegar al poder propongan otra cosa que populismo. Sin embargo, no hay que perder las esperanzas. Caso contrario, la única alternativa racional es emigrar.

Lo primero que tenemos que rescatar de Alberdi es su diagnóstico de nuestra situación dos décadas después de la caída de Rosas: “Nos creemos ricos y gastamos como ricos lo ajeno y lo nuestro, solo porque tenemos vastos territorios dotados de clima y de aptitudes capaces de servir al trabajo del hombre para producir la riqueza”. Parecería que luego de 145 años hemos vuelto al punto de partida. Cualquier análisis económico de la realidad argentina debe reconocer este diagnóstico. El resto es cháchara populista.

Lo segundo a rescatar de Alberdi es la solución que propuso para reducir la pobreza: el trabajo y el ahorro. En su opinión, para que el primero fuera productivo, debe reunir ciertas condiciones básicas, de las que destaco dos: 1) debe ser constante y persistente, es decir, un hábito, y 2) debe ser la “virtud democrática y republicana por excelencia”. Lo que el trabajo y el ahorro son para la riqueza, la ociosidad y el dispendio son para la pobreza. Esta es la relación más importante en economía, no la del PBI. Como advirtió Alberdi, si al ocio y al dispendio público y privado financiado con crédito les sumamos un mal gobierno, el resultado inevitable es la decadencia. Así estamos.

“Para vivir como el inglés y el francés… es necesario trabajar, producir como el inglés y el francés”, decía Alberdi, “el que produce como un africano… no puede gastar como un europeo”. También enfatizaba que el trabajo debe estar asociado al ahorro, ya que “sin este deja de ser causa de la riqueza”. Es la aplicación gradual y paciente del ahorro la que “forma el capital”.

Entre las principales causas de la pobreza del país (en aquel entonces), Alberdi identificaba “la sustitución del trabajo por los artificios del crédito”, el “dispendio y destrozo de capitales ajenos tomados a crédito”, los “empréstitos levantados para esas empresas [públicas]”, el proteccionismo y los monopolios, “el lujo público y privado en obras innecesarias”, la “especulación sustituida a la industria”, la ignorancia general de la población sobre las causas del crecimiento, el “lujo de subvenciones y estímulos prodigados a empresas industriales”, el “lujo de los viajes a Europa” y el costo “exorbitante” del gobierno cuando lo que se necesitaba era una administración “barata y eficaz”.

Hace setenta años que no crecemos porque nos olvidamos de las enseñanzas de Alberdi. Lo mejor que pueden hacer nuestros políticos si verdaderamente quieren revertir nuestra decadencia es promover la cultura del trabajo y el ahorro. La afición por consumir más de lo que producimos que alienta el populismo es lo que nos lleva a endeudarnos, lo cual a su vez nos lleva inexorablemente a sucesivas crisis. La proverbial incapacidad argentina de transformar experiencia en enseñanza que destaca Santiago Kovadloff se debe a que nos aferramos a una creencia errónea: que somos ricos, pero estamos pobres porque nos explotan los de afuera. Gracias a ella pasamos de ocupar, en promedio, el sexto lugar en el ranking mundial de PBI per cápita entre 1875 y 1930 al puesto 54, en promedio, en lo que va del siglo XXI. No hay otro país que haya experimentado una decadencia semejante. Venezuela nos sigue de cerca y por las mismas razones.

“Un empobrecimiento nacido de ideas viciosas sobre el medio de enriquecer sin las virtudes del trabajo y del ahorro es una enfermedad moral”, advertía Alberdi. Esta enfermedad es el populismo. Erradicarlo requiere necesariamente un cambio cultural. El Gobierno debería educar con el ejemplo.

Economista

Fuente: La Nación Online