Agradezco a los amigos del Rotary Club de Montevideo, y  de Buenos Aires, la honrosa distinción que me permite sumar mi nombre, a la nómina de personalidades de ambas orillas del Plata que la han integrado hasta la fecha. Me resulta particularmente grato también que el oficio de historiadora sea considerado por los rotarios de ambas ciudades, servicio a la comunidad. Así lo he vivido siempre.

En homenaje al lazo entrañable entre ambas ciudades, más allá de celos y rivalidades fraternales que también jalonan nuestra historia común, me referiré al vínculo creado por la literatura, cuando las alternativas de las guerras civiles llevaron a un calificado grupo de argentinos a Montevideo donde constituyeron un grupo compacto, bien relacionado con escritores e intelectuales locales. Hacia 1840, en Montevideo, se gestaron y se publicaron algunas de las  obras fundadoras de la literatura argentina.

Dicho proceso tiene un  valioso antecedente en la literatura de género gauchesco que nos distingue.  En efecto, los primeros versos de ese género son obra  un auténtico rioplatense,  Bartolomé Hidalgo, de padres porteños, nacido y educado  en Montevideo Los versos de Hidalgo, manuscritos o impresos circularon en todos los sectores sociales de las dos ciudades y  los  cielitos que se cantaron en el primer sitio de  Montevideo, frente a las murallas donde acampaban las tropas patriotas . No obstante la bien ganada popularidad de estas composiciones, según Ricardo Rojas, “No fue en los cielitos heroicos sino en los diálogos donde Hidalgo mostró sus condiciones realmente creadoras y dejó los gérmenes de la poesía gauchesca (en el Diálogo patriótico interesante entre Jacinto Chano capataz de una estancia en las Islas del Tordillo y el gaucho de la Guardia del Monte, aparecen los temas de la justicia dispar para el paisano y el gaucho, que anticipan el Martín Fierro.

Hacia 1840, floreció la poesía gauchesca, nuevamente en Montevideo, en la obra de Hilario Ascasubi, nacido en Fraile Muerto (Córdoba) y emigrado en Montevideo en tiempos de Rosas, donde publicó una serie de hojas periódicas de tono gauchesco. Su vocación literaria no le impidió desarrollar una activa vida política y social: fue teniente de la Legión Argentina  durante el segundo Sitio de Montevideo, en 1843, empresario, panadero y generoso anfitrión de sus compatriotas exiliados. En la voz del gaucho Jacinto Cielo, y de otros paisanos, describió escenas truculentas ambientadas en el Buenos Aires federal: “La Refalosa, Isidora la federala y mashorquera, son versos que formaron parte de la propaganda política de la época. Ascasubi no olvidó elogiar en sus versos de combate el coraje de los “morenos”, los negros esclavos  emancipados para incorporarlos al servicio de las armas y cuyos “batuques” abundaron tanto en el campo de los sitiadores y como en el de los sitiados.

Durante “la Guerra Grande (1839-1851), “un drama íntimamente ligado a la configuración de las nacionalidades de la cuenca del Plata, dice Pivel Devoto,  el ex presidente Oribe, desplazado del cargo por los liberales de Rivera, sitió a Montevideo. Fueron casi 9 años, lapso que permitió a los defensores, imbuidos de literatura clásica, comparar a la ciudad con la Troya homérica, Montevideo, o una nueva Troya, fue el título de un libro de Alejandro Dumas, el escritor francés más leído en esos años, ganado por la propaganda de los sitiados.

 El carácter cosmopolita de la población de Montevideo hacia 1840, fortalecido por la presencia de buques de banderas extranjeras en  el puerto, el intenso comercio y la inmigración, se manifestó  en la legiones de italianos,  franceses, vascos e ingleses que participaron de la Defensa. Figuraban asimismo los argentinos enemigos de Rosas emigrados, los más comprometidos en la lucha.

Como bien señala Sarmiento, “un ejército argentino sitiaba la plaza a las órdenes de un montevideano (Oribe) y la plaza había improvisado y sostenido su resistencia a las órdenes de un general argentino (Paz); la prensa del Cerrito redactábanla los montevideanos, y la de Montevideo los argentinos, mientras los europeos han tomado posesión de una punta de suelo americano”. Sarmiento, Viajes

 Entre tanto, pese al estado de guerra y a los permanentes sobresaltos, la vida retomó su curso, incluidas las tertulias literarias y de música, los concursos de poesía y las veladas de teatro. Esto permitió que  se conjugaran la afición a las letras de un calificado grupo de emigrados argentinos con la de sus pares uruguayos. Ambos grupos tenían un horizonte común de lecturas y autores favoritos, clásicos y románticos, europeos y americanos.

Esa facilidad con que entablaron vínculos duraderos, y amistades sólidas,  se explica en parte porque en Montevideo y Buenos Aires la composición social de su clase dirigente era similar. Dice a ese respecto el historiador Carlos Real de Azúa, que en ningún sector del patriciado uruguayo, integrado por comerciantes, estancieros, barraqueros y militares,  hubo mayoría de pudientes, y que las violentas luchas políticas llevaron a  la pobreza a muchos que habían estado en  situación  acomodada, en particular a los viejos militares de la Independencia, tanto uruguayos como argentinos, como se ve en las Memorias de Iriarte:

En esa dirigencia uruguaya, sin cohesión, hubo una variedad de proyectos históricos. Una parte de ellos coincidió con los intereses de los liberales argentinos emigrados. La otra parte del patriciado, quizás la más numerosa, rica y representativa, se quedó junto a Oribe, en el Cerrito. Algo similar ocurría entre los emigrados argentinos, la flor y nata de la sociedad de los tiempos de la Colonia era rosista, los más nuevos, formaban en las filas del  liberalismo.

Entre los intelectuales uruguayos “empapados de romanticismo”,  Andrés Lamas, desempeñó un papel relevante en la política y en las letras. El periódico “El iniciador”, que  fundó 1838, dio lugar a que colaboraran escritores de la joven generación argentina, recientemente emigrados. Este y otros periódicos dieron “la fundamentación política e histórica de la Defensa.

El historiador Raúl Montero Bustamante, en  un ensayo sobre el período romántico dedicado a Andrés Lamas, lo ubica como jefe de policía de la ciudad sitiada, decidido a dar la guerra contra Rosas, en el campo de batalla y en el de las ideas. Eran épocas, dice, en que se improvisaban pequeñas salas de redacción que pronto se convertían en tertulias literarias, de donde salía, junto con el artículo candente, con la estrofa inspirada, con la lección de moral o de filosofía, la proclama de guerra contra el tirano de Buenos Aires. La librería de Hernández, instalada en un caserón colonial de la antigua calle del Portón, donde Lamas instaló la redacción del diario, fue el centro de estas reuniones de periodistas, políticos y soldados. Por allí desfilaron todos los próceres de la emigración argentina y en aquella trastienda, convertida en redacción política, se escribieron las más ardorosas páginas de la literatura unitaria.”

Al evocar a los emigrados argentinos, Montero Bustamente dice que en su tiempo, esto es  hace un siglo, Montevideo estaba todavía lleno del recuerdo de los proscriptos, “Cuando se recorren las calles de la ciudad…nos salen al paso, en todas partes, vestigios o huellas de la inquieta vida de aquellos hombres. Menciona la casa del general Paz,  en la calle Yaguarón, que fue refugio de muchos emigrados, Mármol, Mitre, Echeverría; la botica de Cantilo que fue centro de la tertulia unitaria, el caserón donde Agüero pasó sus últimos años, la casa la del general Rondeau, la de Martín Rodríguez y la que habitó el general Vedia y donde habitó Mitre, recién casado con su hija Delfina, la que ocupó Miguel Cané donde nació, a fines del Sitio, su hijo Miguel, y la de Vicente Fidel López donde vino al mundo su hijo Lucio Vicente, dos montevideanos de nacimiento que figuran entre los escritores argentinos más destacados de su generación.

“Todas las figuras de aquella emigración nos son conocidas, dice Montero Bustamante-  las veos moverse sobre el fondo de la tradición doméstica; las hemos sentido vivir en los relatos de nuestros mayores, dejaron huella en nuestras casas,..sus retratos están en los álbumes de familia, recordamos su carácter y su vida. La historia ha incorporado a su acervo gran parte de la emigración unitaria. Sabemos cuáles fueron las estrecheces que pasó Esteban Echeverría durante el Sitio, sabemos que Mármol, para ir a recibir el premio en el certamen poético de 1841, -donde obtuvo sus primer reconocimiento-  tuvo que pedir prestado el frac a uno de sus amigos; conocemos las pintorescas aventuras de Rivera Indarte; Mitre nos narró los últimos días de Rondeau.. y todos por fin repetimos de memoria los versos de [Luis ] Domínguez,

“Ahí estás, Montevideo,/Extendida sobre el río/Como virgen que en restío / se ve en el lago nadar. /La Matriz es tu cabeza, / es la Aguada tu guirlanda, Blancos techos son tu espalda / Y es tu cintura la mar”…. Raúl Montero Bustamante. Ensayos. Periodo Romántico, Montevideo, 1928. p. 211-216.

En las viejas familias rioplatenses, como la mía, las historias  de ambas orillas se entrecruzaban. Me permitiré aquí  introducir una memoria propia, como descendientes de familias de filiación unitaria En mi hogar, en mi remota infancia, se cantaba una diana; “Arriba muchacho que las cuatro son, y los federales tiran al Cordón”, cuya letra remitía a los tiempos del histórico Sitio, cuando  Dionisio Quesada, el padre de mi abuela, comandaba una de las baterías de la Defensa. Por esa misma época, y en la misma ciudad, se había establecido Francisco Pico, el abuelo de mi abuela materna, que integró el primer contingente de emigrados . Los dos  vivieron largos años en “la tacita de plata”, como denominaban afectuosamente a Montevideo, se casaron, y participaron  en las acciones militares de la Defensa y en la vida política, cultural y profesional, de la ciudad.

Los emigrados escribieron artículos periodísticos, ensayos, novelas,  poemas, traducciones,  obras de teatro. En el diario El nacional, fundado por Andrés Lamas,  1838-1848,  con la intención de “conquistar la independencia inteligente de la Nación”, colaboraron Alberdi, Echeverría,  Cané, Gutiérrez, Félix Frías, Carlos Tejedor, Mitre, Varela. Y esos mismos nombres y los de Valentín Alsina, Juan Thompson, Luis Domínguez,  se repetían en otros periódicos de corta y de larga vida, fueran hojas de combate o publicaciones de largo aliento.  O comedias satíricas, como El gigante Amapolas, que Alberdi estrenó en el teatro San Felipe,  donde se representaban obras de Alejandro Dumas y de Víctor Hugo.

En Montevideo está fechada lo mejor de la obra literaria de Jose Mármol, Amalia, la primera novela escrita por un argentino, en las que sus compatriotas se vieron reflejados, se escribió y publicó en Montevideo, en 1851. También los Cantos del Peregrino fueron publicados por la Imprenta del Comercio del Plata; Mármol, autor de poesías liricas, junto a otras de tema político, como la conocida la invectiva a Rosas, eludió el servicio de las armas y optó por instalarse en Rio de Janeiro durante el periodo álgido del Sitio, regresó, y volvió a Buenos Aires al día siguiente de Caseros. “Adiós voluptuosa coqueta del Plata”, fue su verso de despedida.  Mármol dejó de lado a partir de entonces su talento literario, en aras de la política.

 Sobre Vicente Fidel López, dice su biógrafo, Ricardo Piccirilli: “Montevideo le da a López el reposo necesario para decantar su creación. Los primeros años de su exilio fueron en Chile, llegó a Montevideo, en 1846,  a los 37 años, para formar su hogar  con Carmen Lozano,  su prometida; tuvo varios hijos, se  incorporó al foro uruguayo y formó una buena biblioteca, cuyo contenido comentaba en cartas a su padre, Vicente López y Planes, por entonces alto funcionario del gobierno de Rosas, cuyos reproches al hijo rebelde, sólo se olvidaban en el horizonte común de autores, libros y  curiosidades históricas.

 Mientras escribía los capítulos de El capitán Vargas, primer título de la trilogía de tema histórico americano que proyectaba,  Vicente Fidel López  recibía entusiastas elogios de sus amigos; él lo consideraba solo  un buen trabajo, “el primero que se hace entre nosotros de ese género (la novela histórica).

“Varias noches de lluvia – escribe a su padre- las he ocupado en leerles el manuscrito a don Luis [Domínguez] y toda la familia, en comité literario, escribe López-  y he conocido que los había divertido mucho con su lectura. Nada hay en ellos que sea de la política de la época”. En respuesta el padre le recomendaba prudencia, no ofender a las familias, no acarrear sus odios ni escandalizar, sobre todo si se trataba de señoras principales.  Ricardo Piccirilli, Los López. Una dinastía intelectual. Buenos Aires, Eudeba, 1972, p. 64 y ss

Esteban Echeverría, refugiado en la República Oriental, tras la frustrada expedición de Lavalle, hizo de la ciudad sitiada su nuevo hogar. Residió en ella hasta su muerte, en 1851, a los 45 años, vividos penosamente, acosado por la enfermedad y la pobreza,  abocado a sus trabajos políticos y literarios, y  también a la vida social y sentimental.  Publicó poemas y ensayos, intervino en polémicas y escribió cartas como la muy célebre que dirigió a Justo José de Urquiza, en 1846, invitándolo a realizar la obra de la organización nacional, carta en que revelo su visión política a futuro. En literatura, publicó los versos del Angel caído, y textos sobre la historia contemporánea, su ensayo de más largo aliento, El Dogma socialista, (1846) y el Manual de Enseñanza moral, escrito por encargo del gobierno.

En cuanto a Sarmiento, su breve paso por la ciudad sitiada en el verano de 1846, dio lugar a una de las cartas, dirigida a Vicente Fidel López que integran Viajes por Europa, Africa y América. En ella se lee la conocida descripción de las dos capitales rioplatenses:…” cual anfiteatros,  dos ciudades espectadoras, que han tenido desde mucho tiempo la costumbre de lanzar de sus puertos naves cargadas de gladiadores para teñir sus aguas con inútiles combates. Montevideo y Buenos Aires conservan su arquitectura morisca, sus techos planos y sus miradores que dominan hasta muy lejos la superficie de las aguas. La brisa de la tarde encuentra siempre en aquellos terraplenes elevados, millares de cabezas de las damas del Plata…si la tempestad turba el ancho río… si la escuadra enemiga asoma sus siniestras velas, Montevideo y Buenos Aires acuden alternativamente a sus atalayas y azoteas a hartarse de emociones”…

Vale recordar que Sarmiento todavía no conocía personalmente Buenos Aires pero que se apoyaba en lecturas y relatos además de su imaginación, y como ha observado la histaoriadora Adriana Amante, también en obras de artistas como Adolphe D’Hastrel.

Otra carta, no publicada, conservada en al archivo Gutiérrez, dirigida a los amigos de Valparaíso, da cuenta de la vida privada en la ciudad donde lo ha pasado admirablemente, gracias a las recomendaciones que llevaba, en particular la de Gutiérrez para la señora Mendeville, (Mariquita Sánchez) que lo recibió amablemente, lo sedujo “con el arte  que sabe hacerlo”, y lo atosigó con cartas de recomendación.

Para recordar los años de la emigración argentina en Montevideo, es necesario evocar la presencia de Mariquita Sánchez de Thompson y Mendeville, antes, durante y después del Sitio. Ella imprimió su espíritu refinado y travieso a las reuniones de los emigrados y de la sociedad local, y fue la mejor anfitriona en veladas musicales de piano para sus jóvenes amigos, Juan María Gutiérrez, Juan Bautista Alberdi, Esteban Echeverría, José Mármol,  el grupo político de mayor proyección en la futura organización constitucional de la República Argentina.

Mariquita fue directa y sincera, cuando Juan Manuel de Rosas, que era amigo de infancia le pregunto por qué se iba del país, contestó rápida: “Porque te tengo miedo Juan Manuel” De este modo sintetizó las razones del exilio. Pero como luchadora que fue, siguió adelante, convocó a su mesa y su casa, celebró sucesivos cumpleaños, visitó a muchas familias uruguayas, y conversó con amigos de su generación.

“Mi amigo, le escribe a Florencio Varela, tenga la bondad de hacer dar al portador los tres cuadernos escritos en Valparaíso, de Frías, Alberdi y Gutiérrez; las cartas de Lord Howden (en inglés y españo) y si tiene usted un escrito que publicó O’Brien en Inglaterra…. haga la cuenta lisa y llana. Esta tarde pensé ir allá y en el camino tuve que volver. Pronto iré porque deseo mucho un ratito de los nuestros. Su mejor amiga”.

Agradezco a este premio rioplatense  el gusto de estar aquí con ustedes, por los medios que nos permite la pandemia, comunicados entre las dos capitales del Plata, ese rio que tanto queremos. Y también agradezco la oportunidad que se me dio, de leer y releer libros y cartas- como las de mi amiga, misia Mariquita, para ratificar que en medio de las catástrofes y de los odios, permanecen los afectos, las creencias, las convicciones, los sentimientos de triunfo y de fracaso, las incertidumbres del amor, el valor de la amistad, en suma todo aquello que nos acerca a la gente del pasado y al comprenderlos, nos hace más llevadero este difícil presente.

por María Saenz Quesada