Tres rasgos que aparecen en el contexto: la inmediatez, lo descartable y la incertidumbre. Un elemento que corroe toda comunicación: las distorsiones derivadas de nuestras propias suposiciones; es lo que elijo compartir con ustedes como disparadores para generar  algunas reflexiones y movimientos.

No es la primera vez que oímos acerca de la paradoja que nos rodea, pues en la era de las comunicaciones y la interconectividad, nos sentimos, sin embargo, cada vez más desconectados y desencontrados con los demás. Hablar el “mismo” idioma ya no funciona como garantía suficiente para entendernos con nuestro entorno.

Hace más de 10 años que, como mediadora comunitaria, intervengo en todo tipo de conflictos desde lo familiar hasta lo político- institucional. Todos ellos tienen algo en común en el fondo, hay personas involucradas con dificultades en la comunicación. Mediar implicar habilitar un espacio de conversación, una posibilidad de encauzar el diálogo de manera que pueda lograr su cometido fundamental: relacionarnos, entendernos, encontrarnos. Jean Six F. la describe como un “espacio de creatividad personal y social, una realización de ciudadanía

Si hay deficiencias en la comunicación, se debilita la relación y emergen diversos conflictos.

Hoy veo claramente que hemos naturalizado esta pauta y este “estar en conflicto”, a tal punto, que ni siquiera lo advertimos: parece que se ha convertido en el modo habitual de estar con los demás; lo que no implica que emocionalmente nos haga bien. Sin embargo la tendencia ante esto es poner piloto automático y seguir, parece que no tenemos tiempo de sentarnos a mirar y contemplar, a uno mismo y su entorno.

Es una pauta relacional, se presenta de la misma manera, intensidad y generando los mismos efectos “nocivos” en todas nuestras relaciones: intimas, sociales y finalmente se refleja en la forma en que funcionan nuestras Instituciones y el Estado.

¿Por qué nos sucede esto? ¿Cómo revertirlo? ¿Hay un “modelo acertado para relacionarlos”, la fórmula salvadora? Y las preguntas pueden ser muchas más. No sé si existen respuestas con total certeza, aunque sí estoy convencida que preguntarnos empieza a generar movimientos. Cuestionarse es saludable porque rompemos pre-conceptos, la curiosidad nos estimula y nos ponemos creativos; y esto siempre suma, en cualquier vida y en todas las relaciones.

Voy a tomar algunas ideas que me surgen a partir de estas preguntas; sin la intención de establecer una visión, un concepto y una receta; no creo en las verdades duras y concretas, creo más bien en algunos “quizás” que puedan darnos pistas por dónde ir probando cuestiones diferentes si lo que estamos haciendo no nos conduce a donde queremos llegar. Como decía antes, contemplar y después animarse a avanzar con una mirada más clara.

El contexto actual nos lleva a experimentar la celeridad. Hoy podemos satisfacer lo que deseamos en un segundo, todo está al alcance de un click. Hay que darle prioridad a lo urgente (que es casi todo), entonces ¿Cómo contemplar y realizar proyecciones a mediano y largo plazo? Parece que lo concreto es lo inmediato y lo demás una especie de abstracción para la que “no hay tiempo”, sería algo así como un “divagar improductivo” porque no nos dá visibilidad y eso parece no ser una buena estrategia. Y esto está claro, tenemos que aprender a mantenernos en la ola de la novedad permanente, estar en la vanguardia y un paso más allá. Ahora “lo urgente” ¿Es el único horizonte a considerar? ¿Necesariamente desplaza la visión a largo plazo? ¿Acaso los deseos sostenidos e invertir tiempo en concretarlos, no nos aportan valores, virtudes y habilidades que nos permiten desarrollarnos mejor?

Es que de la mano de la inmediatez viene asignarle la categoría de descartable a casi todo, la vorágine nos lleva a cambiar en forma permanente, entonces urge aprender a desapegarnos todo el tiempo de todo. “Que fluya, soltar y soltar” parecen ser las consignas del momento. ¿Y eso está bien? Claramente sí, cuando necesitamos cambiar; ahora ¿Cuánto tenemos que cambiar? ¿Qué tenemos que cambiar? ¿Cuándo? ¿Todo, siempre, constantemente? Si la tendencia sigue este curso, a veces me da la sensación de que ya hasta nuestros deseos parecen ser descartables, ¿Para qué aferrarme a “eso que estoy sintiendo en este momento si hay tantas miles de posibilidades”? Y si elijo una corro el riesgo que perderme otras miles que ni siquiera ahora soy consiente que tengo. ¿Es conveniente que nos pongamos a nosotros mismos y a nuestros deseos en una categoría tan abstracta y desdibujada? ¿Siempre? ¿Nos hace bien? ¿Suma a nuestra felicidad?

En este escenario la incertidumbre aparece prácticamente como el modo de ser y estar con lo demás y ellos con nosotros, e incluso de uno consigo mismo. En el mundo de las miles de posibilidades siempre mutantes, donde es tan así que todo es nada al mismo tiempo; ¿Dónde hay espacios para la certezas? ¿Las necesitamos?.

Este contexto ayuda mucho generar y agrandar desencuentros, si nos pasa con nuestros propios deseos ¿Qué queda para los demás? La empatía se debilita a tal punto que parece que casi ni siquiera es posible reconocer nuestra necesidad de la existencia de los otros en nuestra vida. La distancia genera espacios vacíos que a nuestra mente no le gustan sostener, entonces los llenamos con nuestras propias suposiciones acerca de lo que le pasa al otro, lo que quiere, cuáles son sus intenciones; desde allí interpretamos lo que el otro hace y accionamos de acuerdo a nuestra propia construcción de la realidad. Si a esto sumamos que los demás también hacen lo mismo de suponer; todo empieza a distorsionarse y es claro que nos enredamos en una deficiencia comunicacional que nos aleja y paradójicamente refuerza nuestro pre-concepto de las “bondades” de la inmediatez: descartar, poner piloto automático y seguir.

Me suena que es necesario que empecemos a cuestionarnos un poco esto de si experimentar tan intensamente estos polos es la única opción que tenemos, o podemos empezar a integrar polos que parecen opuestos, pero quizás no lo son tanto.

Se dice que en la diversidad está la riqueza. ¿Acaso podemos ser más plenos y libres si nos comprometemos más con nosotros mismos, si nos animamos a sostener deseos en el tiempo, si reconocemos lo importante que son los otros; si acortamos distancias dejando de suponer y  preguntando más; si podemos asignarle valor a nuestras certezas, esas que hablan desde la panza y el corazón?