Nuestras decisiones y acciones requieren un impulso emocional que nos movilice, por acción o reacción, por gusto o disgusto, por amor o por repulsión. Pero como los sentimientos tienden  a ser inestables, la convicción necesaria para  acciones complejas y sostenidas en el tiempo exige apoyarse en razones o justificaciones, que por integrarse en nuestra historia personal, toma la forma de una narración, una explicación sobre el fin a conseguir, más simple o más compleja según este sea cercano o lejano al principio de la acción que lo busca.

De ahí que las palabras que definen el estado óptimo del ejercicio de la política remiten a  los conceptos de conducción y liderazgo, esto es, de marcación de guías  para la acción colectiva.

La dotación de sentido genera marcos conceptuales capaces de movilizar la inteligencia, así como excitar la imaginación y la sensibilidad, generando propósitos y acciones, que, encolumnados, determinan rumbos que serán virtuosos o negativos según sean sus orientaciones. Un líder negativo puede arrastrar a su país a una lucha destructiva, tanto de sus vecinos como de sus propios habitantes, siendo un claro ejemplo la conducción nacional socialista que destruyó no sólo a la Alemania de aquella época sino a sus aliados, victimas  y terceros ajenos al conflicto , generando daños enormes a través de una extensa guerra. Han sido líderes positivos quienes gestionaron la reconstrucción de lo dañado.

George Orwell describió en “1984” una brillante interpretación del uso de las narrativas como modo de generar escenarios de ilusión, a través de la manipulación del lenguaje, las omnipresentes gigantes imágenes de los líderes –el “BigBrother”-, un obsesivo contralor de la expresión del pensamiento llegando por esa vía a reconfigurar  aun las ideas y los valores, acompañando  la reescritura permanente de la historia por un Ministerio de la Verdad, para impostar  coherencia y pretender  que siempre se había estado en el mismo rumbo, a pesar de los bruscos y contradictorios cambios que en realidad ocurrían.

Todo nuestro preámbulo constitucional es una asignación  de sentido al bien común general que se busca , al establecer las reglas básicas de nuestra convivencia. Nuestra decisión fundamental  ,por ejemplo, ha sido optar por  la unión federal y la democracia republicana ,lo que obra como marco de referencia cultural respecto de los bienes personales que cada uno puede y debe procurar. A lo largo de la Constitución hay también muchos sentidos para la actividad colectiva determinando según principios de libertad, idoneidad  e igualdad ante la ley, competencias, capacidades, límites.

Como es notorio nuestro estancamiento económico, y los fuertes síntomas de desgaste  y decadencia, hay  en muchos  preocupación sobre  los errores colectivos que nos vienen llevando a esta situación. Es evidente que nuestro actual rumbo es insatisfactorio , y que está quebrada  la matriz del  progreso que nos caracterizara en el pasado. Estas reflexiones, apuntan a la necesidad actual de la revisión de nuestra narrativa nacional.

En nuestro pasado, pueden distinguirse algunas corrientes principales, como las que enfrentaron a unitarios y federales. Luego de 1853-60  la generación del progreso y la europeización, a partir de  pensadores y políticos , que, a través de distintos conceptos, como el “gobernar es poblar” de Alberdi, y el “educar al soberano” de Sarmiento,y la historia de Mitre, generaron una narrativa que hizo que millones de inmigrantes se sintieron argentinos, en el nominado “crisol de razas”. La revisión histórica nacionalista, simplemente vino a reafirmar esto tratando de recuperar  raíces más profundas, incluyendo el pasado virreinal y el período de Rosas. Recientemente, el abuso del  “relato” forzó los hechos para generar una nueva revisión y tratar de ensalzar una forma mixta de centralismo  socialista de Estado, con tres patas en el empleo público , el asistencialismo  a través los movimientos  cooptados , y neo capitalismo no competitivo. Otra corriente , que podemos  considerar “libertaria”, donde el país se mira a sí mismo  como un territorio de individuos libres, responsables por su propio destino, consumidores, emprendedores, trabajadores, contribuyentes, pero con poca reflexión sobre el carácter de “ciudadanos” como denominador común de estos roles. Una muy difundida es la referida al país multicultural, a la que puede objetarse que refuerza los lazos de identidad grupal que muchas veces genera un cierto narcisismo endogámico, con dificultad para visiones más generales.Los partidos políticos , fundamentales en la elaboración y debate de estos temas, no logran separarse del desconcierto general, agravado ahora por el desordenamiento y atomización social provocados por la gestión errática de la pandemia . Esto en un contexto de  inevitable aceleración de  la globalización, y revolución tecnológica , donde dudar o inmovilizarse  significa en realidad retroceder, y mucho.

Pero el abuso de las tergiversaciones no puede desvanecer lo requerido   ni  obligarnos a renunciar a la necesidad de sentido en la acción política. 

Y no se trata solamente de orientar los pasos   hacia un común futuro mejor, sino que debe a la vez resaltarse la necesaria solidaridad en esa marcha, generada en los vínculos y raíces más profundas, y el horizonte posible hacia el cual debiéramos encaminarnos individual y colectivamente. Cuando Jose Hernandez reclamaba  que “venga a esta tierra un criollo a mandar”, pedía lideres  con los pies bien arraigados aquí, y la cabeza despejada para ver lejos.

Es en la esperanza donde se alimentan las decisiones económicas, pues las expectativas sobre el futuro condicionan las relaciones ingreso-gasto-ahorro-inversión. Sin previsibilidad y marcos de encuadre firmes,  difícilmente se tomarán las decisiones de inversión y trabajo necesarias  para salir adelante. De ahí este  imprescindible cimiento de la reconfiguración  cultural, dejando de lado los contenidos tóxicos de división y violencia, que arrastran a la inercia o la desesperanza, y también necesitada de  objetivos que marquen sentido y previsibilidad, y animen la producción de bienes y servicios, incluidos los bienes públicos comunes sustantivos para el saneamiento  de la moneda, las cuentas fiscales, la educación, la defensa, la seguridad, el ambiente y la salud.

Este marco renovado de conceptos tiene su base principal en nuestra constitución y en la historia de cuando fuimos capaces de surgir de las guerras civiles para convertirnos en una gran nación. Ahora, debemos encontrar, como el buscador de oro que revuelve la tierra buscando las pepitas, los rasgos del mejor pensamiento argentino para llevar adelante un proyecto general que sirva de aliciente e impulso para los imprescindibles millones de proyectos personales que deben avanzar para que esa grandeza se haga posible.

por Roberto Antonio Punte