Por Norberto Padilla

No fue en Roma ni en Moscú. El encuentro celebrado ayer ocurrió en un aeropuerto en el Caribe como una escala tan breve como trascendente. Las imágenes de televisión han mostrado al Papa Francisco departiendo con el Patriarca de Moscú, Kirill, y la firma de una declaración común con un hasta hace poco insospechado testigo, el presidente Raúl Castro. No hace falta recordar que Cuba, país de raigambre católica, fue transformada por Fidel Castro en la cabecera de puente soviético en América Latina. Terminado el marxismo leninismo en su lugar de origen, sigue vigente en la isla. Pero los tiempos cambian, en dos décadas los tres últimos papas han estado en ese país, recibidos por sus más altas autoridades. A su vez, una catedral en La Habana Vieja, consagrada en 2008, marca una presencia fulgurante de la ortodoxia rusa allí. Todo ello, junto con años de esfuerzo para superar dificultades y una dosis no desdeñable de paciencia e imaginación, ha hecho este hito en el camino del ecumenismo.

Nunca antes un patriarca ruso y un obispo de Roma habían intercambiado el abrazo de hermanos, como el de Pablo VI y Atenágoras en Jerusalén en 1964, y a lo largo de medio siglo, entre los tres papas siguientes con todos los patriarcas ortodoxos y orientales y los jefes de las distintas iglesias derivadas de la Reforma. Faltaba éste con el jefe de la iglesia ortodoxa más numerosa en fieles y con un patrimonio religioso que ha impregnado la historia y cultura de Rusia. Es éste un punto de llegada porque con la invitación a que el Patriarcado enviara observadores al Concilio Vaticano II, pese a estar el mundo en plena guerra fría, se entabló una relación no desprovista de dificultades y tropiezos. Uno de ellos fue el resurgimiento de la iglesia greco-católica ucraniana, cuyos fieles habían sido forzados a incorporarse a la ortodoxia rusa y su jerarquía aniquilada. En la nueva situación de Ucrania, cuyo nacionalismo veía como opresor a todo lo ruso, no faltaron tensiones y hasta violencia. Por eso, el diálogo, y no la confrontación, entre católicos y ortodoxos ucranios es propuesta en la Declaración. Pero estas dificultades no lograron interrumpir el diálogo. Kirill, patriarca desde 2009, fue antes encargado de las relaciones externas de la iglesia. Representantes de ambas iglesias han estado presentes a través de importantes delegados, pero sus cabezas no habían logrado fijar el momento de su encuentro. Se empeñaron en lograrlo Juan Pablo II y, con mejor receptividad del interlocutor, Benedicto XVI y Francisco.

Es, a la vez, un punto de partida. Cabe esperar que no tarden en visitarse papa y patriarca en sus sedes. “Tenemos un mismo bautismo, los dos somos obispos”, resumió con sencillez el papa, que siendo arzobispo de Buenos Aires había estado muchas veces en la catedral rusa y entablado una fraterna amistad con sus obispos. Iglesias hermanas, privadas de participar juntas en la Eucaristía, que es la expresión de una unidad que para alcanzarse necesita superar muchos obstáculos. Esa unidad es necesaria “para que el mundo crea” en Jesucristo, como se expresa en la Declaración Común.

El ecumenismo es para los cristianos un movimiento del Espíritu Santo. Sopla cuando quiere, sorprende, inunda de alegría y esperanza. Es lo que ha ocurrido ayer en la capital cubana que, con gracia señaló el Papa, a este paso será capital de la unidad.

 

Norberto Padilla fue Secretario de Culto de la Nación y es socio del Club del Progreso. Este artículo fue publicado en el matutino CLARÍN del 13 de febrero de 2016.