La figura de San Martín nos llega envuelta en un bronce impenetrable y además, rodeada de muchos mitos fundadores, pues las más diversas y contradictorias tradiciones políticas, desde el nacionalismo hasta el guevarismo, han buscado filiarse en uno de los poco próceres que han escapado al cuestionamiento de nuestras feroces luchas ideológicas.

¿Que queda de él, si logramos desembarazarnos de esas construcciones ex post, y también del bronce inmortal?

Dejemos de lado su vida privada y concentrémonos en su actividad pública.

En primer lugar, fue un militar destacado, que se distinguió entre sus bisoños colegas locales. Fue notable en la formación de oficiales, brillante en la organización del Ejército de los Andes y excepcional en el cruce de la cordillera.

Luego, fue un estadista, fundador de dos estados. Se destacó por la prudencia de su comportamiento en Chile, respaldando a O’Higgins pero sin interferir en su conducción. En Perú su apuesta fue más osada, pero volvió a demostrar su prudencia y generosidad al retirarse, cuando constató que su presencia no ayudaba a consolidar el orden en la joven república.

Por otro lado, hubo un San Martín político que en 1816 proclamó la necesidad de establecer la autoridad del Estado y fortalecer el orden, aún a costa de las libertades personales. En este campo, no todas sus decisiones estuvieron exentas de críticas -particularmente en relación con los chilenos Carrera-, pero el rumbo que eligió fue claro, y nunca oportunista.

En su opinión, la monarquía constitucional debía ser la piedra clave del Estado, una idea que en su época no solo era común, sino claramente progresista, en un mundo que aún un había salido del absolutismo monárquico. El camino republicano -preferido en Hispanoamérica- era por entonces excepcional, riesgoso y lejano de su ideal de orden constitucional.

Finalmente, San Martín tuvo una mirada y una perspectiva hispanoamericana, mucho más amplia que el estrecho nacionalismo con el que se lo ha llevado al bronce. Era un criollo, nacido fortuitamente en un rincón del actual territorio argentino, que se formó en España. Allí vivió la incómoda experiencia de ser levemente ajeno, y allí se consustanció con las ideas liberales.

Desde España, miró a Hispanoamérica toda, imaginando para ella un futuro con independencia y libertad. Sirvió seis años bajo gobiernos rioplatenses, sin participar en sus conflictos internos, y luego cuatro años más en Chile y Perú. Evitó, hasta donde pudo, involucrarse en  las luchas civiles, y siguió haciéndolo, durante su largo retiro en Francia. Solo la Argentina lo ha reivindicado como padre fundador, pero fue mucho más que eso: fue un prócer hispanoamericano.

 

Por Luis Alberto Romero