Quienes resultaron elegidos para gobernar la Nación y quienes resultaron derrotados, deberán poner todos sus esfuerzos para que el cambio sea sereno y la instalación de la nueva administración pacífica. Ello marcará el próximo período, que no será fácil y en el que habrá que enfrentar sacrificios severos si lo que se persigue el crecimiento en paz y libertad.

La grandeza de los principales involucrados deberá ser mayúscula para evitar la espiral de enfrentamientos y recriminaciones que solo entorpecerán la tarea de gobierno, que requerirá acuerdos en el Congreso y tranquilidad en las calles. El oficialismo deberá recordar, siempre, que es una mayoría relativa temporaria y que deberá contar con el auxilio y buen trato que tantas veces le negó a la ahora oposición.

Intentar reformar la Constitución es un disparate mayúsculo al igual que designar jueces afines a algo distinto que el orden jurídico vigente.

Echar por la borda el trabajoso acuerdo con la Unión Europea un suicidio anticipado.

Vulnerar, de cualquier forma legal o de hecho, la libertad de expresión, un ataque a los principios constitucionales.

Alinearse con regímenes políticos violadores de los derechos del hombre, con sistemas políticos totalitarios, una afrenta a nuestros ciudadanos y al mundo civilizado.

Volver a endiosar a quienes, desde el terror y la guerrilla, sembraron a nuestra nación de sangre, generando un enfrentamiento que lo único que dejó fueron muerte y destrucción sería un suicidio nacional.

Deshacer, de cualquier forma que sea, la trabajosa y trascendente tarea judicial de esclarecer los supuestos delitos perpetrados por funcionarios del estado en connivencia con empresarios y sindicalistas, sería la destrucción de nuestra confianza en un futuro mejor para nuestros descendientes.

Intentar cuestionar la labor de las fuerzas del orden en materia de combate al tráfico de drogas y mantenimiento de la seguridad ciudadana y agravar el estado de desamparo de las fuerzas armadas, un suicidio.

Sin embargo para ayudar a la oportunidad de cambio hay que comenzar por serenar los ánimos, desechar las venganzas, evitar el abuso del uso de los medios de difusión pública. Hablar menos y hacer tareas útiles para el conjunto, recordando, en todo momento, que lo que distingue una república democrática de los autoritarismos, a los que han sido tan propensos quienes ganaron las elecciones, es el respeto a las minorías, que en este caso es casi similar en número a la mayoría.

por Guillermo Lascano Quintana

La Nación, hace un año atrás