Jorge Guevara Zaefferer

En tiempos recientes la ciudadanía en general y los católicos en particular han conocido diversas manifestaciones que muchos interpretan como indebidas expresiones de apoyo a sectores que participan en la política activa de Argentina.

 

Mientras tales acciones se lleven a cabo por particulares que invocan una supuesta representación de la Iglesia católica, (que lo prueben o no, ya es diferente), no puede decirse estrictamente que sean manifestaciones “de la Iglesia”. Pero cuando en ellas intervienen Obispos e involucran actividades litúrgicas públicas, está claro que la cuestión adquiere otro peso y otra significación. No olvidemos aquel viejo dicho que afirma que “el Obispo es Papa en su Diócesis”…. Frase que, -al menos aquí-, no pretende tener ningún significado eclesial ni  teológico, sino poner el énfasis en la repercusión de sus actos y la prudencia que la feligresía espera de ellos.

 

Está claro -al menos para quien esto escribe-, que los actos en cuestión son claramente criticables y de naturaleza diferente a los que podríamos involucrar como necesarios para comunicar el evangelio a todas las personas y colaborar al máximo de lo posible para evitar las injusticias tanto individuales como sociales y perseguir, en suma, el anhelado y nunca obtenido “Reino de Dios”.

 

La denuncia de las injusticias es parte de las obligaciones de la Iglesia, como lo ha sido desde las milenarias denuncias proféticas. Es también parte importante de lo que expresamente busca Francisco cuando habla de inculturar en la totalidad de la vida de los pueblos, el encuentro fundante con Jesucristo, a través de la formación y acción permanente de los “discípulos misioneros”.

 

Hace poco decía en Buenos Aires Ivereigh, el historiador y biógrafo de Francisco: <Francisco desea que la Iglesia misionera actual recupere la gratuidad de la misericordia. “Gratis lo recibieron; denlo gratis” Jesús dice a sus discípulos: la primera tarea de un discípulo misionero es propiciar, a través de su misericordia, un encuentro con la gratuidad de Dios (su misericordia, perdón, gracia). La transformación ética vendrá por añadidura, como consecuencia de corazones transfigurados.>

Para ejemplificarlo, Ivereigh acude también a temas candentes, no sólo entre nosotros sino también en la vida europea, como son los de la inmigración: < Para Francisco el migrante es el ícono de esta angustia: Cristo nos llega en forma de un desplazado, un desenraizado, vulnerable, pero con esperanza.>…. <En 2001, Bergoglio ofreció un ejercicio de meditación en el que invitaba a las personas a imaginarse a sí mismas como migrantes que llegaban a Buenos Aires desde el interior del país. La única preocupación que se adueña de nuestro corazón y de la mente es: ¿estaré seguro, me recibirán bien, encontraré refugio, podré mantenerme alejado del frío? ¿Encontraré hospitalidad? Es la misma pregunta que se hacen los seres humanos contemporáneos que sufren la desocialización y el desarraigo.>

La inmigración masiva tiene ya en Argentina una historia de más de 150 años, lo que nos ofrece un campo muy interesante donde verificar si en esta materia hemos avanzado o retrocedido en la permanente tarea de inculturar el evangelio y –en su caso-, poder entrever los efectos que el pontificado de un Papa argentino está teniendo o tendrá en este tema, específico, pero tan importante. Será útil también para poder acreditar la coherencia de los procedimientos a seguir por la Iglesia, sus feligreses y seguidores.

Utilizaré para este comentario datos de dos libros disponibles en las librerías: uno es “Buenos Aires: del conventillo a la villa miseria (1869-1989)” que recoge la tesis doctoral realizada por Lidia de la Torre en el Departamento de Sociología de la U.C.A., publicado por la Editorial de la UCA en 2008. El otro es “Conurbano infinito – Actores políticos y sociales, entre la presencia estatal y la ilegalidad”, Editado por Siglo Veintiuno en 2017, y del que son compiladores Rodrigo Zarazaga S.J., y Lucas Roncoroni . El libro reúne otros textos de diversos investigadores, alguno de los cuales veremos también con algún detalle. Ambos estudios se refieren a la ciudad de Buenos Aires, pero sus conclusiones, con los adecuados matices, son claramente extensibles a todo el país.

 

En el primero, Lidia de la Torre analiza y compara los dos procesos inmigratorios que dieron lugar a la redefinición del espacio urbano de la Ciudad de Buenos Aires y a la aparición de dos nuevos tipos de hábitat: el conventillo y la villa miseria. Desde luego no es posible entrar aquí y ahora en los detalles del libro, pero creo que son muy descriptivas las conclusiones a que llega la autora (págs. 179 ss.).  

Se pregunta allí “si existieron circunstancias que favorecieron la aparición y difusión del conventillo y la villa miseria. En los dos casos, la ciudad de Buenos Aires recibió un caudal importante de población atraída por la expectativa de las oportunidades económicas, expresadas en términos de mayores ingresos y de mejores oportunidades de empleo. Los nuevos pobladores eran, en general, de origen rural, tenían un bajo nivel de educación, de escasos recursos económicos y, en la mayor parte de los casos, se trataba de mano de obra de baja calificación. La ciudad de Buenos Aires debía generar condiciones de habitabilidad para ese importante volumen de población que se incorporaba a la vida urbana”.

“El conventillo fue la respuesta a una demanda imprevista de viviendas de alquiler a bajo precio, sobre todo en el primer período de la inmigración europea –entre 1869 y 1887-  cuando se instalaron en la ciudad 246.249 nuevos habitantes… el desarrollo edilicio …derivó en el crecimiento del 10,7% anual de la edificación entre 1887 y 1914 permite afirmar que el conventillo fue una alternativa temporal o un camino hacia una vivienda mejor, propia o alquilada. En este proceso en el que el conventillo fue un lugar “de paso, la vivienda fue uno de los indicadores de ascenso social de la época.”

Pero los conventillos no fueron la única solución habitacional para los recién llegados: “Entre 1883 y 1919 … la población de la ciudad creció un 263% -pasó de 433.375 habitantes a 1.55575.814-, mientras la población residente en los conventillos tuvo un incremento del 34,5%. Entre 1883 y 1919 la población alojada en conventillos pasa de 64.156 personas a 156.243. La diferencia entre el crecimiento de la población total y el de la población residente en conventillos muestra la enorme cantidad de personas que lograron ubicarse fuera de los conventillos, gracias al desarrollo edilicio que se produjo en el período analizado”.

La siguiente demanda inusual de vivienda se inició como resultado de la migración masiva del interior hacia Buenos Aires, cuando los provincianos pasaron de ser el 14% de los residentes en 1936 al 32% en 1947. “Hasta ese momento, el mercado parece haber dado respuesta a los nuevos pobladores, ya que no hay registros de la radicación de ninguna villa miseria. Algo debió haber sucedido para que el proceso de integración al medio urbano de la población del interior se viera modificado y surgieran, en 1948, las primeras villas miserias. La respuesta está en la desaparición de la oferta de viviendas en alquiler, como resultado de la intervención del Estado en el mercado inmobiliario. Comenzó en 1943 con la rebaja de los alquileres, se endureció en 1947 con la suspensión de los desalojos y terminó en 1949 con una ley que disponía la incautación por parte del Estado de toda propiedad desocupada”.

Escribe de la Torre a este respecto: “La alternativa al conventillo, por la que luchaban no sólo los arquitectos católicos, sino también los socialistas de la época, era la vivienda popular, pero ni el conventillo ni la vivienda popular estuvieron entre las opciones posibles para una proporción importante de provincianos que llegaron en esa época y en las décadas siguientes. Ellos no pudieron elegir y finalmente tuvieron que aceptar como vivienda una de calidad muy inferior a los conventillos, … [que] se caracteriza por la extrema precariedad de los materiales de construcción, por la ausencia de los servicios vitales mínimos y por ocupar terrenos fiscales o particulares de manera ilegal, ubicados siempre en la periferia de ejido urbano.

Son conocidas las leyes y demás disposiciones legales mediante las cuales los gobiernos a partir de 1943 regularon el mercado de la construcción de viviendas y las locaciones urbanas. Los datos que cita la autora hablan por sí solos: en el período 1943/1955 los alquileres aumentaron un 27,8% y el costo de vida lo hizo un 700%; la incidencia del alquiler en los ingresos pasó del 15% en 1943 al 3% en 1963. Sólo entre 1946 y 1947 los permisos de construcción disminuyeron un 12,8%.  

Lo cierto es “que las medidas implementadas para alentar la construcción tuvieron el efecto contrario al esperado. La construcción de viviendas se paralizó y fue la evidencia de disminución del interés de los inversores particulares en dedicar sus capitales a la edificación de casas para renta.”  

“La nueva legislación beneficiaba, por cierto, al 82% de la población en su condición de inquilinos, en especial al 68% de aquellos que pagaban menos de $ 100.- por mes, pero presentaba un mercado sin oferta para los potenciales nuevos locatarios.”

“…la consecuente desaparición de la oferta, hicieron que tener trabajo y un buen salario no fueran condiciones suficientes para acceder a una vivienda, ni a una buena ni a una mala vivienda. Fue entonces que los nuevos pobladores ocuparon de manera ilegal terrenos fiscales o privados y construyeron las precarias viviendas de las primeras villas miserias”.

Para la autora, mientras el conventillo fue un lugar de paso, la villa miseria se transformó en un lugar de residencia permanente … las villas miseria se concentraron en áreas marginales y formaron enclaves diferenciados del barrio en que estaban insertas, y muchas de ellas estuvieron delimitadas por muros construidos para ocultarlas. En contraposición, los conventillos estaban diseminados en todos los barrios y compartían medianeras con viviendas unifamiliares. De esta forma, el conventillo era una vivienda más del barrio, y la identidad de sus habitantes se constituía de la misma manera que la de sus vecinos.”

En el otro libro mencionado, “El conurbano infinito”, -más cercano al tiempo presente , editado en 2017-, el enfoque de los distintos especialistas es diferente: las “villas miseria” o “villas de emergencia” (en su denominación burocrática) ya son un hecho existente, están consolidadas y son permanentes; los descendientes de los originales inmigrantes, que otrora ocuparon los inquilinatos, hace tiempo que forman parte de la clase media, mientras que los descendientes de los primeros “villeros” aún siguen siéndolo y a ellos se han sumado decenas de miles de nuevos pobladores desde el interior argentino o venidos (y en muchos casos “traídos”) desde Paraguay, Bolivia, Perú y otros países de América latina. Y se ha extendido mucho el área de ocupación geográfica, que ya no solamente abarca algunos lugares apartados del sur de la Ciudad de Buenos Aires, sino que comprende buena parte de lo que se llama ahora el “conurbano bonaerense”, -0,5% de la superficie total Argentina-, donde se concentra el 29% de la población total de país y cerca del 40% de los pobres.

En su conjunto, el libro describe en las villas una realidad en la que el Estado no llega a imponer su legalidad y proveer a todos sus derechos. Pero aún es peor: se comprueba la presencia de lo ilegal. “Las redes estatales se mezclan y superponen con las redes ilegales, lo que en ocasiones termina siendo parte del problema y no de la solución. Mercados y talleres clandestinos que cuentan con regulación del Estado y protección policial, aparatos públicos territoriales que distribuyen arbitrariamente recursos públicos, narcotráfico y crimen con concurrencia de funcionarios son algunos ejemplos de un Estado que se vuelve presente a los pobres desde la complicidad con el crimen.” (Zarazaga, pág.13)

El “tono” del libro está muy bien expresado por Zarazaga en la Introducción, a través de una metáfora literaria:  

“En el conurbano se ha desarrollado un Estado que podríamos llamar, a la manera borgeana, “Golem”. Según la mitología medieval judía, el Golem es un coloso de arcilla fabricado por un rabí para defender a su comunidad, es decir, una figura poderosa que protege a los habitantes indefensos. Sin embargo, se trata de una obra inacabada e incompleta que puede rebelarse contra sus protegidos, aterrorizándolos y causándoles pérdidas, incluso la muerte. En su poema “El Golem”, Borges dice que el rabí lo miraba con ternura y con algún horror.  

“¿Cómo (se dijo) pude engendrar este penoso hijo?”

El Estado es, en el conurbano, un Estado Golem: en muchos de los ámbitos en que transcurre la vida de sus habitantes está incompleto, ausente, y en otros mantiene una presencia ilegal que, más que proteger, aterroriza. Es un Estado responsable de muertes. De ahí que los argentinos, especialmente aquellos que ocupan algún puesto de relevancia o fuimos privilegiados por la formación que recibimos, debemos preguntarnos cómo hemos podido engendrar este Estado para los pobres”.

Zarazaga tiene a su cargo la de describir –e intentar hacer comprender-, el fenómeno del poder y la existencia misma de los nuevos líderes, los llamados “punteros” del conurbano: aborda al “puntero” en su carácter actual de “mediador entre el Estado y la pobreza” y explica que las redes de punteros han sido la respuesta de los intendentes (y finalmente de la política) a la pobreza estructural que enfrentan con escasos recursos, y su aceptación deviene de su eficacia, relativa, pero que parece haber sido considerada como imprescindible.

¿Quiénes son los punteros? “Son agentes partidarios barriales que hacen de intermediarios entre sus jefes – políticos que buscan el apoyo de los electores- y la gente pobre…. Viven en las villas y para sus habitantes, no sólo son punteros, sino también sus vecinos”.  

¿Por qué surgen los punteros? Dice Zarazaga que es inexacto sostener que aparecen “ante la ausencia del Estado”. En cambio, “en rigor, son su presencia, a veces ilegal y arbitraria, en los barrios carenciados… Los referentes barriales significan, más que la ausencia del Estado, su presencia arbitraria. Distribuyendo desde comida y remedios hasta ataúdes y chapas y ocupándose desde la recolección de residuos hasta la iluminación de las calles, los punteros constituyen un estado de bienestar minimalista en las áreas de pobreza. Minimalista porque los recursos son escasos y las soluciones, precarias…. Los pobres se encuentran a diario con un estado que, al borde de la improvisación, “la ata con alambre” a través de los punteros.” Además, y esto es obvio, los recursos provienen también del Estado (que no hace lo que debería hacer).

¿Qué hacen los punteros? La mitad de los intendentes entrevistados por los autores dijeron que los punteros son fundamentales para gobernar…. Son más útiles en términos de gobernabilidad que de elecciones. Son proveedores cruciales de información, te cuentan cuáles son las necesidades y qué está pasando en el barrio. Pero, si bien los punteros acercan el Estado a los pobres, es necesario reconocer que también pueden bloquearlo cuando este último pretende llegar de una manera que amenaza su poder.

Es tentador continuar con los minuciosos análisis que sociólogos, cientistas políticos e historiadores realizan en el libro, pero nos apartaría mucho del propósito de estas reflexiones sobre los comportamientos argentinos respecto de los inmigrantes más pobres y desamparados, por lo que nos ceñiremos someramente a los casos donde se analizan situaciones específicamente referidas a nuevos inmigrantes.  

Comenzamos con Matías Dewey , que, a partir del caso de La Salada, afirma que tanto el complejo comercial conocido como La Salada como su vínculo con el mercado informal de la vestimenta, -lo que se conoce como el “taller clandestino”-, se convirtieron en un símbolo del conurbano bonaerense.  

Por lo pronto, veamos algunos números para comprender acerca de qué estamos hablando. La industria textil de la indumentaria ha sido muy dependiente de las sucesivas crisis internas y/o externas que afectaron a nuestro país. Dewey comienza su descripción en los 70: entre 1974 y 1985, cerró sus puertas el 40% de las empresas textiles y 36.000 trabajadores asalariados fueron despedidos; durante los 90 siguieron las medidas similares a las del gobierno militar, y el incremento de las importaciones causó una dramática caída de los productos locales para la indumentaria. “A partir de 2002, el proceso de transformación de la industria de la vestimenta tomó una nueva dirección … creación de nuevas empresas, empleo creciente, incremento del PBI sectorial y un aumento de la de demanda de prendas. … En el período inmediatamente posterior a la crisis del 2001, y estimulada por el crecimiento sostenido de la demanda doméstica, la informalidad sectorial ganó impulso y se expandió en todo el sector productivo.” En ese contexto crecieron los talleres clandestinos y La Salada.

Las cifras de Dewey son sorprendentes: la cantidad absoluta de costureros informales ascendió desde 42.000 en 2002, a 177.000 en 2010, es decir que se cuadruplicó, mientras que los formales pasaron de 29.000 a 51.000. Por su parte, puede afirmarse que en La Salada existen 7.822 puestos o puntos de venta, (de éstos, 2.915 están ubicados fuera del predio de la Salada y 4.907 dentro), por lo que asumiendo que cada puestero está vinculado a cuatro talleres, puede afirmarse que existen 31.288 talleres ubicados en el conurbano y en el sur de la ciudad. Y si cada taller emplea a cinco trabajadores (ojaladores, planchadores, cortadores y asistentes), se llega a 156.440 trabajadores, una gran parte de ellos en total informalidad e ilegalidad.

En base a un minucioso trabajo de campo, Dewey confirma un patrón de comportamiento del Estado provincial respecto de grupos que operan en la informalidad o la ilegalidad[donde] las caras visibles del Estado, -la policía, los inspectores y los gobiernos municipales- no reestablecen el estado de derecho ante situaciones que vulneran las normas, sino que imponen un “laissez faire, laissez passer” a cambio de recursos de diverso tipo, la mayoría de las veces económicos.

Y enfatiza: “sostengo que un conjunto de agencias oficiales fueron determinantes para la expansión del comercio de indumentaria producido de manera informal. El rol de estas agencias no es un elemento explicativo suficiente, pero sí, necesario, cuando se pretende dar cuenta del éxito del complejo emplazado en Lomas de Zamora. La referencia empírica es un sistema impositivo paralelo o ilegal que consiste en la extracción de recursos a cambio de “liberar la zona” es decir, dejar sin efecto la aplicación de reglamentos y normas oficiales. De esta manera, a cambio de una suma de dinero, pueden prosperar actividades económicas oficialmente prohibidas”.

Y por si esta descripción aún no fuera suficiente, más adelante Dewey agrega: “Las regulaciones, normas y leyes oficiales no desaparecen, incluso en contextos como este. Que estas no sean observadas o carezcan de fuerza para guiar el comportamiento no significa que no puedan ser manipuladas con fines ajenos a su espíritu. En el contexto de La Salada, las normas que las marcas registradas o incluso el comercio, lejos de ser ignoradas, son utilizadas con fines muy diferentes, esto es, imponer ilegalmente el pago de un tributo. En otras palabras, equivale a la presencia de un Estado ilegal.”

Lo que en la jerga de La Salada y en el libro se denomina “impuesto”, es una suma de dinero que recaudan los cobradores del sistema (“que se pasean por los pasillos”), y que es mayor en el caso de que el puestero venda además productos que incluyan –desde luego que también falsificadas- una “marca” conocida. “Se trata de un sistema con un alto grado de organización: por un lado, el impuesto debe pagarse todos los días o cada día que el puestero exhibe sus prendas; y por otro, las deudas quedan registradas en libros contables. …Sin ese nivel de organización, pero con un alto grado de efectividad, es la policía la que de manera ilegal recolecta “marca” en los puestos callejeros. Mientras que los predios centralizan la recolección del impuesto, la policía recolecta “marca” sin intermediarios”.

Lo que está detrás de La Salada es lo que estudió Jorge Ossona, que recrea un mundo en el que coexisten la trata, la esclavitud y la producción de drogas. Para hacerlo, Ossona ha centrado su estudio sobre la villa “El Olimpo” donde dice que hubo “una militancia al mismo tiempo política y social generada por la nueva pobreza estructural que emergió a partir de los ochenta. Desde entonces, en una porción sustancial del área metropolitana, las políticas de urbanización tradicionales fueron precedidas por verdaderos saqueos de tierras libres, públicas o privadas, y luego legitimadas por un poder político desconcertado ante las nuevas realidades incubadas desde hacía una década. Esta confusión obligó a la dirigencia democrática a administrar políticas de emergencia cuya insuficiencia material exigía una suerte de tercerización en favor de estos nuevos referentes territoriales. Esta delegación de funciones estatales determinó nuevos liderazgos … La economía informal que involucró a los sectores empobrecidos no trazaba fronteras demasiado precisas entre actividades lícitas y las ilícitas.  

Uno de los esos líderes fue “Pantera”, un caudillo de unos nuevos barrios llamados “El Olimpo”, por estar atravesados por una avenida de ese nombre. Había comenzado en 1985, alineado en la agrupación justicialista de Lomas de Zamora “Patria Soberana”, comandada por Osvaldo Mércuri y creció en importancia luego con E. Duhalde, particularmente cuando éste fue gobernador. Fue, –según testimonios de otros punteros, recogidos por Ossona-, un especialista en “organización territorial”: “nunca improvisaba, iba a lo seguro, negociando antes la operación con amigos pesados de la Municipalidad con llegada al Intendente y, por su intermedio, con la Policía y los jueces. Por eso, la toma se hacía en tiempo record; y a los pocos días tenías las máquinas de la Municipalidad rellenando y abriendo calles y veredas…De la urbanización se hacía cargo él.”

¿Cómo era el procedimiento? “Entre 1985 y 1992, Pantera lideró cuatro tomas…En cada una, entre treinta y ochenta puntas de lanza trazaban la longitud de los terrenos localizando de manera transitoria a los socios (popularmente conocidos como satélites), para luego venderlas”. El informante de Ossona le aclara que “sus satélites eran todos “porongas” como él  [en nota al pie se traduce: jefes temibles por su implacabilidad en el ejercicio violento de la autoridad], bien “junados” [reconocidos] por la cana, porque muchos estaban prófugos y buscaban en la toma un espacio liberado para su “negocio” y la protección de sus socios…Pantera les preguntaba ¿Vos, cuántos puntos podés poner? Le decían, “Yo cien, u ochenta” y entonces les ordenaba: “Vos tomás tres manzanas; vos cinco, y así”. Pero los satélites no podían dar la cara para no exponerse a la captura de la “yuta”. Entonces colocaban a gente de confianza que ocupaba cada previo. Estos debían delimitarlos y poner la carpa, y permanecían allí hasta la orden de entrega. Los satélites se convertían en agentes de venta de terrenos que se vendían como pan caliente. Casi siempre se vendían a grupos organizados de familiares o vecinos procedentes de otros barrios que no informaban, pero se sabía que actuaban “en banda” [traducido esto como: término que alude a todo lo relativo a relaciones sociales grupales regidas por sus propios códigos].

Las primeras noches eran terroríficas. Otro testigo comentaba: “El comprador venía como un caracol con su rancho sobre la espalda y no se podía mover de allí las veinticuatro horas porque se le metía otro. En las ocupaciones abundan “los hormigas”, tipos que se infiltran de buena o mala fe para comprar o afanar tierras de otros…A veces se ponen pesados y “se arma”, y alguno casi siempre termina “boleta”. Por eso en cada toma muere mucha gente que no es registrada por nadie y que, a lo sumo, la policía registra como “riña callejera”. Finalmente, la situación se tranquilizaba “porque todo el mundo conocía los códigos de “Pantera”, que no admitía ningún tipo de transa…. Sólo después de estas secuencias, cobraba forma el vecindario definitivo, con sus geografías sociales y regionales de familias grandes, barrabravas, organizaciones religiosas, deportivas, inmigrantes y entre éstos últimos, con los años, de costureros bolivianos y peruanos…

 

El mayor negocio era desde luego el inmobiliario, que otorgaba las mayores ganancias, “pero Pantera y sus satélites se capitalizaban para ampliar sus negocios porque los territorios nuevos habilitaban, a su vez, toda una serie de “peajes” cobrados a organizaciones delictivas como “piratas del asfalto”, robo de vehículos y distintas especialidades de “choreo de caño” [arma de fuego]. La droga recién hizo pie en la zona al atardecer de su poder barrial hacia fines de los noventa”. Además “había un “impuesto territorial” que no lo cobraba la Municipalidad sino él [Pantera]. … El sistema de recaudación que impuso acá era único en todo el municipio y fue otra de las originalidades de su “imperio”. Y fíjate que se convirtió en una costumbre que después siguió porque los de “La Salada” lo copiaron y perfeccionaron con “los bolitas” de los puestos. Es un mito que marcó la zona.”

“Pantera” fue detenido en 2000. Recuperó su libertad meses después y fue asesinado por sicarios en circunstancias dudosas.  Sin embargo, como afirma aquel testigo, su “legado” fue exitoso: “el sistema continúa hasta el día de hoy en las ocupaciones de tierras y de puestos en las ferias callejeras de La Salada. En Bunge [Ingeniero Budge] y El Olimpo se juega así; y esto viene de las enseñanzas de “Pantera”.  

Uno de los capítulos de Ossona se refiere a inmigración, ferias, talleres clandestinos y tierras, y en especial a sus vinculaciones con las inmigraciones paraguayas, peruanas y bolivianas, reactivadas a partir de 1983: Hacia los noventa, la valorización del peso atrajo a una nueva corriente masiva como mano de obra ilegal para la construcción, y de paso, a votantes cautivos en la jurisdicción provincial y municipal…. La figura del tallerista doméstico boliviano se empezó a difundir subrepticiamente al compás de la expansión de improvisadas ferias dominicales. Gonzalo Rojas Paz, asesorado por un núcleo de abogados paisanos, le otorgó escala al negocio mediante la construcción de un gran predio ferial a la vera del Riachuelo en Ing. Budge, al que denominó “Nuestra Señora de Urkupiña.”… A la par surgieron otros dos predios feriales – Ocean y Punta Mogotes- construidos sobre los piletones del antiguo balneario de La Salada… Cada feria era conducida por un “administrador” cuyo negocio consistía en alquilar tres veces por semana los miles de puestos de sus respectivas ferias a costureros bolivianos y locales”.  

Como los referentes territoriales, los administradores establecieron secretos pero fluidos puentes con funcionarios de distintas dependencias públicas asociados a sus impresionantes ganancias: desde la policía hasta la intendencia lomense, la gobernación y la propia Nación a través de a AFIP y la Secretaría de Comercio. El sistema supuso una gigantesca maquinaria que ofrecía trabajo, prendas baratas, recursos, y una inmensa movilización de contingentes fácilmente transformados en votos constantes y sonantes durante las coyunturas electorales en las citadas jurisdicciones.

La devaluación de 2002 y el correlativo encarecimiento de las importaciones convirtieron el complejo en un emporio que, promediada la década, la Unión Europea no dudó en calificar como “el mayor centro de comercio ilegal de América Latina” y “el símbolo del comercio de mercadería falsificada más grande del mundo”. Los referentes territoriales de los barrios periféricos empezaron a participar en sus lucros organizando contingentes de puesteros. Bolivianos y peruanos, por su parte, se lanzaron a mejorar su competitividad bajando los costos laborales mediante la trata de paisanos semiesclavizados en talleres clandestinos.  

Hubo una nueva escalada de ocupaciones, y en Lomas de Zamora se destacaron las del “Campo Tongui” (100 hectáreas que hacia fines del 2008 con sus diez mil familias se destacó como una de las villas más grandes de América Latina) y el conjunto de fragmentos territoriales entre la Avda. Olimpo y el Riachuelo. Allí se concentró el denso mundo de los talleres de costureros y las cocinas de cocaína.  

Todo el sistema formó una gigantesca maquinaria cuya supervivencia y rentabilidad se sustentaba en la violación sistemática de las leyes laborales, comerciales y de urbanización. Pero ello hubiera sido imposible sin la anuencia de sus actores y de las autoridades públicas en un complejo régimen de complicidades que abarca todos los segmentos del sistema… Los nuevos vecinos definitivos resultaron, en su inmensa mayoría, inmigrantes procedentes de Bolivia y de Perú, directamente relacionados a los negocios tributarios de las ferias de La Salada. (Los trabajos de campo de Ossona finalizaron en 2016.)

Ossona afirma que existen diversas categorías dentro de estos nuevos pobladores. Los hay que constituyen un segmento al que llama “semiservil” cuyo ejemplo típico es el de los costureros pobres que “constituía la flor y nata de la ya extinta Feria de la Rivera, desalojada en 2012 por orden de la Autoridad de Cuenca Matanza/Riachuelo (ACUMAR). De ahí su congestión en las calles divisorias entre las ferias centrales.  

Uno de sus miembros relató su día así: “Comenzamos a trabajar a las cinco de la mañana y terminamos a las diez de la noche. Nuestro compadre nos trae cortes para coser y terminar que se convierten en mil ochocientas prendas por las que nos paga tres pesos cada una. También nos trae para terminar unos setecientos buzos semanales, un poco más rendidores porque paga diez pesos por unidad. En casa somos cinco y se come sólo a la noche un pucherito de pollo y caldo.”

Pero hay otros en condiciones prácticas de esclavitud. Al menos la mitad de los talleres utilizan mano de obra paisana en condiciones de esclavitud. Los treinta más poderosos ocupan sólo a esta modalidad de trabajadores debidamente escondidos en una red de sótanos y corredores subterráneos, o en herméticos galpones detrás de las plantas más grandes (que pueden albergar hasta quince trabajadores) …  que se recluta entre menores de edad que circula por el largo corredor que conecta el Altiplano y las zonas serranas de Perú y Bolivia con la frontera argentina.

No podemos extendernos en los relatos de Ossona respecto de quienes tuvieron la oportunidad y la suerte de escapar a esas condiciones. Tampoco falta en los relatos lo relativo a la narcoproducciónde gran calado por su abundante capacidad productiva

 

Pero volvamos ahora al punto de partida de estas reflexiones, a las preguntas que se formulaba Francisco en 2001, imaginándose los temores de un inmigrante en Buenos Aires: ¿estaré seguro, me recibirán bien, encontraré refugio, podré mantenerme alejado del frío? ¿Encontraré hospitalidad?

Por lo pronto, ¿cuál será o al menos cuál debería ser el criterio para juzgar la situación?  Pienso que el propio Francisco –citando a Romano Guardini-, lo ha dicho con toda perspicacia:

 

A veces me pregunto quiénes son los que en el mundo actual se preocupan realmente por generar procesos que construyan pueblo, más que por obtener resultados inmediatos que producen un rédito político fácil, rápido y efímero, pero que no construyen la plenitud humana. La historia los juzgará quizás con aquel criterio que enunciaba Romano Guardini: El único patrón para valorar con acierto una época es preguntar hasta qué punto se desarrolla y alcanza en ella su auténtico significado la plenitud de la existencia humana, teniendo en cuenta el carácter peculiar y las posibilidades de dicha época.” (Evangelii Gaudium – 224)

Hoy conocemos que la respuesta argentina es totalmente negativa, gracias entre otros, a los trabajos de los autores citados. La mejor síntesis es la de Ossona: “Un telón de fondo cubre el presente capítulo: el trastocamiento de toda la dinámica social, económica, política y cultural de las bases populares de la sociedad argentina desde su conformación a fines del siglo XIX.” No hemos construido pueblo y la situación obtenida está muy lejos de facilitar la plenitud de la existencia humana, y mucho menos en la Argentina posible.  

Pero inmediatamente surgen otras preguntas: ¿Es posible que la Iglesia argentina, -todo el episcopado nacional- haya ignorado todo esto? Es conocido que el mismo Francisco, como Arzobispo y Cardenal Primado -y al menos otros Obispos también- han tenido contacto personal y frecuente no solamente con sacerdotes de las villas, sino incluso con sus mismos habitantes. Su preocupación por los “curas villeros” ha sido y es del todo manifiesta.  

¿No están esos cientos de miles de habitantes de las villas, en la situación que Evangelii Gaudium 53 describe como inmersos en una economía de la exclusión y la inequidad, que es una economía que mata?

 

Ante la evidencia concreta de la participación activa, deliberada y constante de tantos funcionarios (de todo nivel) de los gobiernos municipales, provinciales y nacionales involucrados en las acciones indispensables para llegar a la situación en la que se encuentran hoy cientos de miles de seres humanos, argentinos nativos o inmigrantes, ¿es correcto que algunos altos miembros de la Iglesia argentina no incluyan en su diagnóstico acerca de las causas de la pobreza durante este larguísimo período, los errores de sus gobernantes, la corrupción de algunos de sus dirigentes y actúe en consecuencia? ¿Seguirá la Iglesia argentina atribuyéndolo todo a la globalización y a ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera (Evangelii Gaudium 56)? ¿Es coherente esa afirmación?

Pero frente a todo ello,  son muchos los casos en los que la Iglesia argentina guarda un silencio estrepitoso. Y la Iglesia calla incluso cuando alguno de sus miembros desmienten tal situación o cuando, sorprendentemente, se aduce inadvertencia o falta de intención. ¿Cuándo la Iglesia argentina (y con todo respeto, quizá el propio papa Francisco) admitirán que la realidad es superior a la idea y que esa realidad nos dice que, por nuestros propios errores, culturales, ideológicos y políticos y por no haber sabido consolidar un verdadero estado de derecho para todos, hemos retrocedido hasta extremos inimaginables hasta hace pocos años?

¿No debería la Iglesia argentina aceptar de una buena vez que la Argentina moderna –y tal como dice el Documento de Aparecida nº 507-, al igual que muchos países latinoamericanos y caribeños, pero también de otros continentes, convive con la miseria en gran medida por problemas endémicos de corrupción y apetitos desmedidos de poder? Y si concluye que es así, ¿no debería actuar en consecuencia?

Obviamente, la Iglesia no debe actuar en la política directa, por lo que su accionar en estos temas siempre debe estar guiado por la máxima prudencia. Por eso, -y es lo menos-, desconcierta que personas conocidas públicamente como allegadas al Papa en forma personal, desarrollen una publicitada campaña de apoyo a la ex Presidenta que manejó la Nación, la provincia de Buenos Aires y las intendencias más comprometidas en los penosos hechos señalados, y además alienten su futura postulación presidencial, o se involucren en una reunión política donde se intenta reconciliar a la ex Presidenta con algún sindicalista hoy comprometido con causas penales. Y no hablemos de las misas en Lujan….

Es cierto que Francisco no se ha pronunciado en uno u otro sentido respecto de sus colaboradores, pero según un viejo dicho, se sabe (aunque quizá solo se crea) que “el que calla otorga”.

Una parte importante de los argentinos ve con desconcierto esas actitudes y muchos con franco disgusto. Seguramente, quizá muchos exageran o se equivocan, pero, simplificando mucho, salvando las distancias y llevando la comprobación por el absurdo, se preguntan si no es esto tan ilógico como si en Chile, para remediar los desmanes de Karadima, los amigos del papa hubieran recomendado allí que el interventor fuera Barrios…

                                                                                                            Jorge Guevara Zaefferer