En el marco de conmemorarse ciento veintinueve años de la fundación del primer partido moderno de Argentina: la Unión Cívica Radical, es necesario reflejarse en los ideales y principios de los políticos respetados, probos y virtuosos que construyeron con esfuerzo y dedicación (incluso con renunciamientos personales) una República, tal como idealizaron los constituyentes de 1853, la generación del ochenta del siglo diecinueve y los prohombres del radicalismo: Leandro N. Alem, Aristóbulo del Valle e Hipólito Yrigoyen.

En estos tiempos frente a la profunda crisis social, política y religiosa por la corrupción, la frivolidad, la falta de políticas de Estado, el demérito del adversario visto como un enemigo y no como un antagonista, nos retrotraen a los albores del surgimiento del radicalismo. Urge rehabilitar a la política y a los políticos. Así, como nuestra historia -con la pluma  de Bartolomé Mitre- se fue escribiendo resaltando las victorias de nuestros Ejércitos, la honorabilidad de nuestros patriotas, la humildad de los más grandes, el desprendimiento de los héroes, la labor de los pensadores, la lucha por la libertad y el derecho a expresarse libremente; la desacreditada -aunque ineludible- actividad política, ha de reformularse sobre los andamiajes y cimientos de aquellos que son exaltados como portentos de nuestra vida republicana.

Porque entendemos que la política no es una fría matemática, sino un espejo de la vida con la cual se comparte grandezas y desalientos.

Más allá de sus luchas, de sus éxitos y fracasos, de sus humanas equivocaciones, perduran en la historia,  valores que hoy nos parecen lejanos y extraños, pero que durante décadas caracterizaron a nuestra clase dirigentes. Entre ellos, con justicia se encuentra un arquetipo de la política nacional: Pelagio B. Luna.

Nos incumbe propender a la rehabilitación de la política como modo de superación del “malestar en la democracia”; siendo menester recobrar la vigencia de lo político en su total amplitud, la nobleza de la acción política, la credibilidad de la ciudadanía y la afección a las instituciones de la República.

Consideramos al doctor Pelagio B. Luna como el epígono de una dirigencia honesta, coherente y encaminada al bien común, que supo anteponer a la Nación por encima de las apetencias personales. Son esos ideales y esos principios que sustentaban éstos políticos argentinos, los que al haber trocado o decaído, provocaron la inusitada crisis de confianza, que llegó a su pináculo en 2001 cuando se exigía en una suerte de democracia callejera, que no quedase ni uno solo de los malos dirigentes o de los fútiles representantes del pueblo.

Muchos estadistas y dirigentes argentinos son merecedores de evocación por su inclaudicable militancia en la política imbuida de ética sin rodeos. Hoy nos convoca el recuerdo de Pelagio Luna,  uno de los paradigmas a los que debemos retornar para que la desafección ciudadana por la política se diluya y se recuperen definitivamente la República y la vigencia irrestricta de la Constitución. Para lo cual, se precisa de instituciones sólidas, permanentes y previsibles. Esas instituciones urgen de muchos Lunas, de nuevos Lunas, pero con aquellos mismos ideales en que militó el insigne Vicepresidente de los argentinos.

La admirable acción de este esclarecido riojano, abre surcos y marca sendas para las futuras generaciones, es pasado, presente y futuro en el ejemplar desempeño como funcionario público, en la humildad y la cercanía con el pueblo que lo ungió, porque comprendió que además de paladín de un ideal era un auténtico servidor público. Para sus correligionarios  que comparten indudablemente el mismo orgullo por el trayecto impoluto del ciudadano virtuoso. Y a quiénes no comparten sus ideales, pero reconocen en él a un digno representante de nuestra tierra y defensor a ultranza de las libertades políticas.

La vida pública del Dr. Luna está unida a la historia misma de la Unión Cívica Radical, desde la creación de esta fuerza política en el orden nacional y en el ámbito de la provincia de La Rioja.

Hijo de Domingo Luna y Filomena Herrera, nació el 6 de enero de 1867 en la Ciudad de La Rioja en medio de un clima de fuertes tensiones políticas. Los sentimientos de odio y rencor de los riojanos hacia el General Taboada eran manifiestos, no se le perdonaba el vergonzoso comportamiento después de su triunfo en la Batalla del Pozo de Vargas -incendiando y saqueando nuestra ciudad durante tres días-; este estado de guerra prolongado, señala la Lic. Betty de la Colina, sumirá en una desoladora pobreza a esta tierra. Las construcciones de la ciudad eran de adobe y la componía un caserío viejo y ruinoso; ni siquiera los edificios públicos de distinguían por su aspecto, sólo la Iglesia de Santo Domingo se destacaba por su sólida edificación colonial. Hasta esos momentos, la plaza principal estaba cubierta de malezas y no se adecuaba a lo que debía ser un sitio de esparcimiento.

El Dr. Luna formó parte de una numerosa y destacada familia. Su madre, junto a otras damas de esta sociedad fue una de las peticionantes al presidente Domingo  Sarmiento para la creación del Colegio Nacional, hasta ese momento no había en La Rioja más que una escuela de primeras letras fundada por Flaviano de la Colina denominada” Escuela de la Patria”. Compartió con sus hermanos la lucha política para cimentar el nuevo partido en La Rioja, especialmente con Pedro, David, Álvaro y Samuel Luna, todos ellos figuras de relevante actuación. Realizó sus estudios primarios en la antedicha institución educativa y los secundarios en el Colegio Nacional, mientras que sus estudios universitarios los hizo en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, en donde fue compañero de curso de hombres del talante de Lisandro de la Torre, entre otros.

Nuestro país  era un extenso territorio el cual carecía de pobladores, era necesario poblar para poder integrarnos al mundo, por esta razón se fomentó la inmigración. Los inmigrantes llegaron a estas tierras con el propósito de encontrar un futuro promisorio, pero a la vez existía otro obstáculo ¿cómo integrar estos millares de extranjeros a la vida nacional? Juan Bautista Alberdi propone una fórmula prescriptiva: “libertad política para pocos y libertad civil para todos.” Teniendo en cuenta la tasa de analfabetismo y la miseria reinante, solo una minoría calificada o instruida podia ejercer la libertad política. Esto dará lugar a la sanción de distintas leyes que consagran el fraude electoral desde 1857.

Cuando aún cursaba sus estudios de abogacía en Buenos Aires, participó de la Asamblea del Jardín Florida el 1 de setiembre de 1889, y siendo ya recibido, participó de la Asamblea del Frontón el 13 de abril de 1890 en medio de una importante crisis económica, política y moral por la notoria corrupción del gobierno que sacudió al país y  fueron las causas determinantes de la Revolución del Parque, en julio del mismo año y que derivó en la renuncia del entonces Presidente Miguel Juárez Celman.

Contaba apenas con 22 años cuando dio su tesis doctoral sobre: “El Mandato y las Obligaciones del Mandatario.”

El 17 de setiembre de 1892, suscribió, en representación de nuestra provincia, la Declaración de Principios de la U.C.R., donde se ratificó lo proclamado en el Jardín Florida y lo acordado por el Comité Nacional el día 24 de setiembre de 1891.

Actuó en las revoluciones de 1893 y 1905. Uno de sus biógrafos anota: “El Dr. Pelagio B. Luna firmó el manifiesto revolucionario de 1905. Son las mismas causas -dice- que las del Parque y la Revolución de 1893: Sufragio libre, respeto a la Constitución; por la moral administrativa; por la terminación del Unicato; por una vida republicana sana; por la autonomía de los municipios; bienestar para los trabajadores; elección libre y sin intervención oficial de los gobernantes…”

Su irreprochable conducta y profundas convicciones le impidieron formar partes de aquellos que, combatían a un gobierno y luego bajo cuerdas aceptaban prebendas de los gobiernos de turno. A esto lo consideraba una apostasía, por eso su lucha siempre transparente, sin pedir nada a cambio, asumió con hidalguía los sinsabores y sacrificios que debía tolerar por la “religión cívica del pueblo”, como definió a los principios doctrinarios del radicalismo; el partido de que bregaba por cumplir los sueños de los hombres de Mayo y que juraron solemne el 9 de Julio de 1816, los cuales se vieron plasmados en la sanción de la Constitución Nacional de 1853: Libertad, Igualdad y Soberanía. Este último precepto sólo se verá cumplido cuando se sanciono la Ley 8871, mal llamada Sáenz Peña, al decir del prestigioso historiador Félix Luna debería llamarse Yrigoyen.

En 1901 fundó en La Rioja el diario “El Independiente.”  Antes había trabajado en el diario “La Prensa” y “El Argentino”, de la Capital Federal.

Se desempeñó como diputado constituyente en la Convención Reformadora de la Constitución de La Rioja, que se aprobó en 1909; colaboró además en la redacción del Código de Procedimientos. Asimismo, fue Presidente de la Comisión de límites entre su provincia, y las de San Juan y San Luis. Además  ocupó distintos cargos en su terruño natal entre ellos: Procurador Fiscal, Juez de Primera Instancia en lo Civil, Comercial y Criminal, Ministro del Superior Tribunal de Justicia y también profesor de Literatura del Colegio Nacional donde obtuvo el respeto y la consideración de sus alumnos, ejerciendo desde la cátedra una labor importante para el radicalismo puesto que muchos de sus alumnos se incorporarían a las filas del partido debido a la admiración que Luna les generaba y también por los ideales que profesaba.

Fue asesor jurídico ad honorem del Círculo de Obreros Católicos, fundado por el destacado presbítero Dr.  Juan Carlos Vera Vallejo y luego se convirtió en Vicepresidente primero de la Comisión Directiva de dicha corporación. Era creyente fervoroso, practicante y comprometido con los más desvalidos. Candidato a Gobernador en 1913 en representación de la Unión Cívica Radical. Como consecuencia del fraude electoral perpetrado en aquella oportunidad, se transformó en el protagonista activo junto al Ing. Pedro Bazán, José E. Páez, Daniel Baush, Fortunato Guzmán Rodríguez, Abel Sotomayor Bazán, Carlos María Quiroga, entre otros de la Revolución de 1913, conocida como “Revolución de la Florida.”

Su más enaltecedora representación fue, sin duda, la integración de la fórmula presidencial, como vicepresidente de la República, muchos se preguntaron qué méritos tenía para alcanzar tan alta investidura. Si nos ajustamos a la verdad histórica, se debe confesar que en el doctor Luna se premiaba a la lealtad y la consecuencia. Esto lo sabían, los que durante largos años y en medio de grandes infortunios se habían mantenido firmes en una lucha dura y tenaz, frente a las grandes desviaciones de la moral política.  José María Rosa nos señala que la candidatura de Luna fue compleja. Estaba claro que el candidato a presidente sería Yrigoyen. No estaba definido, en cambio quién debía ser su compañero de binomio.  Así se llegó a la Convención Radical del 22 de marzo de 1916. La disputa era entre cuatro aspirantes: los doctores Luna, Vicente Gallo, Joaquín Castellanos y Leopoldo Melo. Triunfando nuestro comprovinciano con 81 votos, seguido por Gallo con 59 y los demás solo uno. Decidida la nominación se suscita un hecho inesperado: Yrigoyen no acepta que Luna comparta la fórmula, sin lugar a dudas reina la confusión y la tensión. Un grupo de dirigentes entrevista al líder radical para conminarlo a reconocer el resultado del escrutinio y, por ende, al candidato.

Luna al tener conocimiento de estos acontecimientos envía una nota a los convencionales, declinando a la candidatura y sólo pone como condición de aceptar, si Yrigoyen se lo pide, como finalmente sucedió.

El día 12 de octubre de 1916, el pueblo accedió por primera vez al Gobierno, a través del sufragio libre, con Hipólito Yrigoyen y Pelagio B. Luna

La relación con Yrigoyen fue complicada porque antiguos partidarios del régimen anterior se afiliaron al radicalismo con la idea de mantener sus privilegios y abundar en sus vicios, lo cual perturbó los vínculos con sus correligionarios de la primera hora.

Relata su sobrino, uno de los juglares de nuestra historia Félix Luna lo siguiente que ejemplifica estos hechos: “un día el vicepresidente recibe la visita del de varios senadores conservadores encabezados por el Dr. Benito Villanueva. La delegación le propone una extraña combinación: iniciar juicio político al Jefe de Estado, destituirlo y hacer un gobierno con el Dr. Luna con el apoyo de los radicales y algunos elementos conservadores. Cómo es natural el vicepresidente se negó a considerar la propuesta y de inmediato comunico de esta idea al Primer Mandatario, reservando el nombre de los implicados. Todo termino allí.

El Vicepresidente continuó con su leal adhesión al Primer Mandatario, sus hermanos siguieron ocupando funciones de importancia en la esfera política y aguerridos yrigoyenistas; pero la falta de confianza de Yrigoyen cubrió de amarguras su último año de vida y enfrió la relación entre ambos. 

Durante su gestión como presidente del H. Senado de la Nación se creó la Biblioteca del Congreso Nacional de la que fue su primer presidente.    Además, supo llevar el cargo de Vicepresidente siendo un ejemplo de virtudes ciudadanas, llegó a armonizar los ideales más amplios y elevados con las manifestaciones más férreas de su energía moral; defendió y luchó por las libertades públicas, que con la fe y la seguridad de un visionario, supo conducir a la democracia argentina. Su despacho no se convirtió jamás en un Comité donde se vetaban y ofrecían candidaturas. Luna enalteció su investidura con procedimientos y actitudes por demás edificantes. Era hombre de palabra en cada acto de su vida, citaba y cumplía, no hacía esperar a nadie y a todos trataba con afecto y consideración. El segundo Magistrado de la República fue el mismo ciudadano luchador.

Su deceso acaecido el 25 de junio 1919, se produce precisamente en pleno ejercicio de su mandato. El presidente Yrigoyen, en el decreto de honores señaló que debe honrarse la memoria del esclarecido ciudadano, cuya consagración ejemplar al servicio de la Nación lo ha hecho acreedor de su mayor gratitud.

Las honras fúnebres tributadas en esa oportunidad constituyen un acontecimiento de honda repercusión en la Nación entera. Su deceso, luego de una cruel enfermedad pulmonar, provocó consternación en toda la República, los homenajes se sucedieron desde Jujuy a Bahía Blanca y de Mendoza a Corrientes. El presidente de la Cámara de Diputados Arturo Goyeneche, al anunciar de pie su deceso en la sesión destacó “la austera modestia que caracterizó a su figura moral”. En la sesión del 27 de junio de 1919 en la Cámara de Senadores de la Provincia de Santa Fe, el representante del departamento Rosario Agustín Araya  informó acerca del fallecimiento del “doctor don Pelagio B. Luna, vicepresidente de la República” quién “por sus condiciones de carácter, por su ecuanimidad, su bondad de espíritu y demás bellezas que adornaban su persona, se había granjeado las simpatías de todos.”

En La Rioja, donde fueron traídos sus restos mortales, se dieron cita las figuras más descollantes de la política de aquellos tiempos, hubo grandes discursos y una pena incontenible. Uno de los oradores fue el Dr. Arturo de la Vega, quién al hablar en nombre de la U. C. R. dijo: “La parca inexorable, que nada respeta y todo lo arremete con su violencia furiosa, acaba de arrebatarnos del seno de la Patria a uno de sus hijos más predilectos, a un invicto preclaro ciudadano, el Excelentísimo Señor Vicepresidente.” El 4 de setiembre de 1920 la Cámara de Diputados de La Rioja, sancionó una ley mediante la cual se impuso el nombre de Pelagio B. Luna al Departamento de San Blas de los Sauces. En 1921 la céntrica calle 9 de Julio de la capital riojana pasó a denominarse Vicepresidente Dr. Pelagio B. Luna. Radical de aristas bien definidas e inconfundibles, de conciencia y de convicciones, practicaba lo que predicaba, alentaba con su ejemplo y su palabra, sosteniendo bien alto el pendón del partido, no defeccionando nunca, ni aún en las mayores adversidades. Fue uno de los adláteres de Yrigoyen para poner en marcha la “república verdadera” Pelagio Luna murió en el año más duro de la primera presidencia de Yrigoyen, en el que se evidenció la agudización de la conflictividad social, se produjo la Semana Trágica y el diputado conservador bonaerense Matías Sánchez Sorondo solicitó el juicio político del presidente de la Nación. La vacante dejada por Luna no fue cubierta hasta el fin del mandato en 1922 y el Senado estuvo presidido por el conservador mendocino Benito Villanueva.

En el diario de sesiones del 12/10/1916 consta que juró por Dios y la Patria sobre los Santos Evangelios. En su deceso fue despedido por el Nuncio Apostólico, como representante de todo el cuerpo diplomático acreditado ante el gobierno nacional. El diario “Los Principios” de Córdoba en su juicio necrológico dice que Luna “era bueno y creyente, modesto y sincero, afectuoso y servicial”. Se acercaba a los gobernadores del régimen para “interceder en favor de algún cura de campaña que siempre encontraron un gestor eficiente para consolar sus tribulaciones, en el “doctor Pelagio”, o como los hombres más humildes del pueblo lo llamaban con respeto y admiración: “don Pelagio”.

Su leal amigo, el presbítero Juan Carlos Vera Vallejo, en su oración fúnebre señalaba al respecto:

“Descansa en paz, noble creyente, ciudadano ilustre y que la Cruz que desde hoy extienda amorosa los brazos sobre tu tumba, sea símbolo de la paz que goces en el abrazo de Cristo, a quien confesaste y amaste como noble caballero en la tierra.” Finalmente, el presbítero José Pío Cabral, Cura Rector de la Iglesia Matriz, en el solemne funeral predicaba: “Católico ferviente, el doctor Pelagio B. Luna hacía alarde de sus profundas convicciones en todas partes y hoy vemos con satisfacción que respetando sus creencias, sus despojos mortales reposan en estos momentos en este santo recinto donde habita la plenitud de la divinidad, para rendirle el mejor homenaje bajo las bóvedas del templo, testigo del cumplimiento de sus deberes de cristiano.  Para que pueda primar la ética en la política, poner límites a los abusos del poder, transformar las instituciones vendidas al mal en otras orientadas al bien común; sostenemos la imperiosa necesidad de educar al hombre para ser ciudadano, que Dios es la fuente del poder, que el bien común debe ser el fin, tener a la Justicia como regla, al amor como estilo y a la paz como clima.”

Han de redefinirse los conceptos de vocación, competencia, participación y colaboración. El diálogo debe ser tomado como desafío y corresponde que los ciudadanos vigilen a quienes gobiernan. Nuestros políticos, deben volver a ser hombres que sientan a la cosa pública, bajo la especie de actuante probidad, como lo hizo Pelagio B. Luna, injustamente olvidado del panteón de los patriotas y del credo radical. Así se restaurará la ligazón entre ética y política en las instituciones de la Nación en el presente siglo veintiuno.

De este riojano de físico breve y atuendo pulcro, huesudas manos y exangüe fisonomía marcada con un extenso y poblado bigote horizontal, poco más puede agregarse. Ante las palabras de sus fieles partidarios y respetuosos adversarios, huelgan hoy los comentarios. Recuérdese solamente que desde su función de Vicepresidente no convirtió su despacho en un comité donde se ofreciesen o vetasen candidaturas.

Es digno de destacar que enalteció su investidura con procedimientos y actitudes por demás de edificantes. Jamás fue custodiado por ningún guardaespaldas. Resaltando que era cumplidor en todos los actos de su vida. Citaba y cumplía. No hacía esperar a nadie y a todos trataba con afecto y consideración. Nunca más reléguese de la memoria, que el Dr. Luna  fue el mismo ciudadano, cristiano e infatigable. Él, a lo largo de su trayectoria supo unir la ética y la política. Es un ejemplo señero, al que debemos retrotraernos para lograr una nueva complementación de los dos vocablos que hoy se aproximan y requieren en el común denominador de la ciudadanía.

El Dr. Pelagio B. Luna, fundador del radicalismo riojano y cofundador del argentino, fue un hombre austero, combatiente y modesto. Brego sin espera alguna de recompensa. Se entregó a la obra de la Reparación Nacional sin claudicar un solo minuto, su nombre es vocablo ineludible de la República y la Unión Cívica Radical.    

por Julio C. Olivera

El Independiente, 3 de julio de 2020