¿Qué implica la ‘realidad humana’, ese hábitat construido por la laboriosidad de nuestra especie? ¿Cuál es la razón de su dinámica? ¿Qué pistas nos brinda acerca de lo que denominamos progreso?

A un ritmo temporal cuantificable en millones de años en los remotos orígenes de los primeros ‘homínidos’ hasta el alucinante vértigo en que transcurre el fluir de nuestro tiempo actual; desde las rudimentarias herramientas, armas, cacharros y ornamentos que produjeron esos antepasados de las cavernas hasta los más sofisticados artefactos, monumentales ciudades, excelsas obras de arte y evolucionados sistemas de convivencia, se fue construyendo en forma creciente ese abigarrado conjunto que constituye nuestra realidad humana contemporánea. Trayectoria sinuosa orientada a  “…hacernos más segura, eficiente y confortable nuestra existencia…”. Enunciado de una validez tan general como imprecisa, en tanto se trata de metas que, en su realización, son entendidas en forma harto diversa en cada contexto geográfico e histórico; y, más aún, hasta por la subjetividad propia de cada persona. Pero ese mismo enunciado contiene un correlato más audaz, si nos animamos a dar otro paso, e imaginar en  un nivel de abstracción de dimensión cósmica la maquinaria que pone en juego el vector del progreso de nuestra realidad humana. Y sugiero así la propuesta central de esta nota al afirmar que esa  maquinaria reposa en la fuerza impulsora inherente a su imperfección, precisamente insanable por ser construida por el también imperfecto hombre. Pero en fin… realidad imperfecta, aunque por eso mismo perfectible; cualidad esta última decisiva en tanto empuja obstinadamente hacia adelante en pos de una supuesta perfección que, cual esquivo oasis, se muda en espejismo cada vez que creemos alcanzarlo… . Incluso aunque ese adelante o progreso constituya, como todo futuro, una insondable incógnita. Perfectible, en cambio, es un término más modesto en tanto nos previene contra las peligrosas promesas de perfección en formato de utopías paradisíacas, sean religiosas o ideológicas; porque a  medida que nuestro mundo occidental se secularizó las creencias religiosas se hicieron más laxas y el intolerante dogmatismo acrítico se desplazó hacia las convicciones ideológicas; son utopías que a lo largo de la historia de la humanidad culminaron en infaustos cataclismos. Quién mejor conocedor del alma humana que Freud (1930 y 1932) cuando en el siglo pasado nos advertía acerca de la dudosa viabilidad del ‘paraíso comunista’. Casi simultáneamente, mi generación se convirtió  en testigo azorado  e impotente de la masiva adhesión a la siniestra conjura nazi, tramando la depuración de los seres humanos ‘inferiores’ para destilar una ‘raza superior’. Hoy mismo contemplamos innumerables pueblos sumergidos en la pobreza extrema asociada a sometimiento social servil, crueldad política y misoginia, que se abrazan aferrados a anacrónicos fanatismos religiosos e ideológicos, ‘hipnotizados’ por patéticos  y despóticos caudillos o predicadores.

Por otra parte, tal mentada imperfección asintótica, motor de ese pujante trajín, fue construyendo   nuestro mundo presente a lo largo de decenas de milenios y siglos; mundo pleno de imperfecciones pero también de incontables bienes materiales e intangibles que fueron decantando a su paso y conforman ese extraordinario patrimonio que hoy disfrutamos: monumentales obras de la ingeniería y de la arquitectura, sustantivos recursos científicos, tecnológicos y artísticos y, por sobre todo, sistemas de  relaciones humanas amparados en pactos institucionalmente consensuados que promueven y ejercitan el resguardo de las libertades y derechos individuales y colectivos; condiciones que alientan y facilitan los desarrollos de las capacidades y talentos personales para beneficio de la comunidad, sin menoscabo de los propios; y, por sobretodo, donde la autoridad se ejerce con el menor riesgo posible de regresión al sistema de sometimiento ante el todopoderoso y tiránico ‘padre de la horda’ primitiva (S. Freud 1912/3).

Con esta escueta enumeración de logros alcanzados por nuestra especie, esbozo un prudente elogio a la imperfección e intuyo que tales logros, que nos maravillan y valoramos, nunca serán suficientes. Imperfección que obliga a reparar además que ese progreso y sus resultados no están uniformemente repartidos en el planeta, sino más bien acotados en una porción del mismo, y a determinados estamentos sociales del mundo contemporáneo. Y así la imperfección continúa empujando sin descanso el inacabable trajín… .                   

Por Samuel Arbiser

19 de Junio de 2020

Colección Divagues 
Referencias bibliográficas
Freud Sigmund 1912/3. Totem y Tabú
Freud Sigmund 1930.  Malestar en la Cultura
Freud Sigmund 1932. Porqué la Guerra.