El ciudadano puede ser de izquierda, de derecha, liberal, desarrollista o cualquier otra tendencia que respete el orden establecido, que incluye la ley vigente y al sistema institucional.

Quien pretende ser dirigente y candidato a ocupar funciones de responsabilidad gubernamental, cualquiera sea su tendencia, tiene, además, que ser competente; es decir saber gobernar.

Lamentablemente la gran mayoría de nuestros gobernantes, en términos generales, es incompetente, no solo en la materia que le toque abordar sino en cuanto a su capacidad para distinguir lo que está bien de lo que está mal y de recurrir a ciudadanos idóneos para asesorarse. Y su incompetencia se vuelca a la opinión pública, a la opinión periodística y hasta a la “ilustrada”. Una ensalada que confunde en lugar de esclarecer, sobre todo a los jóvenes.

En una cuestión trascendental, como es la pandemia que estamos padeciendo, casi todos los gobernantes se han comportado de un modo absurdo y disparatado, con el resultado de qué al cabo de un año, tenemos miles de infectados y de muertos, ausencia de educación, falta de vacunas (y su canallesca aplicación delictual), crisis alimentaria, creciente inseguridad, desocupación y quiebra de infinidad de comercios e industrias y una pobreza que avergüenza.

Pero no se quedan atrás muchos de la oposición, que tampoco lucen muy competentes con sus historias y sus conductas. Hay que discutir y acordar planes en todas las áreas de la vida ciudadana, darlos a conocer, explicarlos y en su caso ponerlos en ejecución.  Tal vez el calamitoso estado de la Nación impulse a los ciudadanos a votar, en lo sucesivo, por quienes propongan políticas sensatas y acordadas, dejando atrás enfrentamientos inútiles.

El gobierno nacional, en cambio, está empeñado en destruir nuestro sistema judicial y el equilibrio constitucional entre los tres poderes, con el único propósito de exculpar de seguras condenas a quienes delinquieron y son parte de él o lo fueron en otras épocas.

por Guillermo V. Lascano Quintana