Por Octavio Schindler

En mi primer viaje, realizado en julio del año 2016, sólo tuve un pantallazo de este inmenso país, visitando algunos museos y palacios, con los que quedé maravillado, pero sin tomar contacto con la gente, excepto ocasionales charlas con las guías que, aunque muy preparadas, las urgencias de los itinerarios programados impedían abundar sobre la mayoría de los temas.

Pero este primer viaje acentuó mi entusiasmo por conocer, con mayor profundidad, la historia y la cultura rusas. Me avoqué entonces a la lectura de muchos libros interesantes al respecto y frecuenté el trato personal con viajeros y expertos que comparten este interés.

Es así que, impelido por mi adición de bibliólogo, no sólo leí nuevamente “El Baile de Natasha” de Orlando Figes, libro fundamental como excelente introducción a la cultura rusa, sólo superado –por su mayor enjundia y profundidad- en “El Icono y el Hacha”, de Jame H. Billington, ambos de lectura obligatoria para quienes se interesen por el tema. También obras que antes no había leído de Turgueniev, Chéjov y “El Diario de un Escritor” de Dostoviesky, que contiene interesantísimas reflexiones, con una impronta netamente periodística, sobre el mundo ruso de la segunda mitad del siglo XIX. Descubrí una obra de Tolstoi, que no estaba en mi repertorio: “Resurrección”, donde al describir magistralmente un drama humano también ilustra acerca del funcionamiento de los tribunales de la época de zarista, bien lejos de ser órganos arbitrarios o despóticos como suelen ser presentados. La pequeña biografía de Nicolás II, escrita por Kazanzew, me brindó una visión distinta y peculiar sobre el último zar. En fin, muchísimos otros libros, todos muy interesantes, como “Los Romanoff” y “En la Corte del Zar Rojo”, ambos de Simón Sebag de Montefiore; “Un Imperio Fallido”, de Vladislav Zubok; “El Coro Mágico”, por Salomón Volkov; “El Ocaso de la Aristocracia Rusa”, de Douglas Smith; “Pensadores Rusos”, de Isaías Berlin; “La Idea Rusa”, que contiene una selección de obras de Chaadaev, Soloviev y Berdiaev. Existen también muy buenas obras de autores argentinos sobre el tema, bastando mencionar a Mariano Caucino, Jorge Saborido y el Padre Alfredo Sáenz S.J.

Con este bagaje y el mismo entusiasmo, a principios de octubre de 2018, emprendí el segundo viaje, pero esta vez en condiciones superlativamente superiores para un más profundo conocimiento del mundo ruso. Es que fui participando del grupo que organizó mi amigo Carlos Regúnaga, con el apoyo y auspicio del Club del Progreso y del Consejo Argentino para las Relaciones Internaciones (CARI), además de la invalorable colaboración de la Embajada de la Federación Rusa ante nuestro país y el Ministerio de Relaciones Exteriores, de manera tal que este segundo viaje estaba cuidadosamente planificado y con una apretada agenda que incluía no solamente un curso en el Instituto de Latinoamérica de la Academia de Ciencias de Rusia, sobre “Rusia en el contexto mundial contemporáneo”, dictado por prestigiosos intelectuales locales. También numerosas reuniones y entrevistas con profesores universitarios, funcionarios, empresarios y personas destacadas en distintos ámbitos. Con este motivo, siempre acompañados por amables y expertos tutores del mencionado Instituto de Latinoamérica, visitamos, por ejemplo, la Escuela de Administración de Moscú Skólkovo, el Ministerio de Relaciones Exteriores, el Consejo Empresarial Ruso-Argentino, la Embajada Argentina ante la Federación Rusa, el Club Internacional de Discusión “Valdai”, la Universidad Estatal de Moscú Lomonosov y la Universidad de San Petersburgo. En todos estos organismos luego de escuchar las exposiciones de destacados expertos, mantuvimos con ellos muy interesantes y fructíferas conversaciones, en las que se trataron sin reticencias ni restricciones toda clase de tópicos.

Es interesante destacar este último aspecto, ya que lejos de encontrarnos con burócratas recelosos o taimados, precavidos ante extranjeros que los observan con mucha atención y toman nota de todo, mostraron ellos no sólo un profundo conocimiento de los temas tratados sino absoluta disponibilidad para responder a la catarata de preguntas, a veces deshilvanadas, que les hacíamos.

Así, se trataron sin ambages cuestiones que podían resultar urticantes, como la “incorporación” de Crimea, las relaciones con los EEUU, las sanciones impuestas por los países occidentales, los vínculos con nuestro país y, en general, situación de Rusia ante Occidente.

Al finalizar cada reunión o conferencia, cumpliendo una insoslayable tradición local, tenía lugar un intercambio de obsequios o recuerdos. Afortunadamente, nuestro jefe de la delegación, Dr. Carlos Regúnaga, previsoramente llevó unos cuantos ejemplares del libro editado por el Club del Progreso al cumplir 150 años de su fundación, cuidadosamente ornados con una cinta argentina, que entregaba en reciprocidad al anfitrión de turno, cerrando esta mini ceremonia con palabras explicativas, seguidas del aplauso general.

En términos generales, ninguno de nuestros interlocutores ocultaba un acendrado        patriotismo, sentimiento que por doquier se manifestaba de múltiples maneras en toda la población. También podía advertirse cierto optimismo respecto del futuro de grandeza de su país, sea en cuanto a las perspectivas de crecimiento económico o su ubicación en el mundo. Eran todos bien conscientes de que Rusia es un país grande y fuerte, pero también podía advertirse un cierto recelo ante las potencias occidentales porque no le estarían asignando a Rusia el respeto y consideración que se merece.

El recuerdo de la Gran Guerra Patriótica, como ellos denominan a la Segunda Guerra Mundial,  afluía una y otra vez, quizá con una visión algo distorsionada, ya que consideraban como casi única vencedora de la contienda a la Unión Soviética, restándole relevancia al papel desempeñado por los demás países aliados que participaron. Para ellos la guerra comenzó el 22 de junio de 1941, fecha en que los ejércitos de Hitler invadieron su país, ignorando cuanto antes sucedió, especialmente la alianza entre Stalin y el dictador alemán, el pacto Ribbentrop-Mólotov, celebrado el 23 de agosto de 1939, pocos días antes del comienzo de la conflagración, que le proporcionó a Hitler la ocasión para invadir el territorio polaco y a la Unión Soviética un jugoso botín, deglutiéndose parte de Polonia y a los estados bálticos.

Y con respecto al comunismo, el consenso de nuestros interlocutores fue casi unánime: nadie quiere el retorno de tan oprobioso régimen. Sin embargo, aunque la consideran una etapa superada, aceptan ese régimen como parte de su historia que no puede negarse, y en alguna medida estiman que las glorias logradas por los ejércitos bolcheviques en la Gran Guerra Patriótica quizá reivindicarían al comunismo de sus crímenes, velando así con un manto redentor tantas fechorías.

En cuanto a la caída del régimen soviético, como consecuencia de la Perestroika y la Glasnot, hay consenso, prácticamente unánime, en que para el país fue una catástrofe, de la que el Sr. Gorbachov es el máximo responsable por su inaudita torpeza. Este señor es –quizá- mas denostado que el mismo Stalin, a quien al menos se le atribuye, a mi modo de ver inmerecidamente, el triunfo ante el nazismo para aminorar sus crímenes.

También pudimos advertir una generalizada aceptación de la actual conducción política, al frente de la cual es líder indiscutido y nuevo zar Vladimir Putin, quien le proporcionó años de estabilidad y crecimiento a la Federación Rusa, aunque más de uno de nuestros interlocutores dejó traslucir cierto cansancio y deseos de cambios, sin precisar cuáles serían sus objetivos.

Una nota particularmente agradable y simpática fue el show musical que nos ofreció el Conjunto Popular “Grenada”, en el mismo palacete donde funciona el Instituto Latinoamericano de la Academia de Ciencias de Rusia. Pudimos disfrutar no solo de canciones, bailes y música del folklore ruso sino también, para nuestra sorpresa, de numerosas piezas del repertorio hispanoamericano, ejecutadas con gran maestría y en un casi perfecto castellano. El grupo, bajo la dirección de nuestra simpática amiga Tatiana Vladimireskaya, doctora ella en ciencias históricas, está integrado por numerosos jóvenes, en su mayoría rusos, en algunos casos participan familias completas, muy simpáticos y entusiastas. Nos sorprendió también que varios de los integrantes del Conjunto Grenada fueran nuestros mismos profesores y guías en Moscú. Este grupo, con la supervisión de Tatiana, editó el libro “Somos Así – Rusia de hoy”, que cuenta sobre la vida contemporánea en Rusia, los quehaceres cotidianos, el trabajo, tradiciones, las costumbres, las formas de descansar y otros temas por el estilo. A cada uno de nosotros nos fue obsequiando un ejemplar y leí el mío con mucho interés.

A lo largo del viaje pudimos notar que la actitud general del pueblo ruso respecto al Occidente es ambivalente: se trata de una relación de amor/odio. Sin dudas, media una fuerte admiración a la cultura occidental, desde el tiempo en que Pedro I, el Grande, abrió esa espléndida ventana a Europa que es San Petersburgo. Pero también desde entonces e incluso antes los rusos han sufrido muchas invasiones de ejércitos provenientes del oeste, que dejaron terribles secuelas de hambre, muerte y miseria, y temen ellos se vuelva a repetir, por lo que les atemoriza el cordón de países limítrofes aliados a la NATO, cuyo potencial defensivo puede ser transformado fácilmente en un ejército invasor.

En cuanto a las vinculaciones con nuestro país, especialmente luego de las reuniones mantenidas en el Consejo Empresarial Ruso-Argentino, donde fuimos atendidos por el CEO de la firma Phosagro, Valery Ivanovich Fedorov, y en la Embajada Argentina, en la que nos recibió cordialmente -en ausencia del embajador- el Jefe de Misión, Rolando Pocovi, si bien pudimos advertir un gran interés en incrementar esos vínculos, lo cierto es que no existen proyectos concretos de inversiones de alguna envergadura y tampoco perspectivas de un aumento en el corto plazo del comercio entre ambos países. Vale aquí agregar que Rolando Pocovi, joven y eficiente diplomático, amable y dicharachero, vive en Moscú con su esposa e hijos rusos, nos comentó muchos aspectos de la vida en ese país, para el cual no oculta su admiración.

Afortunadamente, todas estas entrevistas y reuniones, que originan los comentarios y reflexiones aquí vertidas, estuvieron matizadas por un programa de actividades turísticas que incluyeron visitas a museos, acompañadas por excelentes guías, profundos conocedores de la historia y del arte rusos, como así también recorridos por fortalezas, monasterios, deslumbrantes iglesias y portentosos palacios como Peterhof y Tsarcoye Selo.

Si a ello le agregamos las agradables personalidades de los integrantes del grupo, cultos e inteligentes, excelentes hoteles y muy buenas comidas y bebidas, no es aventurado calificar el viaje realizado como un éxito rotundo.

Una muy interesante visita fue la que hicimos al Museo de la Arquitectura de Madera, ubicado en las cercanías del Monasterio de Yuriev, a pocos kilómetros de la ciudad de Novgorod.

En un extenso predio fueron reubicadas varias docenas de construcciones hechas solamente con troncos, algunas de ellas muy antiguas como que datan del siglo XVI. Hay modestas cabañas, pero también magníficos palacetes y espléndidas iglesias. Dado que estos edificios se levantaban sin cimientos, pudieron ser trasladados intactos desde distintas regiones de Rusia, de modo que conservan íntegramente su estructura original, y contienen incluso sus mismos mobiliarios. Es admirable la perfección de su factura, con ensambles de troncos perfectamente encastrados, con lo cual la aislación de los ámbitos interiores es total, asegurando el confort de sus habitantes, incluso en los más crudos inviernos. Asombra saber que estos hermosos e imponentes edificios fueron construidos por modestos aldeanos, cuya única herramienta era el hacha, que manejaban con una habilidad excepcional, aprovechando así los extensos bosques característicos del territorio ruso, con muchas finas maderas.

En las inmediaciones de este museo, como ya he dicho, está el Monasterio de Yuriev (San Jorge), a la vera del río Vóljov, fundado por Yaroslav el Sabio, gran príncipe de Novgorod y de Kiev, en el año 1030, esto es, mucho antes de la misma existencia de Moscú. Originariamente construido en madera, posteriormente se levantaron en este monasterio varias iglesias, entre ellas la magnífica Catedral de San Jorge en el año 1119, donde se enterraban los príncipes de Novjov. De sus seis iglesias, cinco fueron destruidas por el gobierno soviético, al igual que tantos otros templos y monasterios.

También sobre el rio Vóljov, cerca de su desembocadura en el lago Ilmen, está la muy antigua y venerable ciudad de Novgorod a la que  hicimos una corta visita, incluyendo una navegación por ese rio y hasta el mismo lago llmen. Esta ciudad, posiblemente fundada en el siglo IX por intrépidos vikingos, fue un importantísimo centro comercial, religioso y cultural, durante los primeros siglos del segundo milenio. Ubicada a la vera de las rutas –fluviales y terrestres- que vinculaban el Báltico con Constantinopla, grande fue su riqueza y formó parte de las ciudades que componían la Liga Hanseática. Nunca pudo ser dominada por los mongoles, como sí sucedió en el siglo XI con buena parte del resto del país, invasión que lo hundió en un significativo retraso cultural y económico. Liberada del yugo mongol, a partir del proceso comenzado con la batalla de Kulicovo, librada el 8 de septiembre de 1380, Moscovia fue adquiriendo preeminencia y su rivalidad con Novgorod se acrecienta hasta que esta última fue conquistada y prácticamente aniquilada en el año 1570 por Iván IV, “el terrible” como decimos los occidentales, o “el temible” que prefieren los rusos. A partir de allí entró Novgorod en una relativa decadencia y, mucho después, durante la Gran Guerra Patriótica, fue invadida por ejércitos nazis, integrados en esta ocasión en buena parte por voluntarios españoles, al punto que pudimos comprobar que la gente de Novgorod guarda muy malos recuerdos de estos voluntarios, parte de los cuales yacen en cementerios localizados en las cercanías. Por extensión, tampoco quieren nada a los españoles.

Y de allí partimos, el martes 16 de octubre, en una no muy cómoda combi, siempre acompañados de nuestra simpática y cultísima guía Svetlana –Setia- hacia San Petersburgo, capital imperial como pocas.

Instalados ya en el magnífico Hotel Angleterre, pude comprobar que estábamos a pocos pasos de la Catedral de San Isaac y, por consiguiente, sólo a unos trescientos metros del rio Nevá, justo en el lugar donde se levanta la famosa estatua ecuestre de Pedro I el Grande, construida en el año 1782 por el escultor francés Etienne Maurice Falconet, a pedido de Catalina II, la Grande.

La imponente escultura se erige sobre la roca más grande que ha movido el hombre, que según se estima pesa más de 1500 toneladas. Arriba de esa roca, en su fogoso caballo, que parece precipitarse sobre el Nevá, el altivo Pedro señala con su índice en dirección a Europa, indicando así a sus súbditos el camino hacia la modernidad. Según las leyendas, “El Jinete de Bronce”, pues de este modo se reconoce a la escultura, por las noches se desprende de su pedestal y Pedro con su sable en alto galopa velozmente en su corcel por el Nevá, aterrorizando a los asustados ribereños. Varias noches, luego de algún whisky, me acerqué sigilosamente a la estatua, con algún resquemor, pero no pude comprobar la veracidad de la leyenda. Otra vez será.

Pero visitar el Ermitage, en San Petesburgo, es casi una obligación de todo visitante. Su colección de pinturas –en su mayoría europeas- es magnífica. En este segundo viaje pude también admirar la colección de cuadros impresionistas, que se exponen en otro edificio, cruzando la Plaza del Palacio, donde se yergue la columna de Alejandro, o sea el corazón de la ciudad. Sin embargo, la excelencia de estas colecciones no significa que no hayan otras –muy pocas, por cierto- similares en ciertos museos de Europa y EEUU. De allí que, en lo que a mí respecta, preferí dedicarle especial atención a otros dos museos: la Galería Tretiakov, en Moscú, y el Museo Ruso de San Petersburgo, en los que se exhiben solamente obras artísticas rusas de óptima calidad, que nos permiten introducirnos mejor en la idiosincrasia y el pasado de este pueblo.

Debemos ahora destacar la profunda religiosidad del pueblo ruso, en su gran mayoría fieles de la Iglesia Ortodoxa. Por doquier las iglesias, destruidas durante el período soviético, han sido reconstruidas y se lucen por sus coloridos, esplendor y riquezas. El ruso se acerca a su Dios con el corazón y busca encontrarlo por medio de los sentidos y emociones. Los templos, entonces, están impregnados por los inciensos, cargados con numerosos iconos, se oyen magníficos coros y los ritos, cuidadosamente reglamentados, se observan con unción. No hay instrumentos musicales, solo la voz humana y, por supuesto, el tañer de campanas. Para ellos, la pretensión de comprender a Dios por medio de la razón, propia del catolicismo y del racionalismo occidental, constituye una aberrante herejía. Sólo se llega a El por los sentimientos de modo que los artilugios racionales de Aristóteles o de Santo Tomás, meros traficantes de silogismos, son actos sacrílegos.

También por razones históricas existe cierta aversión al catolicismo. Recordemos las invasiones que Rusia sufrió por parte de los Caballeros Teutónicos, luego convertidos al protestantismo. También que en la mencionada batalla de Kulikovo tropas católicas, provenientes de Suecia y Génova  lucharon del lado de los mongoles. Y el mismo Napoleón que tantos estragos causó, es visto como un ogro católico, aunque fuera un libre pensador ilustrado.

Por ello, es difícil aventurar un posible acercamiento entre la Iglesia Ortodoxa Rusa y la Católica Apostólica Romana, pese a los esfuerzos de los grupos ecuménicos.

A esta religiosidad de la población debe añadirse un muy sano sistema de valores. La familia y el cuidado y educación de los niños ocupan un lugar esencial. El orden y el respeto se advierten por doquier. En las tres ciudades que visitamos la seguridad es prácticamente total: nunca encontramos mendigos o borrachos; menos aún episodios violentos. En ese país no existen chapucerías propias del mundo occidental como el matrimonio homosexual, las perspectivas de género o las cuotas femeninas. El garantismo se aplica a los ciudadanos, pero no a los delincuentes.

Otro aspecto destacable es la cultura media de la población. Es Rusia el país donde más se lee en el mundo. El interés por la educación es máxima prioridad y los resultados se reflejan en la cantidad de premios Nobel obtenidos por ciudadanos rusos. Como dato de interés, en Moscú funcionan cuatro escuelas bilingües en las que el segundo idioma es el español.

Para finalizar, diré que, como muchos, me gusta viajar y conocer otros países. Pero un viaje tiene especial interés cuando permite tomar contacto con la gente de esos países, informarse sobre sus ideas, valores y costumbres y, en general, cómo viven. Pese a la barrera del idioma, esto sucedió en nuestro viaje y quienes participamos en él tenemos una impresión más completa del pueblo ruso.

Por múltiples razones, esa impresión es netamente favorable. Debo suponer que, además, ellos también han recibido alguna información acerca de la Argentina y nuestra idiosincrasia y quedó así sembrada una semilla mas para el mejor entendimiento de ambos países.