1.-Este título procura diferenciar tres etapas del modo determinante de abordar nuestra historia, planteando la tesis de que, tras dos momentos “fuertes” de  nuestra historiografía, el primero, la historia canónica cimentada en Vicente Fidel López y sobre todo en la obras de Bartolomé Mitre, y continuada a través de la Academia, y la segunda por la revisión, que comienza con Saldías , y como escuela admitió muchas variantes y ramificaciones siendo tal vez su figura mas representativa la de José María Rosa; recalando hoy en una etapa “débil”,  la escuela del “relato”, cuyo actual paradigma puede ubicarse en la figura de Felipe Pigna. Genéricamente cabe hablar de “escuela” cuando se configura  un modelo con identidad y trascendencia, pues  los maestros  o fundadores , encuentran su  continuidad y expansión en  discípulos ,  continuadores, imitadores y antagonistas.

 2.-La primer vertiente se considera iniciada en Vicente Fidel López, polifacético abogado, político, funcionario, catedrático y rector de la universidad, varias veces Ministro; su vida surcó casi todo el siglo XIX, pues nació en 1815 y falleció en 1903.Hijo del autor del himno nacional, tuvo una importante base para su tarea de escritor en  los recuerdos de su padre, y testimonios de contemporáneos, y elaboró una  versión sustantiva, base de un canon, que formularia la visión de la revolución de Mayo como un corte respecto de un pasado tenebroso, de exacciones, comercio monopolizado y opresión, en línea con las doctrinas del “Manifiesto” que emitió el mudado Congreso a Buenos Ayres en octubre de 1817. Frente a esto, una revolución gestada en logias libertarias, por conspiradores que disimularon sus verdaderos propósitos tras la máscara de fidelidad a la restauración de Fernando VII. En esto un didactismo patriótico con clara pretensión de generar tradiciones, aunque en su base hubiera a veces mucho de leyenda, imaginación y pasión doctrinaria.

 No fue, sin embargo, el primer historiador relevante, pues ese rol le cabe a Pedro de Angelis, napolitano  emigrado de las guerras napoleónicas y afincado en Buenos Aires a partir de 1825, donde ejerció el periodismo  y quien es reconocido como  recopilador  del primer archivo histórico de importancia, base de la publicación en seis volúmenes, “Colección de Obras y Documentos relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata” , pero cuya larga relación de servicios a la Provincia  durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, le significaron, luego de su caída, el menosprecio que no compensó con los galardones obtenidos en el exterior, ni, luego de su regreso del exilio, con sus nuevos trabajos y publicaciones, hasta su muerte en 1859, de modo que no generó una proyección discipular.

En cambio, le cupo a  Bartolomé Mitre (1821-1909) constituirse en el factor determinante en la configuración de  este  canon  que perdura hasta nuestros días. Se ha dicho que , siendo hombre de excelente pluma forjada en permanentes lecturas, la brega periodística y pasión por los clásicos, primó en él su trayectoria militar al elegir el hilo conductor de trazado de los hechos y las gestas del primer cuarto de siglo, a través de las progresivas y sucesivamente depuradas versiones de su Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina  e Historia de San Martín  o de la Emancipación Americana.  Superando las controversias avanzó en una tarea cada vez mejor documentada y sistemática y en sucesivas ediciones, ubicando las  gestas individuales de estos próceres,  dentro de un vasto escenario político y militar, que de alguna manera moldeaba la identidad nacional, acompasado a  las premisas ideológicas sentadas por Domingo Faustino Sarmiento en su biografía novelada de Facundo-publicada en 1845-según la dicotomía “Civilización o Barbarie”, con una matriz iluminista del progreso indefinido centralmente dirigido a través de la educación y la industria; y que encontraría su perfeccionamiento en las fórmulas alberdianas de la unión federativa bajo el lema inmigratorio de gobernar es poblar”.

 3.-Esta orientación optimista, elaborada por quiénes habían vencido en Caseros y organizado la Nación a partir de 1853/ 60, configuró una regla que permaneció sólidamente establecida a través de los libros de difusión en la escuela pública obligatoria, y conformó la “identidad argentina”, incorporando a los millones de hijos de inmigrantes  que se fueron sumando a la cultura nacional . Nicolás  Shumway, utilizando los modernos instrumentos de análisis de la literatura y de la filosofía, sienta la tesis de la “construcción de la identidad argentina”, como un deliberado esfuerzo intelectual y de gobierno, que  colocó por un lado el antiguo pasado español que debía superarse y sus rémoras en el caudillismo y la barbarie ínsita al interior no desarrollado, y por el otro, el curso del progreso, tal cual lo había planteado  Alberdi, y la adopción  de instituciones modernas, tales  las asumidas  con profundo eclecticismo, tanto   de la tradición independentista norteamericana, como de los modelos europeos, ya del francés, ya del inglés, ya del alemán, según se tratara de la formación pública, la construcción de ciudades, puertos o vías navegables, del nuevo urbanismo, o del ejército de línea. Esta imaginería iba a encontrar su vulgarización en los manuales  para la escuela primaria del profesor Alfonso Grosso, acompañados por las ilustraciones de Francisco Fortuny; logrando  el efecto casi alquímico- he ahí la metáfora del crisol de razas- de que los hijos de los inmigrantes, fueran italianos, españoles, centro europeos o del medio oriente, se sintieran movidos por las gestas cumplidas bajo la bandera argentina, como si hubieran sido hechas por sus abuelos de sangre.

A la explosión de energía que significó la incorporación masiva de nuevos habitantes, sobre el capital inmóvil hasta entonces de la pampa y de los ríos, así como la inyección  de grandes inversiones  provenientes de Europa, en donde en esa época sobraban, conformaron un asombroso salto adelante desde los tiempos del reposo colonial- la ciudad indiana -a la poderosa metrópoli que pretendía asombrar al mundo en 1910.

 4.-Esta visión  que tiene en sus gigantes autores a los nombrados, fue, sin embargo, casi desde el inicio, objeto de revisión. Cupo el impulso inicial a Adolfo Saldías , casi contemporáneo  ,que en su “Historia de la Confederación Argentina” trató el rescate de los 30 años que , como un oscuro bache de tiranía, era  salteado en el análisis histórico establecido. Al decir luego de Ernesto Palacio,“dominaba la falsa idea de una historia dogmática y absoluta, cuyas conclusiones debían acatarse como cosa juzgada, so pena de incurrir en delito de leso patriotismo”. Saldías era profundamente liberal, y provenía del mismo tronco raigal que sus maestros Sarmiento y Mitre. Pero estaba movido por la persecución “de la verdad histórica con absoluta prescindencia de las ideas… de la represión y de propaganda que mantenían los partidos políticos”, las que “si bien pudieron tener su oportunidad de los días de la lucha y su explicación, en la efervescencia de las pasiones políticas”, reflexiona, “no se sirve a la libertad manteniendo los odios”, e interpreta… “es en el fondo una sociedad con graves culpas…, y  se escuda tras el culpable que presenta a la explicación del presente… ella acusa, acusa siempre a Rozas, porque no puede acusarse a sí misma,.. arrojando fuera la responsabilidad de sus propias faltas.” Otros acompañaron estos esfuerzos, según recuerda Irazusta , como Vicente  Quesada  y su hijo Ernesto, este último a través de “La época de Rosas” y su historia de nuestras luchas intestinas, tema también tratado por Juan Alvarez en “Las guerras civiles argentinas”. Al tratar  lo ocurrido entre 1830 y 1853, como una etapa germinal de la organización, Saldías pudo servirse de una abrumadora fuente documental, los propios archivos personales de Rosas, que le fueron facilitados por Manuelita en Inglaterra.Y de este modo, probablemente sin quererlo, dio origen a una escuela, el revisionismo. La línea por él  trazada, al decir de Irazusta, pretendió “hacer liberal al liberalismo”.

Con el comienzo del siglo XX también se abrieron las corrientes revisionistas antiliberales, a tono con las crisis de la época. Ernesto Palacio en “La historia falsificada “, explica: se trataba “de tiempos en que el liberalismo era una ilusión y el progreso una religión,… elementos algunos de ellos indestructibles y que nos llenan de orgullo, pero ya insuficientes para un mundo sacudido por las grandes guerras, crisis económicas y políticas lucha de clases, revoluciones y dictaduras”. Es el tiempo de “rectificar algunos conceptos que han sido desmentidos por la realidad ulterior”.Lo que inicialmente se configuró como una postura polémica respecto del argumento sarmientino, demostrando que hubo barbarie también en el campo de los civilizadores, y que había civilización en los viejos troncos coloniales y provincianos, se ligó luego hacia posiciones de rosismo más combativo como puede verse en  Carlos Ibarguren en su biografía de Rosas, y luego las corrientes nacionalistas católicas, revalorizando el aporte civilizador de los religiosos y las instituciones españolas y sus brotes indianos, del que probablemente sea el  exponente más depurado el Vicente Sierra de “Así se hizo América”, y luego su monumental historia. Se revalorizaron las biografías, lo que se muestra en la trilogía elaborada por Manuel Galvez que enlaza  las personas de Rosas, Sarmiento e Yrigoyen, así como sus novelas históricas. O en el “Año X” de Hugo Wast,  la tarea del Instituto Juan Manuel de Rosas y la obra completa de José María Rosa.

El esfuerzo de la revisión histórica hizo carrera, en la medida que por un lado se mostró la posibilidad de otra visión de la misma identidad. Y a su vez vehiculizó  la reacción contra el imperio británico o la hegemonía naciente de los Estados Unidos en el continente. Así se ve en los textos de los hermanos Irazusta, y la obra de Jauretche; y luego en la corriente  de interpretación marxista que intentó  trasladar los instrumentos  del materialismo dialéctico , aunque   esto mejor cuajó en el nacionalismo de izquierda de Jorge Abelardo Ramos, que en los mas radicalizados Hernández Arregui o Rodolfo Puiggrós.

El Revisionismo  tuvo así un origen reactivo, aunque fundado en hechos y documentos que le permitían la  reformulación y revalorización  de cuestiones y conductas  esenciales a nuestra conformación como país. En la Academia Nacional de la  Historia , fundada en 1938, a partir la antigua Junta de Numismática e Historia , se afianzó el  academicismo documentalista , a partir de la ciclópea tarea de Emilio Ravignani y luego la  obra  de Ricardo Levene  ; y , ambas corrientes, enredadas en ácidas polémicas, fueron encontrando cauces primero paralelos y después en muchos puntos comunes. Recuerdo en esta línea a mi maestro del Historia del Derecho Ricardo Zorraquin Becú con su tesis sobre el “Federalismo Argentino”,  y “La formación  del Estado Federal Argentino” de Víctor Tau Anzoátegui. Félix Luna  , a través de su dilatada  tarea en “Todo es historia”, y en su fecunda obra, puede ser tal vez la mejor expresión de los tramos de confluencia y diálogo .A esta altura  cabe saltear la reseña de tantas otras valiosas figuras, que en una y otra vertiente fueron confluyendo para formar un fenómeno de extraordinaria riqueza  y claramente nuestro:   la comprensión a través del pasado de las corrientes profundas que llegan hasta nosotros, cimentando los móviles caracteres de nuestra polifacética identidad..

 5.-Hoy en cambio, un cierto partisanismo ha tomado vigencia, puesto que, por un lado mientras los investigadores trabajan siguiendo las tendencias actuales de los estudios  sociológicos  de las vidas cotidianas,  por otro, las obras  mas difundidas  contienen enfoques generalistas, muchas veces sin tomar en cuenta los conjuntos o despreciando el tema de los contextos, en los que se ha privilegiado la construcción  de un nuevo  relato único, una segunda historia oficial.

El “relato”, en la ideología que se inspira en el constructivismo  literario, parte de una primera noción de que no hay verdad ni esta es posible, sino sólo ejercicio de un poder de clase  ,primero del  autor sobre los textos , y través de ellos , sobre sus lectores. Carecen así de valor  la inasible  posible  verdad de los  documentos y las  vidas personales , enfatizando lo  explicativo en general , con  desprecio y omisión de  los detalles , matices y contextos que obstaculicen lo que se quiera sostener. Como en esos juegos infantiles, en los cuales arbitrariamente se coloca una serie de números que deben unirse con el lápiz, y de los cuales resulta la figura escondida  por el autor entre los números, del mismo modo  se disponen los puntos necesarios para que el relato lleve a  determinada conclusión o resultado, siendo el dueño de los números quien en definitiva define el contenido moral del discurso. No son los hechos y las vidas de sus actores , sino la propuesta  hipótesis o tesis que se quiere defender.

De ahí que sea el objeto de esta nota advertir sobre este riesgo actual de falsificación que acecha nuestra memoria. Distante de la paciente y reforzada revisión de archivos, o los   estudios biográficos o de historia social, una involución hacia una forma regresiva de pensamiento único, en un nuevo canon, donde el pasado es reinterpretado de modo integral despreciando datos y biografías y sacrificando su historia al corset de la matriz ideológica políticamente correcta en boga. Esto, en la línea marcada por politólogos como Chantall Mouffe y Ernesto Lacau, de replanteo de la sociedad como  inmersa en un permanente conflicto de predominios bajo la lógica de los roles amigo-enemigo, en donde el “relato” es un elemento funcional más de la lucha por el poder cultural y político. Es un reflejo del Ministerio de la Verdad, ominosamente descripto por George Orwell, cuya tarea consistía en  reescribir  constantemente la historia para demostrar que los aliados de hoy habían sido siempre amigos , y que los enemigos actuales lo eran ancestralmente, destruyendo los registros y los libros que demostraran lo contrario  y reemplazándolos , según  lo requirieran las exigencias del momento  político. Un ejemplo reciente que ilustra esto, ha  sido la sustitución en las nuevas ediciones del “Nunca más”, del prólogo de Ernesto Sabato  por  sospechoso de albergar una doctrina no aceptada  sobre la lucha de  facciones , reemplazado por la nueva versión elaborada en la Secretaría de Derechos Humanos. Así es que se descontextualiza y recontextualiza, por ejemplo, en el impostado  indigenismo fundado en que “Colón no descubrió América”, buscando una falsa  plurinacionalidad cultural para una tierra que se crió mestiza de muchas naciones, o indiscriminadamente usar al voleo la categoría internacional de “genocidio”, tanto para calificar la llegada de los europeos a estas tierras,  como para  los trágicos enfrentamientos de los años 70  y 80, o las expediciones de  soberanía territorial  a  la Patagonia o el Chaco. El “relato” prima, no la realidad de los hechos, sino su interpretación a la luz de los valores que hoy se quieren resaltar para el dominio del pensamiento y la acción política.

6.-Tal  el  modo de expresión histórica con que nos acercamos al bicentenario. Frente a esto no es del caso intentar defender alguna forma tonta de sincretismo entre corrientes contrapuestas, pero tampoco admitir la rebaja de la inteligencia o la admisión pasiva de estas manipulaciones. Cabe rescatar a los historiadores y a la  historia, en consecuencia, como  vocación de  identidad, y en esto, en su mas profunda condición de disciplina científica, ante lo claro, lo ambiguo y  lo oscuro  aún lo mentido u ocultado de los  conflictos, pasiones y debates. O sea, lo contrario de admitir la imposición de un pensamiento único, bajo el peso de  un efímero index  de lo   políticamente correcto.

por Roberto Antonio Punte

El Derecho Nº12508, 20 de mayo de 2010