Tiempo atrás, tuve la iniciativa de escribir un libro con mucha dedicación y mucho esfuerzo. Fue tanto el empeño que puse que decidí ofrecerlo a la venta a $5000. Y, ¿saben qué? Nadie lo quiso comprar. Pensé que el problema eran las restricciones económicas que podían estar viviendo los posibles lectores. Y decidí bajar el precio a $2000. La gente seguía sin comprar mi brillante libro; nunca pensé que la crisis económica fuese tan grande. Intenté ser empático con la situación y bajé el precio a $300. Raro cómo se comportaba la demanda, porque seguían sin comprarlo. Llegué a creer que el problema era mío por haber subestimado la situación económica. Hasta que un día vi una oferta en un quiosco de una estación de subte, que ofrecía mi libro más un alfajor por $20. Fue triste darme cuenta de que la culpa no era de la crisis. A pesar de la oferta, la gente solo se llevaba el alfajor. El problema no es que algo sea barato, sino que, a pesar de que sea barato, no haya comprador. El conflicto es con el producto, no con su precio.
Amigos lectores, el placer de recibirlos en este espacio (obvio que después de leerlo van a recibir un alfajor de regalo). Empecé con esta historia porque siento que con los activos de nuestro país pasa exactamente eso.
No tengo dudas de que el valor de nuestras empresas, de nuestras casas, de nuestras tierras, de nuestros bonos, de nuestras confecciones, de nuestros salarios, de nuestras jubilaciones, de nuestros honorarios, está a un precio de oferta. Comparado con el valor de activos similares en los países vecinos, la Argentina está realmente barata y más aún si comparamos esos precios con los que tenían esos mismos activos en otros momentos. Casi como en un dos por uno en un quiosco de subte. Y lo más doloroso es que, a pesar de ello, nadie invierte ni un centavo.
Solo de esta manera puedo entender que un bono argentino esté al 38% de su valor. Rinde el doble que un bono de un país en guerra y cinco veces más que un bono de la región, que también tiene problemas con la pandemia, problemas de corrupción y crisis política. Por ejemplo, un bono peruano (con tres cambios de presidentes en tres días) rinde un 4% anual y tiene compradores, mientras que un bono argentino rinde un 17% anual y no tiene compradores.
YPF, con Vaca Muerta como estandarte, que tiene un potencial enorme, que es casi un monopolio energético que cuenta con el manejo del Estado (o sea, con el caballo del comisario), solo vale 5% de lo que vale Petrobras, que también tuvo temas graves de corrupción, y que cuenta con menos riquezas naturales que las de nuestro país. ¿Quiere sufrir más? En los 90 Petrobras valía la mitad que YPF.
El sector bancario argentino, uno de los que tiene más ventajas comparativas (porque en nuestro país se le da más valor al dinero que a la producción), debería recibir más inversores. Sin embargo, Bancolombia vale más que todos los bancos argentinos que cotizan en bolsa juntos; y eso que Colombia tiene serios problemas políticos, económicos y sanitarios.
Siguiendo la lógica, así como en la época de la furia del oro los que ganaban más dinero eran los que vendían picos y palas, en épocas donde se imprimen billones de pesos por parte del BCRA, la primera beneficiada debería ser la industria financiera. Sin embargo, a pesar de los precios actuales hay más empresas que quieren irse que las que quieran quedarse para aprovechar esta oportunidad.
El metro cuadrado es más caro en Montevideo y en Asunción que en Buenos Aires, ciudades con menos infraestructura y tamaño. Solo que allí sobran compradores y aquí sobran vendedores. En la Argentina hay propiedades en venta hace más de un año; el problema no es el precio, sino la poca confianza en el futuro.
No es solo la falta de inversión extranjera, los propios argentinos ya no confían. En los últimos 15 meses se fueron del sistema financiero local US$65.000 millones. Hace 15 meses había US$47.000 millones en los bancos. Hoy quedan US$14.000 millones. Esos US$33.000 millones ya no los tienen en custodia los bancos, los tienen las personas en cajas de seguridad, bajo sus colchones o en el exterior.
En los últimos 15 meses las personas físicas argentinas compraron mensualmente dólar ahorro, a pesar de las distintas restricciones e impuestos, por otros US$32.000 millones, que ya no los tiene el Banco Central. Lo peor es que, a pesar de estos precios, sigue habiendo más compradores de dólares que vendedores, e increíblemente el Banco Central sigue perdiendo reservas.
El problema ya no es solo de confianza, ni de credibilidad, ni de rentabilidad, ni de seguridad jurídica, ni de falta de dinero (hoy sobra liquidez en el mundo). Es, simplemente, un problema de falta de expectativas, de falta de esperanzas de cambio.
Seguramente, como a mí, su abuela o su abuelo le habrá dicho alguna vez, que lo último que se pierde es la esperanza. Pero, con todo el dolor de alma, le pregunto: ¿no será que la estamos perdiendo?
Nuestra dirigencia parece no aprender de nuestra historia. Mientras los países compiten para atraer inversiones, ¿pueden creer que vuelven a subir impuestos, en lugar de bajar sus gastos improductivos? Obligan al sector productivo (que trabaja en blanco, paga todos sus impuestos y da trabajo genuino) a sacrificar producción para poder pagar. Tiene que achicar su capital de trabajo y, con ello, la posibilidad de crecer y de generar un círculo virtuoso. Pero ya no solo pasa en la Nación; también en las provincias. Incluso en la Ciudad de Buenos Aires castigan al consumo con tarjeta; o sea, se incentiva el uso de efectivo y la economía en negro. Parece ser que no es un tema de ideología política sino de una corporación a la que solo le interesa sostener su status quo a costa de los contribuyentes. Necesitan seguir viviendo del sistema usando el dinero que les provee ese sistema para perpetuarse en la conducción de ese sistema.
Los que claman por un Estado grande no lo proponen para darnos mejores servicios, como queda demostrado a diario (basta con mirar cómo viven los jubilados, el estado de los hospitales o de las rutas), sino para tener más cargos de poder para los dirigentes o para sus familiares.
No entiendo cómo no entienden que sin inversión productiva nos vamos a quedar sin capacidad instalada e imposibilitados de crecer y de dar nuevos empleos. Hay que incentivar la inversión, no castigarla.
Amigos, no lastima el libre mercado, sino los monopolios privados o estatales que no permiten la competencia y nos convierten en rehenes en lugar de clientes. Buscan la gratitud eterna de ciertos sectores de la sociedad, bajo el falso lema de “una justa distribución”. Hay individuos que crecen pensando que la única manera de vivir es de la dádiva estatal. Simplemente, porque hay “líderes” que convencen a ese sector de que todo lo malo que les pasa es por culpa “de otros” y que ellos son los que los van a liberar de “esos otros”. Es así como los convierten en instrumentos para empoderar a ese “líder”, que terminará siendo el verdadero culpable de la pérdida de dignidad de los individuos.
Thomas Sowell decía: “Es fácil estar equivocado y persistir en estar equivocado, cuando el costo de estar equivocado lo pagan otros”.
“Cuando quieres ayudar a alguien le dices la verdad, pero cuando quieres ayudarte a ti mismo le dices lo que el otro quiere oír”.
“Buena parte de la historia de Occidente durante los últimos 30 años ha consistido en cambiar lo que funcionaba por lo que sonaba bien”.
Una cosa es trabajar para vivir y pagar 40% de impuestos como prestación de los servicios que te brinda el Estado, y otra cosa es pagar 65% de impuestos por los servicios que hace tiempo el Estado dejó de prestar: esto se parece más a esclavitud fiscal.
Otra vez tengo problemas para cerrar esta nota, quizás porque voy perdiendo la esperanza de cambio. Voy a usar un recurso repetido: un ejemplo numérico. “Le preguntaron al gran matemático árabe Al Khwarizmi sobre el valor del ser humano y respondió: si tiene ética su valor es igual a 1. Si además es inteligente, agréguele un cero y su valor será 10. Si además es rico, agréguele un cero y su valor será 100. Si además es una buena persona, agréguele un cero más y su valor será 1000. Pero si pierde la ética, pierde el 1 y perderá todo su valor, pues solamente le quedarán los ceros”.
Si como sociedad perdemos el sentido de la ética, el resto de nuestros activos terminará valiendo poco y, a pesar de eso, no habrá inversores.
Mi hermosa Bobe Ana diría: un buen negocio hecho con una persona sin ética ni moral, nunca será un buen negocio y, por el contrario, no solo perderás mucho dinero sino algo mucho más valioso, tu reputación.
por Claudio Zuchovicki
La Nación, 29 de noviembre de 2020