Las redes amplían el poder económico, político, social y cultural. En su espacio, la semántica de los sentidos tiene una función apelativa de alta significación y alcance. Y a menudo esta mirada variopinta de la realidad tiene una perspectiva unilateral que tiende en el imaginario popular hacia la preeminencia de una ideología por sobre las otras.

La vista y el oído eran dos instrumentales ideológicos para sustentar la adhesión rosista federal, fortalecerla o bien incitarla. A partir del 3 de febrero de 1832, en la calle los carros iban pintados de rojo y los cocheros llevaban chaleco punzó. Algunas casas comenzaron a lucir sus puertas y postigos del mismo color. En las expresiones públicas de la Semana Mayor, se paseaba la imagen de tamaño natural de tela encolada del Cristo del Perdón, con un penitente a sus pies que vestía chaleco punzó. En Misa, el retrato del gobernador se situaba junto al altar, y en las procesiones se llevaba bajo palio.  

Se concurría a una tertulia o festejo donde todo era rojo punzó: los caballeros que concurrían llevaban una cinta punzó en la solapa y las señoras, un moño en la cabeza en forma de tocados con flores; las obras pictóricas, las miniaturas de las alhajas, la música que se escuchaba o servía para la danza, los abanicos y aún los grandes peinetones de carey, eran elementos sensoriales transmisores de una “idea” en torno de dos personas: el Restaurador de las Leyes y su hija Manuela. Su imagen siempre estaba presente en diversos formatos: en miniatura o sobre tela, de pie o sedente, de busto o de cuerpo entero, exhibiendo en sus vestimentas su condición de militar o de gaucho pampeano. Sólo había pocos relieves reconocidos: los rostros de Rosas y de su mujer Encarnación Ezcurra, o bien la inicial “R” bordada, pintada o tallada que adornaba como cimera los muebles de los organismos públicos, los estrados federales de las damas y enseres femeninos, de adorno o domésticos: todo era signo exterior del alcance de sus “facultades extraordinarias”. Los guantes de gala de las damas llevaban estampada la imagen de Don Juan Manuel, ocasión para que cuando éstas eran saludadas, la cabeza del caballero se inclinara ante su busto u bien ofreciera el beso de fervor incondicional.

Los rostros fueron impresos sobre banderas, carteles, jarrones de porcelana, cajas de tabaco y muchos otros objetos de uso ordinario. El retrato del Restaurador habitó la vida cotidiana de los argentinos por largos veinte años: todo proclamaba una misma idea y se sumaba al concierto de soportes que aclamaban el predominio del Gobernador. Por tal razón, la falta de este cromatismo en algún detalle, saltaba a los ojos y era muy evidente. Me contaba Silvia Pueyrredon Saavedra Lamas de Elizalde que su bisabuela salía de Misa con su niño en brazos: por ser varón llevaba escarpines celestes (el color prohibido). Acto seguido, el mazorquero que pasaba revista a la salida de los templos le sacó el zapato, lo mojó con brea caliente y se lo pegó en la sien de la dama.

Durante el gobierno de Don Juan Manuel de Rosas (1829-1832 y 1835-1852), el mundo se tiñó de colorado, los objetos de la vida cotidiana pública y privada señalan momentos decisivos en la alineación del país a través de los colores, y hasta el mismo general Mansilla nos recrea cómo era la ambientación vigente de la época. Rosas asume en 1829 como gobernador con “facultades extraordinarias y la suma del poder público”, con el apoyo de sectores rurales y populares. Esta moda dio lugar en 2019 a la muestra “La paleta del Restaurador” en el Museo Histórico Saavedra de Buenos Aires. El Centro Materia de la Universidad Nacional de Tres de Febrero -dirigido por las Dras. Gabriela Siracusano y Marta Maier, ambas investigadoras del Conicet- realizó los estudios histórico-químicos sobre las prendas y objetos que integran la colección y determinaron cómo se obtenía químicamente el rojo punzó.

Y a partir de este estudio podemos preguntarnos: ¿qué era el rojo punzó?

“El rojo punzó es un color rojo intenso, como encendido. La palabra punzó proviene del latín puniceus, que refiere al color rojo escarlata, color del paludamentum o manto que vestían los generales romanos. En francés se lo denomina ponceau. El Diccionario Universal de Antoine Furetière, publicado en Rotterdam en 1690, dice al respecto: Punzó (Ponceau) significa también un color rojo muy oscuro. La cinta más cara es la cinta punzó (ponceau), teñida del color del fuego. Se le ha dado ese nombre por la flor de la punzó (ponceau) o amapola, que es muy roja”.

Existe una litografía iluminada a mano de Encarnación de Ezcurra y Arguibel de Rosas, en la cual el mantón de Manila color punzó aparece como una reafirmación sensorial de la identidad federal en contraposición al cosmopolitismo propio de los unitarios. Como retahíla visual de este tiempo, ha perdurado hasta nuestros días el uso de la palabra colorado en oposición a rojo.

Fernando García del Molino (1813-1899), chileno trasladado a Buenos a los años 6 años de edad y naturalizado argentino, fue el pintor más apreciado durante la época de Rosas junto con su par Carlos Morel, formado en Europa. Este pintó un retrato de Manuela Rosas muy joven, con doble distintivo del Estado federal: en el cabello y sobre el pecho, la cinta con las inscripciones de rigor.

 Para el cumpleaños del Restaurador, Juan Pedro Esnaola le ofreció “El Himno de Marzo”, a dos voces, con letra de José Rivera Indarte.  En 1843, Vicente Corvalán, miembro de la Sociedad Restauradora, le dedica una “Canción Federal” y “A las glorias del gran Rosas” puestas en melodía con ritmo de minué y de vals por Esnaola y letra de Bernardo de Irigoyen.  Este era maestro de música y canto de Manuela Rosas en la escuela que había fundado con su tío guipuzcoano el Pbro. José Antonio Picasarri, maestro de capilla en la Catedral de Buenos Aires. La Sociedad Filarmónica organizada por él en 1822 fue un hito en el arte lírico rioplatense: había sido desterrado por ser realista y negarse a colocar el retrato de Rosas junto al altar según lo había dispuesto el obispo Medrano, y huyó con su sobrino Esnaola.

Y entre el menú de valses y polcas, cuadrillas y mazurcas -una docena de minués, siete contradanzas y varias polcas, valses y cuadrillas que daban cadencia, movimiento y tendencia a la sociedad de entonces-, citamos el Menú Federal o Montonero (1845), que otorgaba identidad y sello musical a esta época. Luego, el “Himno a Manuelita”, para criollos y extranjeros, apuntaría hacia la consolidación de la hegemonía federal.

En 1841, la Sociedad Popular Restauradora publicaba en La Gaceta la nómina de sus miembros, los federales netos cuya divisa era la cinta punzó. Hubo una lista de federales lomos negros, de casaca, que no eran fervientes a la Causa.  La Mazorca desde 1838, con Encarnación Ezcurra al frente, y mediante las listas de nombres que obtenían las “guarangas” -espías a domicilio del favor de negras y mulatillas del servicio doméstico- fue un instrumento policial de intimidación política.

Comenta Guillermo Gallardo que el general Mansilla (hijo) en sus “Memorias” recuerda al músico como visitante asiduo de la casa y reconstruye una escena en la que su madre Agustina Ortiz de Rosas tararea el último vals que cantan en Palermo, obra de Esnaola, y lo repite hasta que el maestro de música de su hijo lo saca con la guitarra.

Les comparto de mi archivo tres signos de la época:

  1. Una carta federal del 28 de octubre de 1844.
  2. La portada de un libro del año 1825 que perteneció a Vicente Corvalán.
  3. Retrato de Rosas: litografía con banda de seda rojo punzó, cintas y flores del jardín de la estancia “La Verbena” de Laureano Ramírez, administrador de los bienes del Restaurador en el partido de Las Flores, que luego perteneció a mi tatarabuelo D. Tadeo Guevara.
  4. En 1844, Fernando García del Molino que había pintado a la hermana del Restaurador, Agustina Ortiz de Rozas de Mansilla, con un admirable puntillismo, le escribe una carta a su amigo Vicente Corvalán, a la sazón “en el Exercito de la Confederación Argentinas contra los salvages Unitarios”. Era sobrino del general Manuel Corvalán, edecán de Rosas, y primo hermano de Rafael Corvalán, antirrosista amigo de Alberdi. Por su parte, el nombrado Vicente Corvalán era comisario general de contaduría del ejército en operaciones de Manuel Oribe. La esquela tiene todas las modalidades de la juventud romántica rosista, sus expresiones de época, requiebros amicales y proclamas políticas:

¡Viva la Confederación Argentina!

¡Mueran los salvages unitarios!

Mi querido Vicente.

Hacen tres años que no nos vemos, no nos oímos y no nos escribiremos, y ¿qué importa? No amarnos ó estimarnos menos por eso, no porque cada día que pasa es un día de gloria más, para vos y de aprecio de mi para vos también. ¿Con qué orgullo no te abrazaré yo cuando te vuelva á ver, contemplando en ti uno de los héroes que tanta gloria y tanto bien han conquistado para nuestra amada patria á costa de tantas privaciones, tantos sacrificios: mientras llega tan deseado momento te mando un fuerte abrazo con mi amigo y discípulo Dn Darío Bianqui á quien espero lo recibas como á mí mismo, ¿porque es un joven que lo merece por su federal patriotismo y muchas otras virtudes?

He visto mui á menudo á tu excelente Esposa y encantador Vicentito, precioso muchacho perfectísimo retrato tuyo, y como Venturita le viste con tanta gracia es una preciosa criatura, á pesar de ser tu vivo retrato; te digo esto porque he visto tu retrato daguerrotipo, aunque te hago el favor de creer que no se parece en nada á vos.

Por aquí los federales no nos divertimos i estamos muy apajarados ¿Por qué cómo hemos de tener humor para nada cuando Uds. sufren?

Por lo demás, la población ha tomado un inmenso incremento, las casas carísimas, pero los alimentos están baratos. Todo se vuelve tiendas, almacenes y establecimientos de todas clases.

Nuestro amado General Rosas, bastante bueno, no tiene mas que un ligero resfriado. Nuestra Manuelita mui gordita y tan angélica como siempre.

Basta por ahora, el portador se va y ya se hace á la vela el Vigilante á cuyo bordo se va mi amigo.

Manda con imperio con la sincera amistad se tu amigo.

Firma y rúbrica.

  1. Este libro “Compendio histórico de la Santa Biblia” de José María Jiménez de Alcalá, impreso en Londres en 1825, perteneció al “ciudadano federal Vicente Corvalán”, a quien está dirigida la esquela anterior. El mismo luce la firma y el impreso del nombre de su propietario.
  2. Retrato del Restaurador, litografía de C.H. Pellegrini vestida con banda de seda rojo punzó, restos de cintas federales sobre encajes con fondo punzó de Manuela Galván del Castillo, y flores del jardín de la estancia “La Verbena”, de Laureano Ramírez (1815-1874), ahijado de Encarnación Ezcurra de Rosas y administrador de los bienes de D. Juan Manuel en el partido de Las Flores, cuyos campos estaban situados en el lado sudoeste de la Laguna del mismo nombre, que luego perteneció a mi tatarabuelo D. Tadeo Guevara (1816-1910). Contiene un moño argentino con una curiosa disposición de los colores.

Una comisión integrada por Juan Nepomuceno Terrero, Luis Dorrego y Gervasio Ortiz de Rozas solicitó a Prilidiano Pueyrredon la ejecución de un retrato de cuerpo entero de Manuela Rosas, el cual sería exhibido en un baile de gala en su honor. El mismo, representa la incursión del amor filial (exteriorizado en el gesto de la presentación de una nota en el gabinete de su padre, cuya inicial bordada se advierte en el sillón) y de la piedad para con los demás, signo social que siempre es bien admitido por todas las ideologías. En un mundo regido por el rojo punzó, como Mansilla lo imprime literariamente, los únicos atisbos de luz son la doble hilera de encaje del amplio vestido y las alhajas que la engalanan. Las diversas gamas de una misma tonalidad surgen en la decidida paleta del pintor costumbrista federal, amigo de la infancia de la joven de 34 años, centro de la escena. La cabeza, ligeramente inclinada hacia la esquela, representa la elegante docilidad de la dama.

 En dicho acto, toda una expresión de la estrategia del poder en el espacio federal, fueron entregadas copias litográficas a todos los asistentes, de esta manera cada hogar exhibiría el retrato de “la Niña”.

Después del 3 de febrero de 1852, Urquiza nombró a Esnaola para integrar la Comisión Directiva de Serenos y cinco años después fue electo presidente del Club del Progreso, foco de la sociabilidad y la cultura porteñas. En 1860 se aprueba como oficial la versión de Esnaola del Himno Nacional Argentino, la que concuerda con la original de Vicente López y Planes musicalizada por Blas Parera.

Su supuesta militancia federal podría estar esbozada en una carta publicada en La Gaceta Mercantil que menciona que Juan Pedro Esnaola, el editor Gregorio Ibarra, el pintor Fernando García del Molino y otros habrían efectuado el juramento de “sacrificar sus vidas, haberes y famas, defendiendo bajo la sabia dirección del Ilustre General Rosas, la Independencia y Gloria de la Patria”.

La captación por la vista y el oído es evidente en este proyecto de expansión federal en el espacio público y privado de la vida. La música que se escucha y se baila como el cuadro y el color rojo punzó que adornan un espacio, y una copia del retrato para cada familia, prolongan este sentido hegemónico.

Más allá de Caseros, fue articulación cultural con los expatriados a Montevideo y Chile, lo cual confirma su preponderancia más allá de las ideologías. No obstante, y haciendo una minuciosa lectura de las figuras alegóricas que velaban una ironía cáustica contra el régimen, citando por ejemplo “La risa de la beldad”, es atinado advertir con Bernardo Illari que Esnaola -poseedor de la semántica musical del estilo clásico- fue todo un cripto-unitario. Alimentó la lira federal y, según Sergio Recarte, tuvo un sitio de pujanza en la sociedad porteña: fue Juez de Paz, director de la Casa de la Moneda y del Banco de la Provincia en 1866.

Virgilio Rabaglio compuso canciones y danzas, daba lecciones de guitarra, violín y música vocal en casas particulares, destacándose el minué dedicado “a Manuelita Rosas” que era el centro de toda danza y reunión social de la época. Luego de Caseros, la labor de Fernando García del Molino disminuyó notablemente, por lo que Manuela y Terrero lo invitaron a su casa en Inglaterra. En Southampton realizó un retrato de perfil del anciano Restaurador, levemente encorvado y con todo el influjo de sus rasgos.

En este marco de gradaciones semánticas e históricas es importante señalar los efectos psicológicos del color.

El rojo pone en alerta al que lo mira, es agresivo, aumenta la tensión muscular, activa la circulación y por ende acelera las palpitaciones, eleva la presión arterial y acelera la respiración. Es el color de la vitalidad y la acción, ejerce una influencia poderosa sobre el humor de los seres humanos, asimismo puede generar actitudes agresivas, incluso despertar la cólera.  Mientras que el celeste es el más sobrio de los colores fríos, transmite seriedad, confianza y tranquilidad, abre la mente, brinda paz y tranquilidad. Favorece la paciencia, amabilidad y serenidad; apacigua, produce serenidad y calma.

Dos ideas antagónicas, dos vertientes cromáticas diferentes. La música y la figura concitan y fusionan la imagen del autoritarismo masculino y de la docilidad femenina: las dos caras de la moneda argentina del siglo XIX.

por Aldo Marcos de Castro Paz