LA REVERSION DE LA DECADENCIA ES AÚN POSIBLE

 Guillermo V. Lascano Quintana

 

Estamos en una etapa declinante de la Argentina, que comenzó en 1943. Habrá quienes refuten esta afirmación, señalando algunos logros, pero el balance final, al cabo de casi 75 años, no es alentador.

No solo en el orden económico, donde hemos perdido posiciones de privilegio que teníamos como nación, hacia mediados del siglo pasado.

También en materia educativa. De ser una sociedad educada hemos pasado a tener una enseñanza de mala calidad que ha declinado en los últimos años de manera estrepitosa, lo que se agrava por la ausencia ejemplaridad de las clases dirigentes o predominantes.

El noble comportamiento cívico, ese don intangible que tuvimos alguna vez, casi ha desparecido, siendo reemplazado por el lenguaje soez, el atropello, la mentira, la exageración, la maledicencia, la exhibición pública de obscenidades, el incumplimiento de la ley.

Es cierto que en algunas áreas nuestra declinación ha salvado pedazos de civilización, tal como la inexistencia de conflictos raciales o religiosos así como destellos de un pasado majestuoso, con premios Nobel, intelectuales sobresalientes y artistas asombrosos. Pero el balance final es negativo o al menos desalentador.

Tenemos la fortuna de un territorio inmenso, poco poblado aunque explotado de manera errática, pero alejado de los enfrentamientos de otras latitudes (aunque alguna vez fuimos teatro de operaciones terroristas) pero, es claro, que ello es insuficiente si lo desaprovechamos y no lo cuidamos. Ni hablar del mar territorial absolutamente sub explotado y descuidado.

Toda nación se asienta en un destino común compartido por sus habitantes y así sucedió cuando la Argentina se constituyó en el siglo XIX y cuando se consolidó en el XX. Y se hizo o lo hicieron sus protagonistas, en un lugar remoto del mundo civilizado, sobre  un territorio extensísimo y casi despoblado, apelando al esfuerzo de todos y a la integración de los nuevos pobladores, que llegaron por millones y muchos se quedaron para siempre.

Fueron varios los instrumentos utilizados para la consolidación de la nueva nación, pero subrayo tres: la organización constitucional (1853/60), la educación (ley 1420) y el orden público (fuerzas armadas y de seguridad).

Pero como escribe Francoise Kersaudy en su libro Winston Churchill, “Al comienzo del siglo  XXI, el nacionalismo reductor, el internacionalismo destructor, el electoralismo furioso, el igualitarismo descerebrado, el anticapitalismo doctrinario, el tercermundismo fanático, el angelismo demagógico, el antirracismo selectivo, el antimilitarismo agresivo y lo políticamente correcto a ultranza, constituyen obstáculos para la comprensión…” de la realidad del camino recorrido en estos 75 años

Ello hace aún más difícil analizarlos y juzgarlos con ecuanimidad y realismo. Y sobre todo encontrar el sendero de la esperanza.

Los pilares a los que hice referencia (constitución, educación y seguridad) son, precisamente los que están sometidos a cuestionamientos permanentes, explícitos o implícitos, por los sectores que de manera constante pretenden mantener el atraso y el eventual colapso de la Argentina, tal cual la imaginaron sus fundadores y que tantos frutos dio para sus habitantes y para el mundo.

Lo grave es que esos cuestionamientos se propagan y difunden de manera superficial por los medios de comunicación y por improvisados comentaristas que no advierten el atraso de las proposiciones supuestamente revolucionarias o son idiotas útiles que no se dan cuenta del daño que causan.

La Constitución de la Nación Argentina, es el instrumento que rige la vida de sus habitantes, tanto gobernantes como gobernados, fijando los derechos y obligaciones de todos y aunque suene como una exageración, todas nuestras vidas están regidas por lo que ella dispone, salvo las acciones privadas en los términos del art. 19).

Este instrumento, piedra basal de nuestra sociedad, es poco conocido en su aplicación concreta y cotidiana y en consecuencia son violadas sus disposiciones, a veces sin conciencia de estar haciéndolo.

Tomemos un caso emblemático: el proyecto de ley de extinción del dominio, de bienes presuntamente adquiridos dolosamente. El clamor popular y periodístico exige su inmediata sanción con el explicito propósito de quitar la propiedad a quienes se presume delincuentes, de modo expedito.

Analizada la cuestión de acuerdo con las normas constitucionales y los requisitos legales, es menester respetar la presunción de inocencia y tiene que haber una sentencia que lo ordene, fundada en una ley (arts. 17 y 18 de la Constitución). Pero esa parte de la cuestión se omite y se persiste en el reclamo de inmediata extinción de dominio.

El caso de la educación es tan dramático como paradojal. En nuestro país, que educó a los seis millones de inmigrantes que llegaron hacia fines del siglo XIX y principios del XX, está PROHIBIDO, difundir los resultados educativos de los alumnos (art- 97 de la ley 26.606). Los docentes cuestionan, abierta y  públicamente, las mejoras de su propia educación.

Peor aún, pues los mismos docentes hacen huelga permanentemente, incumpliendo su obligación principal que es EDUCAR.

El cuestionamiento a las fuerzas armadas y policiales,  es otro símbolo de la tergiversación de la realidad y donde, tal vez con mayor notoriedad, se advierte la intencionalidad de todos los reclamos exagerados, improcedentes y destructores.

Un caso reciente y revelador es la crítica a una decisión del Presidente de la República, expresada en un decreto que involucra a las Fuerzas Armadas, en tareas de apoyo a las policiales. Sorprende que algo tan elemental y necesario frente al desborde del delito, la falta de control de nuestras fronteras, espacio aéreo y mar territorial, sea cuestionado por los impugnadores de siempre; algunos por oportunismo político y otros por convicciones ideológicas. Lo más curioso y paradojal de esta reacción es que los mismos sectores cuestionan el incremento del delito y exigen su control.

Sin embargo la reversión de la decadencia es posible porque nunca lo peor resulta un destino inevitable pero para ello es menester reconocer la situación.

Se requiere dejar de permanecer en rumbos fracasados y si el producto  de nuestro esfuerzo no nos sostiene, redoblar ese esfuerzo. Y si muchos no encontramos en que emplear nuestra capacidad, aceptar que existe una doble responsabilidad, empezando por la propia de  mejorar las nuestras y luego, ante lo deficiente del “sistema” no votar equivocados esperando que otros vendrán a suplantarnos en la tarea de corregir lo que erróneamente hagamos.