El Club del Progreso se fundó en 1852, tras la batalla de Caseros, que puso fin al gobierno de Juan Manuel de Rosas, con el propósito, entre otros, de intentar restablecer la concordia entre los sectores que habían pugnado prevalecer durante la tormentosa y sangrienta lucha entre unitarios y federales. Entre sus fundadores estaba, nada menos que el jefe victorioso de aquel enfrentamiento, Justo José de Urquiza.

Los últimos años habían sido testigos de crueldades inauditas y de la utilización, por los contendientes, de métodos sangrientos y salvajes.

El odio entre ellos había generado una ola de exilios que sólo cesó con la normalización propuesta por los vencedores.

Debe acotarse que los años posteriores a aquella batalla no fueron pacíficos y que se suscitaron nuevos enfrentamientos, pero el odio visceral de la época de Rosas había cesado.

Es con ese mandato en mira que señalaremos dos recientes hechos trascendentes de nuestra vida política.

Por una parte la decisión de la Conferencia Episcopal de iniciar una serie de reuniones, consultas y encuentros con el propósito de intentar reconciliar a quienes siguen enfrentados por hechos que acontecieron hace casi medio siglo.

El espíritu de la convocatoria es loable y apunta, a tratar de tender puentes entre víctimas y victimarios de la violencia de aquel pasado, con el propósito de lograr que se superen las secuelas de tan trágicos enfrentamientos.

Por otra parte la decisión de la Corte Suprema de Justicia, de admitir el recurso de un preso por delitos de “lesa humanidad” por el que se le reduce el encarcelamiento al que está sometido.

En este caso el tribunal no hace más que ordenar lo que manda la ley, conocida como del “2 x 1”.

Ambas decisiones, la de los obispos y jueces, han generado controversias y opiniones enfrentadas.

No vamos a abordar las críticas, ni a pronunciarnos sobre el detalle de cada una de las cuestiones señaladas.

Sin embargo nos atrevemos a señalar que la decisión judicial se ajusta a la ley y por lo tanto, merece el respeto consiguiente.

El propósito de los obispos no puede no ser acompañado pues apunta, primordialmente a sanar heridas y promover el perdón entre quienes se enfrentaron, evitando mantener abierta una herida que no luce saludable para el futuro de las nuevas generaciones.

 Guilermo Lascano Quintana.