Reprimir, o la perversión del idioma

 

Los expertos en “perversión del idioma” han conseguido que “reprimir” pase a convertirse en deleznable palabra. Y los encargados de ejercerla – acorde a lo que debiera ser el único imperio posible, que es el de las leyes – hayan sido convertidos en personajes temibles por el sólo hecho de portar el uniforme que los identifica. Al respecto se expresó una más que imprudente opinadora televisiva manifestando que cada vez que observa a alguien con uniforme siente miedo.

Reprimir no es – en democracia – ninguna mala palabra. Tanto no lo es que resulta posible encontrar en el Código Penal la expresión “reprimir” en relación a una acción delictiva. Tenemos que tener bien en claro que cuando alguien incumple con las leyes que rigen en la democracia republicana corresponde que sea reprimido por la simple y sencilla razón de que está perjudicando al pueblo y rompiendo el contrato social que hemos acordado quienes decidimos vivir en una nación determinada. Las leyes están hechas para ser cumplidas y quien no lo hace debe ser reprimido.

También hay una represión que la persona realiza por voluntad propia precisamente a efectos de mantener el antedicho contrato social. Uno puede sentir profundos deseos de golpear a alguien por la simple causa de que ha dicho lo que aparece como una agresión. Empero comprende que esa conducta no es la adecuada por lo cual se auto reprime las ganas de hacerlo. Tampoco aquí – al actuar de manera civilizada – la represión aparece como algo inconveniente sino todo lo contrario.

No podemos concluir estas líneas sin señalar que no somos ingenuos y que entendemos que estas “perversiones del idioma” no se hacen por ignorancia ni casualidad sino que lo que se busca a través de ellas es soliviantar la estructura que sostiene al mundo civilizado y, en particular, a las democracias republicanas. Para ésta gente – en la medida que ellos no tengan el poder –  reprimir es algo que siempre está mal y quienes han sido encargados por el Estado para hacerlo son personas que sólo con verlas ya provocan miedo. El corolario es que nunca hay que reprimir; hay que dejar hacer lo que fuere. Con las consecuencias funestas que cualquier que piense un poco descubrirá enseguida. Naturalmente que, en caso de obtener el poder y hacerse cargo del Estado, no tendrán empacho en volver a pervertir el idioma asegurando que lo que ellos hacen no es “represión” sino una acción revolucionaria. Pervirtiendo acá “acción revolucionaria” en lugar de usar la correcta “acción totalitaria o dictatorial.”

 

 

Antonio Las Heras

 

 

(1.-) La palabra perversión” procede de latín perversĭo y hace referencia, según la Real Academia Española, a la acción y las consecuencias o los resultados de pervertir. Dicho verbo, a su vez, se refiere a alterar el buen gusto o las costumbres que son consideradas como sanas o normales, a partir de desviaciones y conductas que resultan extrañas.