Finalmente “nos” graduamos. Digo “nos graduamos” para resumir la sensación que creo compartimos los docentes, familiares y directivos aquí reunidos, ya que de una manera u otra, los hemos acompañado en el camino que los trajo hasta esta ceremonia de graduación.

Pero esta no es una ceremonia más, porque llega para cerrar dos años de nuestras vidas que seguramente nunca olvidaremos; meses plagados de incertidumbre, miedos, pérdidas y desafíos, mezclados con la satisfacción de haber dado batalla, de no haber bajado los brazos y aquí estamos, celebrando el final de otro ciclo lectivo. Creo que debemos, como comunidad educativa, sentirnos muy orgullosos de ello.

En lo personal, no es un discurso más. Me sentí profundamente honrada cuando me propusieron tener este espacio para dirigirme a ustedes e inmediatamente dije “sí”, con una inmensa sonrisa. Sin embargo, pronto aparecieron las preocupaciones: ¿Cómo hago para leer el discurso y no llorar? ¿Y el contenido? ¿Y si me sale muy serio? ¿O quizás muy superficial? ¿O tal vez muy corto? ¿Y si es muy largo y aburrido? Bueno, ya estoy en el podio y me tiemblan las piernas. No sé si es el discurso “perfecto,” pero como afirmaba Voltaire, el filósofo francés: “No permitas que lo perfecto sea enemigo de lo bueno”; eso aplica tanto a los discursos como a la vida.

Cuando los conocí en 4to año, como grupo, ya tenían su reputación en el colegio. Los profesores hablaban de lo inteligentes, divertidos, entusiastas y participativos que eran. Así que las expectativas eran muchas pero debo confesar, fue amor a primera vista. A pesar de los tiempos difíciles, siempre estuvieron a la altura de las circunstancias. Cabe señalar, sin embargo, que durante las clases online, mis estudiantes en la pantalla eran vaquitas, pandas, muñequitos, paletas de colores, jugadores de fútbol, personajes de series –mi favorito, Tom Shelby de Peaky Bliders y, por supuesto, una pelotita de tenis. Afortunadamente, siempre aparecían algunas caras solidarias, mientras que las preguntas y comentarios que intermitentemente provenían desde el más allá me alentaban a seguir adelante.

Superada esta etapa y habiendo recorrido dos años “híbridos” – una de las tantas palabras que ingresaron a nuestro vocabulario cotidiano – me preguntaba qué se llevarían de mi materia, que tiene un nombre pomposo, “Política Global”: una asignatura que fuera del mundillo del Bachillerato Internacional, la mayoría no sabe exactamente de qué se trata. Y entonces decidí hacer una lista de aquellos aprendizajes que me gustaría hayan adquirido–y no piensen que voy a mencionar la Teoría de la Guerra Justa, la clasificación del poder según Joseph Nye o las definiciones de violencia de Johan Galtung. No, no, porque esos temas sí los saben ¿no?

Espero que hayan aprendido que la realidad es compleja – que aunque deseemos lo contrario, no existen explicaciones simples; que es preferible desconfiar de las teorías conspirativas; que no deberíamos desestimar ninguna ideología o perspectiva- si no que es aconsejable esforzarnos por comprenderlas para luego emitir opiniones fundadas; que vale la pena informarnos sobre lo que nos resulta diferente, antipático o ajeno –ya sean culturas, creencias, ideas o realidades-; demanda valor hacerlo, pero siempre se sale fortalecido de ese proceso; que es importante no perder la perspectiva – la historia nos enseña que no es verdad que todo tiempo pasado fue mejor; si nos dieran la opción de elegir en qué época nacer, después de reflexionar un poco, seguramente elegiríamos nacer en esta. También espero que hayan aprendido que el diálogo es el único camino que nos permitirá acercar posiciones, tender puentes y construir un futuro mejor cuyo objetivo sea el bien común. Esto requiere cultivar la capacidad del ser humano de sentir empatía por otras personas.

Y finalmente, habiendo explorado las realidades de otros lugares del mundo, espero que hayan llegado a la conclusión de que, como sociedad, no somos ni los mejores ni los peores. En estos tiempos, cuando tanto se habla de emigrar- para mi gusto, a veces con cierta liviandad- tengo presente más que nunca un comentario que hace 15 años me hizo una antropóloga mexicana: “No entiendo,” me dijo; “cómo los argentinos pueden ser tan despiadadamente críticos de su país; eso no sucede en México”. Me dejó sin palabras…algo que no es fácil de lograr. Creo que la crítica destructiva es un rasgo de nuestra idiosincrasia que necesitamos modificar: únicamente cuando triunfa nuestra selección en algún deporte nos jactamos de que “somos los mejores del mundo”. Sin embargo, es sólo reconociendo nuestras fortalezas y haciéndonos cargo de nuestras debilidades que podemos crecer como individuos y como sociedad.

 A esta altura no es novedad que fui adolescente en los años 80 y como tal escuchaba a Charly García. En su canción “Alicia en el país de las maravillas”, una aguda metáfora para una de las épocas más oscuras de nuestra historia, dice “Quién sabe Alicia este país, no estuvo hecho porque sí, te vas a ir, vas a salir pero te quedas ¿dónde más vas a ir?” Esa estrofa siempre me dejó pensando. Aquellos que hemos tenido la oportunidad de vivir en el exterior por un período prolongado sabemos que adaptarse a la vida en otro país es un desafío sumamente enriquecedor y que lograrlo produce una profunda sensación de realización personal. Pero desarrollar sentido de pertenencia en tierras lejanas–eso es otra historia. Aunque nos vayamos, como dice la canción, de una manera u otra, siempre nos quedamos. Nunca nos vamos completamente de los lugares en donde crecimos, en donde nos formamos, en donde sufrimos, en donde fuimos felices.

A veces el sendero de la vida es sinuoso y entonces nos toca inventarnos y reinventarnos varias veces para volver a empezar en la búsqueda de la anhelada felicidad. Ojalá que en algún lugar del camino –aquí o en cualquier rincón del planeta- encuentren esa vocación o esa actividad que haga palpitar sus corazones, que los motive, que los apasione, que los aproxime un poquito más a la ansiada felicidad.

Hace 30 años una entusiasta profesora recién recibida asumía la responsabilidad de enseñar Historia del Siglo XX para el Certificado Internacional de Educación Secundaria; se paraba frente a un grupo de atentos adolescentes, y desplegaba su clase minuciosamente planificada. En aquel momento no sabía que la vida pronto la sorprendería con inesperadas oportunidades; tampoco podía imaginar que tres décadas más tarde, un grupo de millennials en un colegio de Palermo le harían revivir esos maravillosos primeros años de docencia y sentir que ella, definitivamente, había encontrado su lugar en el mundo. De todo corazón, les deseo que ustedes también lo encuentren. Les dejo un fuerte abrazo –real, no virtual- a cada uno y a cada una. ¡Muchas gracias y hasta siempre!

por M. Graciela Abarca*

*Dra. en Historia