Por José Andrés Soto

En mi pueblo aprendimos desde chicos que el periodismo es una gran mentira. Cuando venían los grandes equipos de fútbol, perdían y leíamos días después –siempre publican las cosas días después- que no se podía jugar en canchas poceadas, chicas y sin alambrado. Cuando un señor que estaba parado al lado nuestro gritaba como loco, micrófono en mano que veía pasar a Oscar Galvez… a 200 kilómetros del lugar. Cuando leíamos que este año está todo más caro que en Buenos Aires, que no va a venir nadie, que la temporada será un fracaso.

Mi pueblo se llama Mar del Plata. Y allí también se miente: cada vez que entran tres autos juntos por la ruta 2, algún periodista cree que ingresaron alrededor de cien mil turistas al balneario.

Debe ser la venganza. Una vez escuché que en Mar del Plata instalaban semáforos para carros (habían logrado filmar a un vehículo de tracción a sangre en una esquina semaforizada de la avenida Juan B. Justo). Otra vez, un gran periodista tuvo que ir y volver en tan poco tiempo que creyó ver la loma de Colón en la calle Catamarca, supuso que un vespertino salía a la mañana y creyó que los tacheros se mueren de hambre los días de lluvia.

Grandes barrabasadas se han leído y escuchado en mi pueblo. Tantas, que todos creíamos que el dinero de Punta del Este pagaba las campañas. Pero no. Eso no puede ser cierto porque pasado el tiempo hubo quienes creyeron que ya nadie irá a Mar del Plata, con la cantidad de argentinos que compraron departamentos en Miami, o porque este año está tan barato Florianópolis.

Creo que los habitantes de Buenos Aires –entre quienes hay, todavía, algunos porteños– aman y odian a mi pueblo, alternadamente, mientras esperan el feliz momento de jubilarse e irse a vivir allá.

Así comenzaba una nota que escribí para El Observador en 1982 (sic). Los años y los gobiernos pasan, pero –como se sabe–  Mar del Plata queda.

Este año la temporada fue un fracaso comercial, como tantas otras veces en los que la economía del país desfavoreció a las clases medias y un poco más bajas, que son las que sostienen a la ciudad desde la llegada del “aluvión zoológico” en los años 50. Los comerciantes se quejan de los “gasoleros”, aquellos que andan mucho y consumen poco, pero una vez más la temporada fue un éxito individual para cada uno de esos gasoleros que disfrutaron de playas, parques y la peatonal que asusta por multitudinaria a quienes hace siglos que no pisan la peatonal.

Este verano, una amiga holandesa encontró la costa de Playa Grande muy parecida a la de Mónaco. Era de noche y miraba desde el auto, pero no estaba tan equivocada, el caracoleo del boulevard marítimo apoyaba su observación. Sin más nobles que la Reina de los Almuerzos en el Costa Galana y sin los castillos monegascos, la rivera marplatense tiene un encanto único por estos lados que le debe a un elemento de nombre rústico y prosaico: el pórfido cuarzoso.

Julio César Gascón, que además de darle nombre a la calle intermedia entre las de Falucho y Alberti fue intendente de General Pueyrredón hace casi un siglo, escribió los “Orígenes Históricos de Mar del Plata”. Allí explica que “la costa de este partido constituye una excepción en el litoral uniformemente medanoso de la Provincia de Buenos Aires, por la acumulación de pórfidos cuarzosos y feldespáticos que afloran en distintas partes de la misma, adquiriendo la mayor elevación –35 metros– en Cabo Corrientes”. Demasiado técnico para

describir las razones de la belleza, pero se refería a la famosa la Piedra Mar del Plata, o cuarcita, la misma que adorna cientos de chalets del Estilo Marplatense derivado del pintoresquismo y los chalets californianos.

Las piedras de sus casas y de su costa son las que le dieron a Mar del Plata una forma previa a la primera, la segunda y la tercera Rambla, a aquella Mar del Plata que se parecía a lo que hoy sigue siendo Biarritz y a esta Mar del Plata que se parece demasiado a la Argentina y a los argentinos, que pareciera que se la quiere hundir desde afuera y desde adentro, pero que no será posible porque está asentada sobre las rocas más duras y más antiguas del Planeta, las del sistema de Tandilia, que cae armónicamente sobre Cabo Corrientes, y porque no solamente seguirá siendo el principal centro turístico del país sino también El Lugar Soñado por muchos argentinos para venir a disfrutar los años de la jubilación.