Una de las consecuencias que desencadenó la anarquía del año 20, fue dejar un Estado desmantelado; es que luego de esos tremendos  acontecimientos que culminaron  con  la caída del Directorio,  Buenos Aires ya no contó con  la influencia que  tenía sobre los demás territorios. Por consiguiente algunas  provincias estimaron que había llegado el momento de separarse del dominio hegemónico que ejercía la principal ciudad de las Provincias Unidas sobre el resto del país.

Pero una de ellas –Tucumán- decidió a través de sus representantes, declararse República Libre e independiente, unida a las demás que componen la nación americana del Sud lo que constituyó un verdadero disparate; por lo tanto, de acuerdo a la constitución escrita para la flamante República, el 6 de septiembre de 1820 don Bernabé Aráoz,  se convirtió de la noche  a la mañana en  Presidente Supremo de esa provincia norteña.

Bernabé Aráoz era integrante de una familia tradicional tucumana, y según apunta Bernardo Frías, la mayoría de sus miembros sobresalía por una característica: la fealdad. Tan es así que a don Bernabé se lo llamaba burlonamente Carita linda.  Era una familia de gran fortuna, y entre sus integrantes hubo sacerdotes, militares, estancieros y comerciantes.

Antes de ocupar ese pomposo cargo, el tucumano  había sido Gobernador de su provincia desde noviembre de 1814, siendo su actuación muy meritoria. Dio un total apoyo a la causa de la Independencia, cuidando de que las sesiones que se celebraban en el Congreso se hicieran con la mayor tranquilidad.

Mientras fue Gobernador, el General Belgrano guardó un grato recuerdo del tucumano; tan es así que cuando dejó el Gobierno en 1817, el creador de la Bandera le agradece el desempeño, actividad y celo con que supo contener el orden y respeto de las autoridades.

Por eso llama la atención su vuelco tan repentino; la más grave afrenta que cometió Aráoz en perjuicio de la Nación – como ya se apuntó-  fue el intento de independizar Tucumán del resto de las provincias; tal decisión recibió el rechazo unánime de los demás caudillos que bregaban por la Unión nacional.

La rebelión contra Buenos Aires se hizo con el propósito de  poner fin a la arbitrariedad con que la Capital se manejaba en perjuicio de las demás provincias, y no con otro objetivo.

Es así que  mientras  Ramírez, como Estanislao  López y Artigas luchaban por un Estado unido y soberano, Aráoz, por el contrario -dando rienda suelta a su ambición desmedida-  optó por aislar a su provincia sin tener en miras la construcción de una Gran nación, tal como ansiaban aquellos caudillos.  El deseo de Aráoz era el de administrar la cosa pública sin control de ningún tipo, erigiéndose en un gobernante eterno de una república de fantasía.

La flamante república del Tucumán como ya se dijo, iba a tener a Bernabé Aráoz como presidente hasta tanto un congreso general determinara la forma de gobierno. Esta particular república estaba formada no sólo por Tucumán, sino también por Catamarca, contando con una población de 70.000 habitantes aproximadamente.

La Constitución de la ridícula república tucumana – según palabras del investigador Joaquín Castellanos- fue sancionada el 18 de septiembre de 1820 y jurada el 24 del mismo mes. Intentó ser un verdadero Estado soberano, pues se creó la correspondiente aduana con el fin de gravar impuestos con el comercio, sobre todo con Salta y Jujuy.

La flamante nación además, contaba con una Corte Suprema, con  un congreso y  ejército propios; asimismo se había fundado un banco que emitía su propia moneda y provincias autónomas con sus respectivos gobernadores. Es decir, un verdadero Estado.

El congreso recientemente creado, que respondía incondicionalmente a Aráoz, le fijó un sueldo de $ 4000 concediéndole además todos los atributos propios de un Jefe de Estado, como la banda presidencial, el servicio de escolta y el trato de Excelencia.

Esta novedosa situación originó varios conflictos, entre ellos el enfrentamiento  con Santiago del Estero que ansiaba declararse una provincia autónoma ya que era parte integrante de Tucumán. Tal circunstancia llevó a que Aráoz armara  sus fuerzas para combatir contra las tropas santiagueñas con el propósito de reintegrar a Santiago a la antigua intendencia. Es así que en la crisis entre ambas provincias norteñas, el tucumano intenta invadir la tierra santiagueña; ante esta perspectiva, el Gobernador Ibarra solicita ayuda al Gobernador de Salta. Toda esta situación suscitada por la actitud de Aráoz, complica la lucha contra los realistas, ya que las fuerzas salteñas deben abocarse a combatir contra Aráoz.

 A pesar de algunas escaramuzas donde  Tucumán llevó la mejor parte, las tropas santiagueñas, acompañadas de las fuerzas salteñas y catamarqueñas doblegan al tucumano, y éste  viendo que su postura era insostenible, firma un tratado de paz con Santiago del Estero en el mes de junio de 1821. Pero todo este embrollo hizo que la campaña contra los españoles se prolongara más de lo esperado.

Aráoz también tuvo una conducta desafortunada cuando  se negó a facilitarle hombres a Güemes para combatir contra los peninsulares. Una de las razones de su negativa – según Figueroa Güemes- fue su pretensión de suplantar al salteño en el mando del ejército que iba a enfrentar al invasor, pues pensaba que de esa forma obtendría como recompensa el gobierno vitalicio de su provincia. Sin duda un hombre que se dejó dominar por una desmedida ambición, dejando de lado los intereses de la Patria en pos de su beneficio personal.

La conducta de Aráoz  no fue bien vista por las provincias de Santiago del Estero autónoma-  Salta y Catamarca, pues  servía sólo para obstaculizar los planes de Güemes Por lo tanto, había que frenar las desmedidas pretensiones de Aráoz y su locura de independizar a la Provincia de Tucumán.

 Como  bien señala el investigador Juan B. Terán – citado por Atilio Cornejo en su biografía sobre Güemes- Salta, Catamarca y Santiago habían convenido por un pacto formal  la caída de Aráoz para activar la reunión de un Congreso Nacional y la guerra con los realistas.

por Julio C. Borda

*Autor de Guardián del norte, vida de Martín Miguel de Güemes ed. Armerías.