La necesidad de abrir nuevos mercados fue para Inglaterra una política de Estado. La aparición de Napoleón como el gran árbitro de Europa, obligó a Gran Bretaña a buscar otros rumbos para expandir su comercio. Sus productos se estaban acumulando y por lo tanto, no podía tolerar que esa mercadería no tuviera la salida que permitiría al León inglés salir de la crisis que lo estaba ahogando.

Qué mejor entonces que pensar en aquellas lejanas tierras del sur del Continente americano. El más entusiasmado en llevar esa empresa adelante fue un hombre cuya apetencia por lo material era inagotable: me refiero a Sir Home Popham, codicioso hombre de negocios  y destacado marino de la Armada británica que había recibido información sobre el descontento que reinaba en Buenos Aires- capital del Virreinato  del Río  de la Plata – sobre España, llegando a la conclusión de que ésta ciudad iba a ser una presa fácil de conquistar. De la misma manera pensaba un venezolano que sentía un gran rechazo por la madre patria y que enseguida adhirió a  las pretensiones de Popham: don Francisco de Miranda, un gran admirador de Inglaterra.

A través de distintos argumentos, ambos hombres convencieron a las máximas autoridades inglesas- entre ellas al primer Ministro William Pitt- a llevar a cabo la aventura conquistadora.

Estos dos hombres se habían creado la falsa idea de que al arribar al Río de la Plata, el pueblo porteño iba a recibirlos como los grandes libertadores del yugo español. Jamás imaginaron el calvario por el  que iba a atravesar Gran Bretaña. El error fue fatal, pues se encontraron frente a un pueblo decidido a batirse contra el invasor hasta las últimas consecuencias, como efectivamente ocurrió. Inglaterra sufrió una humillación inesperada por parte de toda una comunidad que, antes mansa y sumisa, se rebeló como  un verdadero león enfurecido como ya veremos.

Quien fue puesto al mando de la expedición fue John Beresford,  que contaba con un contingente de 1600 hombres aproximadamente y con un respetable armamento. El desembarco  se produjo en la zona de Quilmes el 27 de junio de 1806. Un terreno fangoso dificultó el traslado de armamento pero ello no fue óbice para que los ingleses pudieran organizarse luego de que rechazaran una débil defensa de las tropas de Buenos Aires, al mando del coronel Pedro Arze. Ante la difícil situación, Arze ordenó la retirada pero la desbandada fue tal que el coronel, furioso dijo a los gritos ¡ordené una retirada, no una fuga! ¡ Qué dirán las mujeres en Buenos Aires!  La marcha hacia la Capital del Virreinato  significó para sus habitantes una terrible humillación;  la tristeza invadió el alma de aquella población que veía atónita cómo era tomada la ciudad  por el invasor. En su autobiografía, Belgrano expresa con inmenso dolor:..- “mayor fue mi vergüenza cuando vi entrar las tropas enemigas y su despreciable número para una población como la de Buenos Aires. Esta idea no se apartó de mi imaginación y poco faltó para que  hubiese perder la cabeza. Me era muy doloroso ver a mi patria bajo otra dominación y sobre todo en el estado de degradación que hubiese sido subyugada por una empresa aventurera, cual fue la del bravo y honrado Beresford , cuyo valor admiraré siempre en esta arriesgada empresa.” 

Moreno, el futuro Secretario de la Primera Junta, expresa: “yo he visto llorar a muchos hombres por la infamia con que se los entregaba, y yo mismo he llorado más que otro alguno, cuando a las tres de la tarde del 27 de junio de 1806, vi entrar 1560 hombres ingleses, que apoderados de mi patria se alojaron en el Fuerte y demás cuarteles de la ciudad.”   

Pero la reacción contra la injusta invasión no se iba  a dejar esperar. Y acá cabe una pregunta: ¿quién fue el verdadero héroe de las Invasiones inglesas? Fue el pueblo de Buenos Aires, y si bien hubo hombres que condujeron a esa gente  ávida de recuperar el suelo usurpado, lo cierto es que esa pequeña sociedad virreinal – pacífica, mansa e indolente- fue la protagonista excluyente de las jornadas más gloriosas  de nuestra historia patria.

En una película  proyectada hace varios años sobre la segunda guerra mundial, un oficial japonés, previendo el error cometido al bombardear Pearl Harbour, y que sirvió para que EEUU interviniera en la contienda, señala apesadumbrado: “con este acto no hemos hecho nada más que despertar a un  gigante dormido y llenarlo de resolución.”

Esta cinematográfica frase bien puede aplicarse a ese pueblo que, de la noche a la mañana , se transformó  en una fiera indomable dispuesta a enfrentar y a derrotar al poderoso enemigo, a la dueña de los mares, que durante tanto tiempo paseó su arrogancia por todo el mundo sin encontrar  obstáculo alguno , arrasando con todo lo que se les presentaba enfrente; pero  al  llegar al Río de la Plata, el invasor jamás imaginó la feroz resistencia que le iba a oponer un pueblo inexperto en el combate que lo hizo tambalear hasta caer derrotado en forma estrepitosa, ocasionándole al Imperio una de las humillaciones más grandes jamás padecidas a lo largo de su extensa historia bélica.

Es que Buenos Aires era como un gigante adormecido por la abulia, por la indiferencia, que desconocía la guerra, que era ajena a los conflictos, que dependía de un Estado que si bien no le guardaba simpatía,  tampoco era un estado opresor; por lo tanto no valía la pena ejercer algún tipo de resistencia hacia la Metrópoli, pues no conocían otra forma de vida…Y esa forma de vida era confortable, cómoda y prácticamente libre de obligaciones severas.

Por lo tanto, esa ciudad conformista y abúlica un día reaccionó, tomando conciencia que en su seno guardaba un poder que iba a cambiar el curso de la historia patria. La voluntad de todo un pueblo hizo posible que el arrojo, el fervor y el coraje de los hombres y mujeres que componían este suelo, se diera a conocer ante un enemigo feroz que quería imponer un nuevo orden; un orden extraño y funesto a los ojos de los nobles habitantes de este suelo.

No se iban a doblegar ante el León inglés y  de ninguna manera  iban  a soportar la prepotencia y la arrogancia de un invasor que buscaba someter a una población  a la que consideraba de pocas luces. Pero fea sorpresa se iba a llevar, pues esos hombres y mujeres tenaces no iban a retroceder ante el poder desplegado por los ingleses, pues estaban dispuestos a dejar la vida en el campo de batalla, antes que entregar el suelo patrio al atrevido usurpador.

Lo que hay que remarcar, lo que hay que señalar con énfasis  es el coraje de esa gente ejemplar; la voluntad  de vencer, el deseo de creer en sus propias fuerzas. Esto es lo que los llevó a conseguir la victoria final, una victoria inspirada en el valor, en el arrojo, en el fervor desplegado durante esas jornadas gloriosas,  que cambió el destino de nuestro suelo pues todo un pueblo descubrió el poder que se hallaba oculto en el fondo de su ser. Habitantes que se sorprendieron ante su propia reacción, por la valentía demostrada en el campo de batalla y por el  fervor con que se condujeron para enfrentar a un enemigo superior. Ese poder dio origen a lo que posteriormente se iba a reflejar  en 1810 y en 1816: un pueblo que tomó conciencia de que podía  ser dueño de  su propio destino. Las Invasiones fueron el comienzo  de esta historia conmovedora, porque se trató de eso, de una historia conmovedora donde todo un pueblo se fijó una meta: la libertad de su Patria.

Una empresa que lamentablemente pasa desapercibida, que no se la valora como es debido, pues a mi modo de ver fue una de las hazañas más trascendentes de nuestra historia patria, pues nos marcó como Nación. Un pueblo unido que se atrevió a dar el gran salto, que no dudó en enfrentar a un enemigo superior en armamento y en recursos. Pero la voluntad de vencer invadía los corazones de aquellos simples ciudadanos que, de pronto, se convirtieron en fieras indomables.

Fueron muchos los que   protagonizaron esa epopeya admirable, esa gesta inigualable. Muchos los responsables y muchos los héroes que aparecieron en esos gloriosos días de 1806 y 1807, muchos los hombres y mujeres de Buenos Aires que enfrentaron al invasor. Una sola era la meta, uno solo el objetivo. Por lo tanto había que actuar conforme las circunstancias lo exigían.

Por supuesto que esa gente indignada y decidida a dar pelea necesitaba de líderes, de caudillos que le mostraran  el camino hacia la victoria final. Y esos caudillos comienzan a aparecer: en primer lugar don Santiago de Liniers, un marino francés que había cumplido misiones oficiales en representación del Virrey en distintos lugares del  virreinato, como por ejemplo, en Misiones; aparece luego don Martín de Álzaga, un fogoso y apasionado comerciante vasco que se vio obligado a viajar al Río de la  Plata procedente de su tierra natal debido a la difícil situación económica por la que atravesaban sus padres, siendo apenas un joven que a su arribo no sabía  hablar español. Estos dos hombres, fundamentalmente, fueron  los que condujeron a ese pueblo pacífico y heroico a protagonizar uno de los acontecimientos más trascendentes y admirables de nuestra historia. Liniers poniendo al servicio de la Patria sus conocimientos en materia militar; Álzaga, ayudando materialmente a la empresa gracias al sólido patrimonio que poseía. Su generosidad y desprendimiento fueron fundamentales para formar el regimiento Voluntarios Patriotas de la Unión, cuyo  jefe Felipe Sentenach, reconoció a través de un informe el aporte invalorable efectuado por Álzaga. Pero lamentablemente  el héroe de la Defensa nunca fue valorado en su justa dimensión; sin la intervención de este hombre venido de España, tal vez la contienda con Inglaterra hubiese sido  de resultado incierto.

El cronista inglés Thomas Hogg demuestra su admiración por el hombre que para él, la historia ha dejado de lado al no darle el lugar que correspondía. Dice Hogg: “me asombra que una sociedad tan generosa como la de Buenos Aires tenga tan poco en su memoria que don Martín de Álzaga puso siempre ante sus ojos al aspecto más grandioso del corazón español: el amor infinito por la Patria..”      

También se pueden mencionar otros hombres que  tuvieron un gran protagonismo  durante esas gloriosas jornadas: don  Juan Martín de Pueyrredón, el futuro Director Supremo, don Felipe Sentenach, jefe de los Voluntarios Patriotas de la Unión, Hilarión de la Quintana y tantos otros que regaron con su sangre el campo de batalla, para que el invasor no se apoderara de estas tierras tan codiciadas.

Pero me he de detener un momento en la actuación que le cupo al Virrey Sobremonte a quien la Historia oficial  condenó duramente. La pluma de don Bartolomé Mitre  -que  tildó al Virrey de cobarde- fue fundamental para que esa imagen se consolidara.   Distintos versos se fueron difundiendo en Buenos Aires con el fin de  ridiculizar la figura del Virrey luego de que decidiera partir a Córdoba. Entre las innumerables piezas que se le dedicaron,  una  de ellas decía lo siguiente:

                                                        Un quintal de hipocresía

                                                        Tres libras de fanfarrón

                                                         Y cincuenta de ladrón

                                                         Con quince de fantasía

                                                         Tres mil de collonería;

                                                         Mezclarás bien, y después

                                                         En un gran caldero inglés

                                                         Con gallinas y capones

                                                         Extractarás blasones

                                                         Del más indigno marqués

Sin embargo, justo es decir que  la destacada  trayectoria del Virrey desmiente tal cobardía, porque fue un gobernante probo y capacitado para cumplir su función con idoneidad. Córdoba guarda por él un gran afecto, cuando era Gobernador; allí construyó acueductos, fundó escuelas de primeras letras en la campaña para dar instrucción civil y cristiana. En  noviembre de 1786 fundó la ciudad de Río Cuarto, como así también La Carlota  en honor a Carlos III, y una escuela de enfermería para las mujeres.

Es cierto que su conducta fue equívoca, pero de ninguna manera cobarde. Un investigador señala que siguió instrucciones de España en caso de que ocurriera un desembarco inglés.      

A pesar de todo ello, la historia oficial no lo perdonó. El investigador Gammalson intenta defender  la figura de  Sobremonte ,por obeder dichas ordenes. , y  afirma lo siguiente: “en aquel momento la vindicta pública y los funcionarios y comerciantes españoles de Buenos Aires necesitaban contar con una víctima propiciatoria, pues hubiera sido un crimen de lesa majestad achacar los errores al rey inhábil o a su ministro Godoy y demás cortesanos venales… En resumen a Sobremonte lo consideraron un buey corneta, y por hábito conserva su memoria este injusto sanbenito hasta nuestros días.( 1)

Siguiendo con los acontecimientos, hemos de señalar que la comodidad y la indiferencia fueron  dejadas de lado; la hora se presentaba difícil, oscura e incierta, pero era momento de actuar, de no dejar pasar la oportunidad para defender ese suelo que  había acogido y protegido a toda esa sociedad  que hasta ese momento no sabía de sacrificios ni de desprendimiento.

Es que el coraje es el motor de la historia, es lo que mueve al hombre a realizar las grandes empresas, los grandes emprendimientos; ese coraje, unido a firmes convicciones hace al hombre indestructible.

Sin el coraje no hubiese sido posible por ejemplo, el Descubrimiento de América , que fue un hecho de una trascendencia fundamental en la historia de la humanidad, que permitió que una tierra extraña se sumara a las nuevas expectativas del hombre, a sus deseos de progreso, a sus ansias por explorar ese suelo desconocido por conocer nuevas culturas y  novedosas formas de vida; sin el coraje, San Martín no hubiera atravesado los Andes para llevar a cabo la empresa genial que se instaló en su espíritu, a los fines de  liberar a tres países del continente americano.

Sin coraje, sin la voluntad de vencer, Güemes junto con sus fieles gauchos  no hubiese rechazado siete invasiones realistas, no los hubiese acosado a través de sus golpes sorpresivos, donde la guerrilla humilló a los españoles sin que éstos pudieran reaccionar de ningún modo ante milicias fantasmales que aparecían y desaparecían como ánimas.

Y esto es lo que quiero resaltar: el coraje que se hizo presente en los pechos de aquellos vecinos humildes y mansos, que no titubearon ni siquiera un segundo para correr al poderoso enemigo inglés. Es cierto que faltaban armas, que faltaban pertrechos; es cierto que los pergaminos del invasor eran suficientes para espantar a cualquiera que se le pusiera enfrente. Pero el coraje suplió en buena medida todas esas limitaciones porque los corazones vibraron de orgullo, los pechos se inflaron de fervor, los espíritus se llenaron de una justificada ira que impidió que la bota del usurpador  se adueñara del suelo tan amado. Fue coraje, fue valor a toda prueba, fue fervor y perseverancia. Fue un conjunto de sentimientos que se unieron  en medio del fragor de la batalla para dejar una enseñanza al mundo: que con el coraje en nuestras  venas  es difícil que se pierda lo que se anhela,  pues con él todo se consigue, con él se encuentra lo que se desea con entusiasmo.

En relación al coraje desplegado  en esas históricas jornadas de 1806 y 1807  he de citar en primer término, las palabras del derrotado militar inglés John Whitelocke, quien sorprendido por el ardor expuesto por los habitantes de Buenos Aires para enfrentar al usurpador, expresó en el juicio que se le inició lo siguiente: “no es exagerado decir que todo habitante del sexo masculino ya fuera libre o esclavo , peleó con una resolución y perseverancia que no pudo haber sido prevista…estoy dispuesto a confesar que no había contemplado la posibilidad de tal resistencia de parte de toda la población.” Y culmina con términos que sin duda, son en homenaje a los defensores:” tradicionalmente en las guerras, la masa de la población fue un impedimento, no un auxilio para las defensas. No hay un solo ejemplo que pueda igualarse al presente, en el cual sin exageración, cada habitante, libre o esclavo, combatió con una resolución y pertinacia que ni siquiera podía esperarse del entusiasmo religioso y patriótico o del odio más inveterado e implacable”  .  El destacado escritor Hugo Wast en su obra Año X, expresa  que e”n 1806 y 1807  aquel pueblo de artesanos, marineros , tenderos, esclavos, sirvientes, pulperos empleados de gobierno, magistrados, frailes, clérigos, mujeres y niños sintió en sus entrañas la indignación de la ciudad invadida…no contó  a sus enemigos, ni midió sus armas, ni calculó sus propias fuerzas. Sabían que los ingleses traían las mejores tropas del mundo…la ciudad entera fue el campo de batalla. Lo mismo  se combatió en las plazas que en las calles y las azoteas”

Los niños también se dieron cita para resistir la prepotencia inglesa. Cientos de chicos que ayudaban a sus padres  en la lucha, preparando las armas, yendo de un lado para el otro trayendo informes, rumores, alentando al combate, a la batalla contra el usurpador a los mayores. Cuando a través de un informe, el Cabildo de Buenos Aires puso en conocimiento del Rey los pormenores de la Reconquista, entre otras cosas, le señaló: “Viéronse niños de ocho y diez años ocurrir al auxilio de nuestra artillería y asidos de los cañones hacerlos volar hasta presentarse con ellos en medio de los fuegos; desgarrar más de una vez la misma ropa que los cubría, para prestar lo necesario al pronto fuego del cañón; correr intrépidos al alcance de los reconquistadores y estimando en nada su edad preciosa desafían las balas enemigas sin que los turbase la pérdida de otros compañeros, a quienes tocó ser víctimas tiernas del heroísmo de la infancia.”    

Un biógrafo de Pueyrredón, Hialmar Gamalsson, expresa con fervor que “una turba enardecida de voluntarios y francotiradores de ambos sexos,  arribados a la plaza delante de las tropas regulares de Liniers, irrumpió en ella y se desbordó  delirante, haciendo caso omiso de las órdenes de los oficiales. La lucha  cobró entonces su máxima violencia, tornándose confusa y encarnizada, en una lid salvaje donde no se daba ni pedía cuartel.”    

El glorioso desenlace se produjo, como sabemos, el 12 de agosto de 1806.El Gobernador  depuesto relata el trascendente momento: “Eran más o menos las nueve y media cuando el enemigo mostró todas sus fuerzas avanzando grupos considerables sobre nuestro flanco derecho, pasando otros por nuestro frente para ir hacia la izquierda…En el transcurso de estos ataques el enemigo dirigió un fuego violento de fusil desde los techos de las iglesias y  conventos que a pequeña distancia dominaban el Fuerte y las plazas , y a medida que era rechazado de las calles se intensificaba el fuego desde aquéllos y desde las casas, que no sólo era más destructor para nosotros, sino también sin peligro para él….Así rodeados nuestros hombres iban cayendo muy rápidamente y no sólo sin poder lanzarse contra el enemigo sino hasta sin verlo, y como a esta altura una prolongación de la resistencia únicamente podía servir para aumentar el número de nuestros muertos y heridos…resolví izar la bandera de parlamento, que lo fue en el Fuerte y poco después un ayudante de campo del comandante  enemigo se me presentó.”

Tan trascendente fue la conducta de aquellos habitantes de esa aldea situada en un lejano lugar de Sudamérica,  que hasta el célebre escritor  escocés Sir Walter Scott  -autor de Ivanhoe-  dio a conocer su despectiva opinión sobre el pueblo que se había trabado en lucha contra Inglaterra.    A mi juicio era una forma de condenar la actitud inglesa, y para eso se desahogó con insolentes palabras sobre aquel honorable pueblo  que sacrificó todo para liberarse del usurpador británico.

Dice Scott: “nuestros  principales  mercaderes industriales, entre sus visiones comerciales, habían imaginado un mercado ilimitado para ellos, las inmensas llanuras que rodean Buenos Aires, pobladas en realidad por una suerte de cristianos salvajes llamados gauchos, cuyo principal moblaje consiste en cráneos de caballo, cuyo principal alimento es carne cruda y agua… y cuya única diversión es cabalgar en caballos salvajes hasta reventarlos. Infortunadamente, encontraron ( los ingleses) que ellos preferían su independencia nacional a los algodones y muselinas. Dos distintos intentos se hicieron en este miserable país y no redundaron ni en honor ni en ventajas para la nación británica” .  En algo Scott tenía razón: ese pueblo prefirió su libertad a vivir bajo la arrogancia inglesa.

Sin duda Scott sangraba por la herida porque sus palabras  reflejan el dolor y la congoja de un hombre  escandalizado  por el estruendoso fracaso británico

Pero si a ese coraje, le sumamos la fe religiosa de ese pueblo, fe  heredada de nuestra madre España, pues podemos observar que el muro era imposiIble de derribar.    Con respecto a esa fe inconmovible y admirable, el gran investigador César García Belsunce expresa en forma acertada que “el pueblo de Buenos Aires, revoltoso y amigo de dinero, vociferador y pendenciero en la plebe, discurseador y modernista en los medios cultos, era en todos los casos un pueblo profundamente religioso. Los ingleses no eran simplemente contrincantes, eran los herejes, en el lenguaje de la época. Su presencia triunfante era no sólo un desafío al Reino, sino también un agravio a la Iglesia. La fe católica resultó un elemento de convocatoria para la resistencia y fue la causa también de la deserción de los soldados británicos de origen irlandés o alemán, ellos también católicos.”

Fracasada la expedición de Beresford, Inglaterra no podía consentir que una pequeña e insignificante ciudad de América del sur sometiera a su armada. Es por eso que organiza una nueva intentona pero esta vez con una fuerza de 10.000 hombres aproximadamente bajo el mando de John Whitelocke:; la idea era arrasar Buenos Aires… pero el resultado fue el mismo, la fiereza de esos habitantes no puedo ser dominada por los usurpadores. Y el día de la Defensa, el alma criolla resurgió como en 1807. Dice Scenna en relación a esos gloriosos días:” aquella inolvidable noche del 2 al 3 de julio pasó sin sueño para Buenos Aires. Nadie durmió, porque todos estuvieron en la calle, haciendo de su Patria una trampa mortal para el enemigo. Noche fría, fantasmagórica, entre viento y llovizna. Pero bajo la temblorosa luz de los miles de faroles encendidos, la voluntad de Martín de Álzaga, hizo el milagro de trocar el  desaliento y la derrota en alegría y fe de un pueblo entero, que sacó fuerzas de la nada para convertir el derrumbe del vencido en seguridad del vencedor.”          

Admirable. Todo un pueblo involucrado en una causa común; todo un pueblo luchando, arengando a la lucha contra una nación superior en armamento y en instrucción militar.       Es que el triunfo sobre Gran Bretaña fue una historia de amor, de coraje y de Fe: de amor por el suelo usurpado,  de coraje   porque como dijimos antes, fue el motor que movió a un conjunto de pacíficos vecinos a mostrar sus dientes, a pelear por lo que consideraban que les pertenecía, a luchar a pesar del sacrificio y sufrimiento que ello traía aparejado, y de Fe porque en Dios confiaban y esperaban todo de Él. Esto quiero resaltar. Tal vez con insistencia, tal vez en forma reiterada, pero es la única manera de rendir  nuestra eterno tributo  a todos aquellos que con la palabra, la pluma,la acción y el pensamiento, pelearon incansablemente para hacer de este suelo una tierra de esperanza .

El coraje fue la mecha que encendió la bomba; fue la fuerza y la constancia, fue el factor que influyó para que el éxito de la admirable gesta, se hiciera realidad. Y así fue. A esos hombres, a esas mujeres que dieron todo lo que tenían para defender el suelo patrio, le debemos estar agradecidos eternamente, pues el sacrificio desplegado fue mucho; el dolor padecido, enorme; las lágrimas vertidas, incontables. A ellos les debemos entonces,  este suelo bendecido por Dios, esta tierra colmada de riquezas donde la naturaleza se presenta en todo su esplendor, en toda su grandeza. Liniers, Álzaga, Pueyrredón, célebres referentes de un pueblo obediente – pero a la vez, severo y exigente- que se pusieron a la cabeza de esas masas  que se hallaban impacientes por dar un duro escarmiento al atrevido invasor. Ellos fueron los estrategas, los responsables de guiar a esos vecinos indignados, hacia la victoria definitiva. Y sin embargo, a pesar del sacrificio, del sufrimiento y de las privaciones que tanto Liniers como Álzaga padecieron  en defensa de la Patria, los  hombres que posteriormente  gobernaron esta tierra fueron ingratos  con ambos, pues por esos avatares propios de la política tanto el ex virrey  como el comerciante vasco, fueron fusilados. Así se les pagó su heroísmo.También hemos de hacer mención a las decididas mujeres que pelearon por su suelo, al lado de sus padres, de sus maridos, de sus hijos. Mujeres con corazón de madres que no dudaron quienes en  acudir a la ayuda  de quienes pelearon por el suelo patrio. Hemos de leer   el testimonio de  Alexander Gillespie, un  oficial inglés que estando en el famoso café Los Tres Reyes;  fue testigo presencial de la humillación que padecieron unos oficiales españoles  por parte de una joven que les servía en la mesa donde estos se hallaban; al acercarse ellos les dijo: “Desearía que ustedes caballeros,  nos hubiesen informado con anticipación de sus cobardes intenciones de rendir Buenos Aires, pues apostaría mi vida que, de haberlo sabido, las mujeres nos habríamos levantado unánimemente y rechazado a los ingleses a pedradas.”.Un testigo de la época, Pedro Antonio Cerviño, comandante del Tercio de Gallegos, señala lo siguiente en referencia a las esposas de los hombres que intervinieron en los duros enfrentamientos con los ingleses: Nuestras consortes  estaban al abrigo de su justo anhelo, por la conservación de sus esposos y de sus hijos; “para las heroínas del Río de la Plata, impresionadas por la justicia de la causa, dieron las más valerosas muestras de su honrada, cristiana y valerosa resignación. Mujer hubo cuyo postrer adiós, fue decir a su marido: No creo que te mostrarás cobarde, pero si por desgracia huyeses, busca otra casa en que te reciban”.

La voluntad de vencer prendió en las almas y en los corazones de esa gente simple, generosa y que no dudó en dar la vida por una causa noble. Ellos son el camino, ellos representan la luz que hay que alcanzar, ellos son  ejemplo para nosotros, para nuestros hijos y para nuestros nietos. No nos quedemos en la mitad del camino.   

Por todo ello, vaya  este tributo a aquellos hombres y mujeres que en aquellos años aciagos, defendieron con honor el suelo de la Patria. 

por Julio C. Borda