Exposición de Román Frondizi.

29 de Agosto de 2018.

 

Señoras y señores, queridos amigos, buenos días!

      Muchísimas gracias al Presidente de nuestro Club, Dr. Guillermo Lascano Quintana, por haberme invitado a hablar una vez más en esta prestigiosa tribuna del Foro de la Ciudad.

     Muchísimas gracias a todos ustedes por acompañarnos.

     Este año se cumple el quinto centenario de los “Discorsi sopra la Prima Déca di Tito Livio”, la obra más importante de Niccolò Machiavelli, aunque no la más conocida,  y esta circunstancia hace propicio recordar al gran florentino.

     Es un hecho que la sola invocación del nombre de Machiavelli, que reúne en sí la gloria y la fama, despierta un gran interés intelectual y político cargado de fuertes resonancias.

      Y esto es así no solamente por la importancia de su pensamiento político –recordemos que nada menos que Benedetto Croce, uno de  los más grandes filósofos liberales del siglo XX, lo definió como el inventor de la ciencia política moderna- sino por la repercusión que ha tenido su obra escrita, que se sigue publicando en todos los idiomas,  y por las polémicas que ha suscitado a lo largo del tiempo.

       Yo mismo le he dedicado un volumen, presentado hace unos meses en la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, fruto de mucho tiempo dedicado a la investigación y al estudio, sobre todo en Italia donde residí largos años, en el que presento sus ideas en el marco de su  contexto histórico y de su circunstancia personal.

        Por obvias razones de tiempo mi exposición se limitará a tratar muy sintéticamente solo algunas de las ideas políticas de fondo de Machiavelli. Prescindiré de considerar sus conceptos puramente instrumentales, aquellos que han servido para tejer la leyenda del machiavellismo, que no son, precisamente, lo que está vivo de su pensamiento. Dejaré de lado, asimismo, su valiosísima obra de literato  y dramaturgo.

       Bien: principiemos por recordar que Niccoló di Bernardo dei Machiavelli nació en Florencia el 3 de mayo de 1469 y murió en su casa de campo en Sant´Andrea in Percussina, muy cerca de la capital toscana, el 21 de junio de 1527, a los 58 años.

       Está enterrado en la Iglesia de Santa Croce, en Florencia, donde descansan los restos de Miguel Ángel, Alfieri y Galileo Galilei entre otros grandes florentinos. En su tumba se lee “Ningún elogio es adecuado a tan grande nombre”.

       Tuvo una educación propia de su condición social, su padre era un doctor en jurisprudencia propietario de varias fincas rurales  y descendía de una antigua prosapia toscana que dio a Florencia muchos altos dignatarios.

     Leyó a los clásicos griegos y romanos, a Petrarca, a Dante que como Niccoló despreciaba a los mediocres, a los tibios y a los corruptos.

      Aprendió muchas cosas en la calle, primera escuela fuera del hogar:

      -el modo de ser festivo de los florentinos no desprovisto de un fuerte carácter y de un fondo áspero e irónico;

      – aprendió su modo de hablar, que luego hizo famosa su prosa llena de vida y de color;

      -y aprendió en vivo y en directo la lección de algunos hechos históricos:

                * a los 9 años fue testigo del linchamiento de los Pazzi;

                * a los 25 años de la entrada en Florencia de Carlos VIII rey de Francia al frente de un imponente ejército;

                * a los 29, de la caída de fray Girolamo Savonarola, de su enjuiciamiento y ejecución.

      Cómo era Niccolò?

       De físico bien proporcionado. Estatura media. Porte erguido. Cabeza huesuda  más bien chica que grande. Ojos y pelo negros, mal que les pese a ciertos antropólogos alemanes que donde ven el más pequeño islote de genio latino le enchufan los ojos azules y el pelo rubio. Boca sutil, cuyos labios dibujaban su ambigua, indescifrable sonrisa, de la que tanto se ha hablado y escrito a lo largo de los siglos.

       De su índole espiritual se pueden decir muchas cosas.

       Destacan el frío realismo de su inteligencia positiva y  la imaginación de un visionario y de un poeta. El pesimismo de este optimista cuyo genio es, como dijo Sir Thomas Macaulay, una suerte de enigma que no ha sido del todo descifrado.

        Fiel expresión de su amada Florencia, con sus virtudes y sus vicios, aunque, en verdad, vicios graves no se han podido imputar a Niccolò. Fue un buen marido y un padre amantísimo. Eso no afectaba su debilidad por la mujeres hermosas, era enamoradizo y apasionado.

        Honestísimo en las cosas.

        Amó a su Patria más que a su alma.

       Fue un cabal hombre del Renacimiento: político, diplomático, hombre de gobierno,  abnegado servidor de su Patria en la paz y en la guerra, historiador, cientista político,  ensayista, escritor, literato y dramaturgo. Bromista, irónico, divertido, fue también un espíritu desacralizador, y, sobre todo, un gran innovador que privilegió la inteligencia, la energía, la valentía y hasta la intrepidez en su propio trabajo.       

       En 1498, tras la caída del gobierno inspirado por Savonarola, es designado, a los 29 años, Secretario de la Segunda Cancillería de Florencia, y Secretario de los “Dieci di Balia”, el Consejo que se ocupaba de las RR.EE. y de la guerra. En 1506 es nombrado en el cargo de Secretario de los “Nove della Milizia”, órgano encargado de crear y organizar un ejército florentino que independizase a Florencia de los mercenarios.

         Ocupó esos cargos hasta la caída de la República en 1512 y la restauración de los Médici por obra del Papa Julio II y las tropas españolas. Entonces fue dejado cesante y confinado en su finca de Sant´Andrea in Percussina.

          En febrero de 1513 fue encarcelado y torturado, acusado –erróneamente- de participar en una conjura contra el cardenal Giovanni de´Medici, quien lo amnistía poco después al ser elegido Papa con el nombre de León X.

           Niccolò se retira en su finca de campo y allí, “post res perditas”, como él mismo dijo, produce sus grandes obras.

            Su contexto histórico fue el del Renacimiento, que recupera la cultura clásica greco-romana, en gran parte conservada en los monasterios de Europa, y abre los tiempos modernos en los cuales el hombre es el centro de la vida y de la historia. Y también lo fueron el surgimiento y el afianzamiento de los Estados Nacionales –España, Francia e Inglaterra- el  ascenso de la burguesía y el inicio del capitalismo, los grandes descubrimientos geográficos , la expansión del comercio internacional y ultramarino.

     Su pensamiento político se basa en una tríada:

      La Necessità, la Fortuna, la Virtud.Daré una suscinta idea de ellas.

       La Necessità es la fuerza constrictiva que emana de la realidad efectiva de las cosas e impulsa al hombre a actuar por motivos concretos, de hecho, y no en base a principios metafísicos o teológicos.

       Impulsa al político a actuar por motivos políticos para alcanzar sus fines. Los alcanzará si tiene la virtù para saber cómo actuar y actúa cuando la fortuna le da la ocasión para ello.

       La buena política no es la que se funda en conceptos abstractos sino la que no pierde de vista la realidad concreta. No se trata de la Realpolitik, pero tampoco de la Phantasiepolitik. Menos que menos cuando hay necesidad de hacer la mejor política realista.

       La Fortuna es la contracara de la libertad humana, le pone un límite de hecho a la acción del hombre, pero no la inhibe en cuanto ésta se basa en el libre albedrío. Podrá ser vencida solamente si la enfrenta una virtù  ordenada, preparada para hacerlo, capaz de atrapar y aprovechar las ocasiones que le presenta la fortuna, virtù que deberá tener siempre presente la condición de los tiempos en que le toque actuar.

        Por eso el político responde por lo que hizo, no por lo que quiso hacer.

        En “Il Principe”, cap. XXV, Machiavelli ejemplifica su concepto de fortuna: “Asemejo la fortuna a uno de esos ríos caudalosos que, cuando enfurecen, inundan las llanuras, arruinan los árboles y los edificios, extraen la tierra de acá y la llevan allá: todos huyen frente a ellos, ceden a su ímpetu sin oponerle resistencia. Y aún si son así, ello no obsta a que los hombres, cuando llega el buen tiempo, no puedan adoptar precauciones con defensas y terraplenes, de modo que, cuando vuelvan a crecer, las aguas corran por un canal o su ímpetu no sea tan desenfrenado y dañoso. Del mismo modo acontece con la fortuna que demuestra su poder adonde no hay una virtù preparada para resistirla y aquí vuelca sus ímpetus, donde sabe que no se hicieron los terraplenes y los canales para contenerla. Y si ustedes considerasen el caso de Italia, que es la sede donde  se producen todos estos cambios y la que ha dado lugar a ellos, verían que es como una campiña sin terraplenes y sin defensa alguna. Si estuviese protegida por una conveniente virtù, como lo están Alemania, España y Francia, estas crecientes no hubieran producido los grandes daños ocurridos o ni siquiera se habrían producido”.

         Qué son las ocasiones?  Son las circunstancias que la fortuna presenta a la capacidad de obrar del hombre, que están dadas y que el hombre debe atrapar y aprovechar.

         Puesto frente a la ocasión que le presenta la fortuna el hombre virtuoso debe actuar.

         La estima de Machiavelli va hacia los que pueden y actúan. No acepta a los virtuosos en potencia ni a los ineptos en acción.

         

     La Virtù. Para vencer a la fortuna es necesaria la virtù.

      La virtù es inteligencia, previsión, energía, destreza, eficacia, actividad encaminada a un fin perseguido enérgicamente, capacidad para producir un determinado efecto, para traducir en acto la libertad del hombre.

     También es ejemplaridad, que une al gobernante y al ciudadano por medio de un vínculo que subsiste aún si todos los demás se rompen.

       En los “Discorsi”, III, XXV, Machiavelli pone un ejemplo maravilloso de ejemplaridad en la historia de la república romana. Se trata del caso ocurrido con Cincinato. El cónsul Minuzio y su ejército fueron asediados por los equitas. Llena de temor de que se perdiese ese ejército, Roma, en su aflicción, recurrió a crear como último refugio la institución de la dictadura, designando en el cargo a Lucio Quinzio Cincinato, quien se hallaba por entonces en su pequeña finca de alrededor de doce hectáreas,  que trabajaba personalmente. Estaba arando su tierra cuando llegaron los legados del Senado para notificarlo de su elección y mostrarle el peligro en que se encontraba la república. El tomó su toga, fue a Roma, reunió un ejército y se fue a salvar a Minuzio. Derrotó a los enemigos, los despojó, y con estas palabras impidió que el ejército asediado participase de la presa: “(…) No quiero que participéis de la presa de quienes estuvisteis a punto de ser presa”. Tras lo cual privó a Minuzio del Consulado, lo redujo a Legado y le dijo: “(…) Estarás en este grado hasta que aprendas a ser Cónsul”. Cumplido su deber volvió a su finca a trabajar la tierra. Grande fue la generosidad deste hombre y de otros ilustres romanos como él, que después de estar al frente de un ejército triunfante, vueltos a la austeridad de la vida privada, fueron, como antes y como siempre, percos, humildes, cuidadosos de sus pequeñas propiedades, obedientes a los magistrados de la república y respetuosos de sus mayores. No por nada Roma se hizo grande y su grandeza duró siglos.

       La virtù del hombre de Estado debe ser capaz, entre otras cosas, de transformar a la masa en un pueblo consciente de sí mismo y que se dirige a un fin.

         En el caso de Machiavelli ese fin era altamente ético: la redención de Italia del dominio de los barbari,  y su constitución en un Estado Nacional en la estela de España, Francia e Inglaterra.

         Desde el punto de vista político la virtù es el descubrimiento de la política como instrumento para cortar los lazos que atan al hombre a formas degradantes de organización social que consagran el egoísmo.

         De aquí la necesidad de buenas leyes, de legisladores sabios, de gobernantes virtuosos que conozcan los problemas concretos de la realidad nacional sin condicionamientos ideológicos mistificatorios.

        Demos una ojeada a los “Discorsi”, como dije su obra más importante.

        Digamos, ante todo, que la teoría política de Machiavelli tiene dos raíces: la experiencia de la vida vivida iluminada por su realismo y su aguda inteligencia, y el conocimiento de la historia. Ese bagaje intelectual lo ayudó a definir una ciencia nueva que tiene como primer fundamento que la naturaleza humana, con sus virtudes, sus debilidades, sus apetitos, no cambia sustancialmente con el pasar del tiempo.

       A partir de ahí concibió y escribió entre 1513 y 1518 los “Discorsi”, que leyó al selecto grupo de intelectuales de diversas tendencias entre los que se contaban algunos de sus mejores amigos, que se reunían en los famosos jardines del palacio de los Rucellai, en Florencia, y que lo animaron permanentemente en su obra.

       El libro, que es la llave maestra para la interpretación de toda su obra, expresa su admiración por la República y por el gobierno mixto en la Roma republicana: el principado, los aristócratas y el pueblo, representados por el Senado, los Cónsules y los Tribunos de la Plebe que eran los guardianes de la libertad de los ciudadanos.

      El objetivo del gobierno mixto era dar participación y contener dentro del marco constitucional a los tres sectores sociales.

     Ahora bien: la República, para Machiavelli, es una estructura de virtù en la vida pública. Su base es la libertad. (Discorsi II, II .- Principe, cap. V).La libertad del Estado, que consiste en su independencia. En el orden interno no se trata de la libertad en general y en abstracto, sino de las libertades civiles, de la libertad en sentido práctico. Y en el orden cívico, la libertad política dentro del marco de las instituciones de la  República.

       Machiavelli da gran valor al rol del pueblo en la vida republicana al que considera actor indispensable y necesario para la estabilidad institucional, pero no le reconoce una preeminencia “fantástica” porque puede cometer y de hecho comete errores y puede ser engañado.

       Niccolò afirma que la lógica intrínseca de la historia es el conflicto.

        Conflicto entre qué, entre quienes?

        Entre los que él llama dos “humores”: el de los grandes y el de los popolari. Los deseos de los grandes de dominar y los deseos de los popolari de no ser dominados.

         La lucha política nace de este conflicto y se transforma en la garantía de los derechos. Es una lucha que puede ser peligrosa, pero es inevitable. Es saludable en los tiempos que Machiavelli llama tiempos sanos, y peligrosa en los tiempos corruptos.

         Cuales son los tiempos corruptos? Aquellos que corren cuando una parte social o política dirige su propia ambición a destruir a la otra parte.

         Acá juegan dos factores psicológicos: la avidez de las partes por tener más poder y riqueza y el temor a perder lo que se tiene. De esto se encuentra ejemplo en lo ocurrido con las luchas por las leyes agrarias en Roma, que, según Niccolò, fueron una de las causas de la ruina de la República.

     Cuando, durante los tiempos corruptos, las tensiones se hacen ingobernables y exceden el marco constitucional,  las luchas se exasperan y el régimen republicano puede sucumbir.Por eso es función de los políticos mediar entre las partes sociales, contenerlas, tratando por todos los medios de mantener y prolongar la vigencia de la constitución del Estado. Nunca revertir sobre su actividad la ambición de una clase o de su propia facción partidaria, sino, al revés, cumplir una tarea de integración. De lo contario, en lugar de contribuir a la mejora y al desarrollo de una sociedad bien ordenada contribuirán a arruinarla y, al final, a desintegrarla y destruirla.

      Cual es la mejor Constitución? La que posee la aptitud concreta para permitir que los cambios que se van produciendo en la realidad social se reflejen y se expresen en las leyes modificándolas. Si el vínculo entre la constitución y los conflictos sociales pierde la flexibilidad que permite a los conflictos desarrollarse dentro del marco de una concordia de fondo, ese vínculo se hará crecientemente rígido hasta romperse.

        “Il Principe”.

       Ahora bien: mientras estaba focalizado en la redacción de los “Discorsi”, otro pensamiento asalta a Machiavelli: un pensamiento muy concreto, recto y agudo como una espada.

       Por su edad, por su amada Florencia, por su estirpe, por su condición, su espíritu fue netamente favorable a la República popular. Pero su clara inteligencia le indicó que en los hechos Italia se inclinaba a los Principados. Por lo tanto, hubo de ocuparse de ellos.

       Llegado en la redacción de los “Discorsi” al capítulo en que demuestra que un pueblo corrompido que alcanza la libertad difícilmente es capaz de conservarla, y volviendo la mirada desde la antigua Roma republicana a la realidad de los estados italianos de su tiempo, los encontró sumidos en  extrema corrupción.

       Comprendió, entonces, que no era posible fundar en Italia una República que la liberase de los “barbari” como denominaba a españoles, franceses, suizos y otros pueblos cuyos ejércitos ocupaban gran parte de la península,  la recorrían guerreando con el objetivo de imponer su dominio, saqueando, de paso, tesoros de todo tipo y procurando a las poblaciones los males ingentes  que trae aparejada la guerra.

        Solo un Principe Nuovo sería capaz de sacar de la pudrición a esos Estados y llevarlos a liberarse  y constituir Italia como Estado Nacional.

         Así germina y florece “Il Principe”, escrito de un tirón entre agosto de 1513 y marzo de 1514, que dedica a Lorenzo de Medici II, el joven, duque de Urbino y Capitán General de Florencia  nombrado por su tío el Papa León X.

         Lorenzo tenía diversas cualidades, pero le faltaba una: la virtù.

          Machiavelli se propuso guiarlo, para que fuese un príncipe a la altura de los tiempos que corrían, con el ejemplo de  Fernando de Aragón, Luis XI, el Papa Julio II o el mismísimo César Borgia de sus buenos tiempos.

          Bien: así como un general o un almirante en operaciones no razona más que en términos militares, o un científico sumido en la investigación no razona más que en términos científicos, Machiavelli piensa solo en términos políticos y no tiene en cuenta consideraciones teológicas o metafísicas extrañas al desarrollo de sus teoremas. Lo guía únicamente una lógica férrea que se ajusta a los hechos  reales de su tiempo.

        Solo le importa la Patria, y solo teoriza acerca de su triunfo.

        A quien se dirige?

        Según la dedicatoria, a Lorenzo. Y con el estilo de rigor en esos tiempos, salvo la advertencia: “(…) para conocer bien la naturaleza de los pueblos es necesario ser un príncipe, y para conocer la de los príncipes hay que pertenecer al pueblo”. Pero Lorenzo no hizo caso de este librito que sobreviviría a los tiempos y aún hoy es objeto de lectura, estudio y discusión.

        Es obvio que el libro está destinado mucho más allá: a los ciudadanos  y al Principe Nuovo, del cual Machiavelli no trata de definir la identidad sino fijar el ideal de su imagen política; y aún más allá, a quien lo entienda (“Principe”, cap. XV). El del príncipe no es el retrato de ningún personaje concreto de la historia, es un retrato ideal. Niccolò explica con rigor lógico cómo ha de ser el príncipe si ha de conducir a su pueblo a la fundación y conservación de un nuevo Estado. Será  aquel dotado de virtù, que tenga capacidad y valentía para captar la ocasión que le presenta la fortuna, que sepa adaptarse a los cambios de la historia y de los hombres que están en perpetuo movimiento. Será aquel que, como el centauro, tiene vigor e inteligencia, aquel que sepa  ser a la vez zorro y león, utilizar con la misma desenvoltura la astucia y la fuerza e interactuar con sus súbditos.

     Termina el libro con un capítulo pleno de idealismo, invocando a  Dios y llamando a la Casa de´Medici a asumir la noble empresa de la liberación de Italia.

     Pero en Italia no estaban dadas las condiciones para esa gesta. Muertos César Borgia y el papa Julio II, no había quien tomara la bandera. La idea del realista Machiavelli era utópica, era una ilusión propia de un poeta, expresión de sus sentimientos  más que de su inteligencia. La utopía de Machiavelli, fundada sin embargo en una visión acertada de la evolución europea, se concretaría en Italia siglos después. Las ilusiones de entonces fueron las verdades del futuro, impulsadas por el talento y la acción de un piamontés que aplicó muchas de sus ideas: Camilo Benso, Conde de Cavour.

     La cuestion de la autonomía de la política.

     La parte central de esta cuestión está contenida en los capítulos XV a XVIII del “Principe”, que tratan acerca de cómo gobernar y conservar los Estados.

     Precisamente, son unas pocas líneas del Cap. XV donde está contenido el núcleo de la nueva ciencia de la política:”(…) dado que mi intención ha sido la de escribir algo útil para quien lo entienda, me ha parecido más conveniente ir directamente a la realidad efectiva de la cosa más que a la representación imaginaria de ella. Muchos han imaginado principados que nunca se han visto ni conocido en la realidad, y es que hay tanta diferencia entre cómo se vive y cómo se debería vivir, que el que deja lo que se hace por lo que se debería hacer encuentra su ruina antes que su salvación”.

     Machiavelli advierte que la lucha política debe librarse dentro de la ley y con el arma de la razón, pero ocurre, y no pocas  veces, que se combate usando la violencia en sus diversos modos.

      Por lo tanto hay que saber usar las dos formas de la lucha política.

      Para explicarse recurre a la metáfora del Centauro Quirón, que educó a los héroes griegos, que representa una suerte de microcosmos del hombre. Y que era mitad hombre –la ley y la razón- y mitad bestia.

      Y trae al respecto la fábula del Zorro y el León, para afirmar que, del lado de la mitad bestia, hay que elegir a los dos, al Zorro y al León. El León no sabe defenderse de las trampas y el zorro no es capaz de defenderse de los lobos: hay que ser zorro para conocer las trampas y león para espantar a los lobos.

       Señala, por fin, que un Príncipe que se base solo en el león, o sea en la violencia, no entiende de política. Recordemos que, en aquella época, el zorro era el animal preferido de la clase burguesa, que, careciendo de la fuerza de la nobleza, se abría camino gracias a la inteligencia y a la astucia.

        El realismo del Secretario Florentino no es cínico.  Trata de los hechos de la vida política real. No aprueba ni elogia. Constata. Y advierte al Principe Nuovo.

         Machiavelli expuso el concepto político de las cosas. No negó el concepto moral, hizo abstracción de él para explicar la realidad de la política, para despojarla de la hipocresía. No es lo mismo.  

          Citemos algunos ejemplos. Fernando el Católico, Luis XI, Bismarck, Cavour. Los hacedores de la unidad y del Estado Nacional de España, Francia, Alemania e Italia. Churchill y Roosevelt aliados a Stalin para vencer la barbarie nazi.

           En Argentina: Urquiza aliado con el Brasil para derrotar a Rosas. Los grandes presidentes argentinos que echaron las bases del progreso del país – Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Roca- fueron elegidos con violencia y fraude. Hoy se celebran los resultados de su gestión.

            En suma: Machiavelli desmitificó la política.

             Enojarse con él es como enojarse con Newton. Es como si los deudos doloridos por la muerte de un suicida que se arrojó al vacío desde un séptimo piso se enojaran con Newton por haber inventado la ley de gravedad.

              Por otra parte, nunca sostuvo que lo que fuese bueno para la conservación del Estado fuese, por ello mismo, moralmente correcto. La autonomía de la política no impide el juicio moral acerca de la conducta de un hombre, no salva al hombre político del juicio moral. Lo que cuenta es la diferencia de perspectiva desde la cual se hace la valoración.

              El principal error de Machiavelli está en la exageración politicista. Como todo inventor vió solo el campo de la vida al que dedicó su investigación y su actuación: la Política. La vida tiene, también, otros campos, muy importantes: p.e. el de los afectos, la religión, el arte, la economía, etc.etc. Su error, a mi entender y no solo a mi entender, está también en el modo y el tono absolutos, tajantes, con el que expuso todas sus ideas, inclusive las que representan conceptos meramente instrumentales.

               Giovambattista Vico, el gran filósofo y jurista napolitano, que no fue tierno con Niccolò, estaba sin embargo lleno de su espíritu realista: es el autor de la famosa expresión “verum ipsum factum”. Fue quien clarificó y purificó el pensamiento machiavelliano, completando su concepto de la política y de la historia, serenando su espíritu.

                Para él, la política, la energía creadora de los Estados deviene un momento del espíritu humano y de la vida de la sociedad, un momento eterno, el momento de la lucha, de la competencia, del valor, literalmente el momento del certamen. Le sigue el momento de la verdad, de la justicia, de la moral, o sea de la eticidad.

                Por ello es necesario ver al hombre no como debería ser ni tampoco como es por necesidad, sino sobre todo y ante todo como es en la mayor parte de los casos cuando está dominado por el cálculo elemental de su egoísmo.También es necesario, indispensable, encontrar en él la virtud moral que le dará renovada fuerza para seguir adelante.

               La política es, en sí y por sí, arte de lo posible, puede ser usada para el bien o para el mal. Para que no se convierta en una nave que si bien está dotada de todo lo necesario para navegar no sabe a qué puerto dirigir su proa, es necesario que a las sugerencias de la política misma acerca de lo que puede hacer, la conciencia moral agregue lo que se debe hacer: el bien de la Patria.

                 Esta lección también está en Machiavelli!

                  Muchas gracias.