En  esa gran novela porteña que es Adán Buenos Ayres, ángeles y demonios combaten por el alma del poeta y esta historia es una fuerte imagen del actual tironeo que amenaza descoyuntar el entramado de nuestra sociedad.

Desde siempre se ha identificado a los demonios con fuerzas provenientes del inframundo, brotando desde lo pasional, el socavón  de las emociones.

Sobre los ángeles tal vez no haya mejor síntesis que la respuesta de Caín a la pregunta de Yaveh sobre el destino de Abel: “¿acaso soy yo custodio de mi hermano? .Ha sido notado que la evidencia de su crimen no fue castigada con pena de muerte, sino de apartamiento para él y su estirpe.

Queda, como resultado  del relato, que cabe a cada uno el papel custodio de quien está a su lado, por una fraternidad inescindible. Y este rol custodio configura  la función angélica de cada uno en el tejido  solidario de las sociedades, los padres con los hijos, éstos entre sí y para con sus progenitores.

Cupo a ese gran novelista del siglo XIX que fue Robert Louis Stevenson enseñar en el “Extraño caso del Dr.Jekyll y Mr.Hyde” que en cada ser humano anidan tanto la persona capaz de rectitud y sabiduría como la bestia feroz para quien la peor maldad resulta posible.

Los custodios de la República, que llamaremos, por hoy, igualdad, libertad y fraternidad -aunque a su amparo se cometieron terribles crímenes -nos convocan a actuar según razón y justicia, buscando que el  bien común de la convivencia en concordia se apoye en una pareja distribución de premios  y responsabilidades.

Los demonios pasionales del individualismo, el autoritarismo, el patoterismo y la irresponsabilidad generan desunión y discordia a través del engaño de que se puede vivir sin asumir cada uno su cuota de cargas, de que todo  derecho debe ceder ante el capricho y el deseo insolidario. Y estos demonios que andan sueltos, si bien anidan en pocos, demuestran gran capacidad de daño.

Esta reflexión no busca demonizar personas sino actitudes y consignas, pues, ya he recordado que en el hombre violento de hoy puede a la vez encontrarse el ciudadano responsable de ayer, y, por qué no, el de mañana.

Se requiere, eso sí, exorcizar y recluir al inframundo de donde provienen, a esas fuerzas cuando desbordan, y esta tarea cabe a los   custodios del bien general, a cada ciudadano que supere la tentación del enojo inútil, y asuma su rol de partícipe del liderazgo de las buenas causas, tomando la bandera del trabajo, al modo de los héroes fundadores, superando los escollos y penurias actuales, único modo de devolver a esta patria su antiguo esplendor.