EL BENEFICIO DE UTILIZAR CONDUCTAS CIVILIZADAS

 

Por Antonio Las Heras

 

Desde hace algunos años, y de ninguna manera sólo en la Argentina, nos hemos encontrado obligados a ser testigos de cómo cantidad de personas que, por ocupar lugares destacados en la política, el periodismo y los medios de difusión masiva, debieran ser ejemplo permanente de conductas civilizadas tendientes a la búsqueda de consensos en la diversidad de ideas y opiniones así como cultores habituales de la conversación serena y esclarecedora; en lugar de ello compiten en exhibir sus mayores destrezas de violencia tanto como desconsiderados modales. Es así que los programas de televisión de mayor audiencia son aquellos en los que quienes participan – salvo  raras excepciones – ponen su mayor esmero por no dejar terminar de hablar al otro, interrumpirlo cuántas veces fuere y levantar la voz para impedir la audición ajena. Parece que nunca les fue comunicado aquel sabio refrán oriental que afirma: “Refuerza los fundamentos de tus ideas y no el tono de tus palabras.”

Haber convertido el ejercicio de la violencia – o lo que es lo mismo la intolerancia hacia el otro – en forma habitual de vida conlleva, necesariamente, la producción de ingratas situaciones psicosociales. Cada quien empieza a percibir que lo único que interesa – y de lo que debe ocuparse – es su situación personal, generando un individualismo ajeno a toda forma de crecimiento y progreso como nación. Corresponde destacar – llegado este punto – que ciertas maneras de autovictimizarse también son maneras de agresión al prójimo. Tanto como la negación de la realidad, el empecinamiento en mentir y la creación de un relato sobre acontecimientos que en nada se ajusta a las pruebas tangibles.

Hemos conmemorado hace sólo semanas el Bicentenario de la Independencia. Empero el ejercicio concreto de dicha Independencia requiere como condición necesaria – tal como lo hicieron los prohombres que dieron vida a la Nación Argentina – la creación de un proyecto de corto, mediano y largo plazo con la mirada puesta sobre todo en el horizonte que transitarán nuestros descendientes y enviar a un segundo plano nuestros actuales intereses personales. Dedicar tiempo, esfuerzo y perseverancia a la creación de dicho proyecto bien podría ser un asunto aglutinador para nosotros, los argentinos. Dejar de una buena vez la coyuntura para pensar – profundo – en construir los cimientos de la Argentina por venir. Consideramos importante, esencial y trascendente trabajar en ello. Claro que – a nuestro parecer – requiere de cierta herramientas imprescindibles: el regreso a los valores, la superación de la idea de que lo único necesario es lo material y volver a atender los aspectos espirituales sin los cuales la persona humana extravía el rumbo en la creencia que su vida es sólo el resultado de un conjunto de reacciones físico químicas.

No hay ningún Destino prefijado. De nosotros mismos – los argentinos – depende lo que nos permitamos erigir para beneficio de los futuros habitantes del suelo patrio que, por lo demás, es el que pisarán nuestros descendientes.