Si la definición de la democracia es sistema que consagra el gobierno del pueblo, por el y para el pueblo.

Y nuestra historia certifica que en el sistema republicano, representativo y federal, consagrado por la Constitución, en nuestros dias, el reclamo de su vigencia requiere hoy de la ciudadanía entera una serena reflexión sobre la realidad de la crisis que nos agobia y preocupa.

Y por eso, creo que a esta preocupación debemos  sustraerla del facilismo de la queja vociferante y las consignas de las manifestaciones públicas, tanto autoconvocadas o interesadamente manipuladas, reclamando justicia, república y constitución.

Tenemos que ocuparnos cada cual y la sociedad entera en su conjunto de los caminos que nos lleven, desde nuestra crisis de decadencia, lo repito, espero no terminal, hacia la construcción responsable de una democracia de inédita calidad y fortaleza institucional que permita no repetir los fracasos de la nuestra y de varias de las anteriores generaciones, y, por sobre todo, de las crisis que cíclicamente nos hicieron derivar hacia la peligrosidad de abismos de caos y violencia, que, por experiencia y lógico sentido común, ningún argentino de bien quiere volver a sufrir y experimentar.

Y el camino propuesto me parece que comienza por nuestra educación civica sobre el concepto de representatividad.

Porque, en lo fundamental del equilibrio entre lo incontestable de los derechos y la contraparte de la responsabilidad en el cumplimiento de las obligaciones, empiezo por afirmar mi derecho a ser representado para legislar en mi nombre sobre mis derechos, obligaciones, bienes, impuestos, y hasta sobre mi libertad por personas de probada calidad y trayectoria publica y privada, conocida especifica e individualmente en cada uno de los candidatos que pretendan les otorgue mi poder ilimitado, general y amplio, de administración y disposición, para que ocupen una banca en un Congreso, solido en calidad y decisiones, superador de grietas y anomias, y verdaderamente democrático y republicano.

Y a ello opongo mi desafío ciudadano a todos y cada uno de los partidos políticos, y eventuales coaliciones, independientemente de sus ideologías, al reconocer que la Constitución les otorga el derecho para proponer en cada oportunidad de convocatoria a elecciones las distintas listas de candidatos, y exigirles la exegética obligación de presentar a quienes seleccionan en esas listas demostrando las trayectorias, méritos y calidad de conocimiento para asumir la representación fundamental a la que aspiran.

Saldremos así de nuestro fracaso como organización ciudadana de buscar solamente el entronque con quien resulte el cabeza de cada lista, presumiendo una identidad de conducta y garantía de vocación publica en el resto, y propiciando una permanente confusión entre el concepto institucional de un voto con una despreocupada e irresponsable apuesta a favor de desconocidos, cuya calidad y fortaleza de valores no solamente quedara desnudada en los temas y debates en los que intervengan, sino que, en ya desgraciadamente numerosas oportunidades, sorprendern a sus representados por cambios personales, en definitiva fraudulentos al poder que se les otorgo.

La ruta propuesta es a partir del logro de un Congreso serio y de calidad incontestable, que permita, en su solidez de representación ciudadana, un posible camino hacia una posterior reforma constitucional que permita la transición desde las permanentes crisis de nuestro sistema presidencialista a uno parlamentario basado en la división de los tres poderes del estado, y con la institución de un primer ministro, cuyas decisiones tengan el permanente control del Congreso.

República en serio para una Democracia de pantalones largos.

por José Maria De Lorenzis