Sed.
La sed me abrasa la garganta, como lenguas de fuego que acarician las paredes de mi interior. No tomé una buena cantidad de agua desde que entré a este lugar que no para de balancearse. Hace mucho tiempo no veo la luz del sol, excepto cuando los espíritus entran a llevarse a uno de nosotros o a traernos un recipiente con agua o lo que se supone que es comida. Pero mi sed y mi dolor valen la pena. Estoy cuidando de Imani, dándole la mitad de mis raciones de agua y alimento, quiero que se mantenga fuerte, porque ella es lo único que queda ya de nuestro hogar aparte de mí.
Pero yo no importo, estoy viejo y débil, no soy un cazador como era antes, ya incluso antes de que llegaran los espíritus a la aldea hace temporadas que no cazaba nada. Mis músculos no son lo que antaño fueron, y ya solamente me dedicaba a recolectar hierbas para nuestro jefe.
Todavía recuerdo cuando se aparecieron por primera vez. Entre todos los de la aldea, discutíamos sobre si atacarlos o no, ya que no portaban ninguna lanza. Pero nuestro jefe, joven e incompetente, se dejó disuadir por los regalos de los espíritus, que le entregaron ofrendas y abalorios de todo tipo. El jefe se hizo demasiado cercano a los espíritus, hasta que tuvo que negarles algo. Cuando esto finalmente pasó, ellos nos empezaron a gritar y a mostrar símbolos extraños que desconocíamos, hasta llegaron al extremo de golpear a nuestro jefe. Los cazadores acudieron a defenderlo, pero increíblemente, estos hombres, capaces de pelear con las más feroces fieras, cayeron en un instante gracias a la magia de los espíritus. Yo, completamente superado por mi miedo, me escondí cuando los demás fueron a luchar. Haber hecho eso, me duele más que mis heridas, y me abrasa más que la sed que ahora siento.
Yo debí morir ahí. Pero por mi cobardía, los dioses me dejaron a la merced de los espíritus los cuáles me arrastraron, junto con los pobres supervivientes, al infierno en el que ahora me encuentro.
No recuerdo mucho del tiempo que transcurrió hasta que llegue a este lugar oscuro y húmedo, más que los golpes que cada tanto me daban los espíritus.
Al comienzo, me desespere al no poder comunicarme con nadie. Todas estas personas hablaban lenguas que yo no comprendía, y entre mis gritos y mis conversaciones conmigo mismo me encontré con Imani. Una niña que no debe pasar de los 10 o 9 años, que de alguna manera sobrevivió el camino hasta este lugar. Ella es la única que habla mi lengua, y quise saber que había sido del resto, o de sus padres, pero ella no contesto nunca ninguna pregunta acerca de ese tema. Dice no recordar que fue lo que sucedió, no me extraña, teniendo en cuenta lo que sucedió allí. Yo también elegiría olvidar, si pudiese.
Así que, siendo nosotros dos los últimos que quedamos, me decidí por cuidar de ella, que le queda más tiempo en este mundo que a mí.
Para curar sus dolores, le recité las oraciones para liberarla de los malos espíritus, para curar sus miedos, le conté historias de nuestros ancestros y de los dioses, para curar su hambre y su sed, le di comida y agua, para curar su frio, le di las únicas pieles que cargaba conmigo.
Las historias de mis viejos tiempos de cacería eran sus favoritas, cuando le contaba, podía vislumbrar gracias a la poca luz que hay aquí, como sus ojos negros como el manto de la noche se abrían con asombro al yo describirle a las bestias que alguna vez combatí en mi juventud.
En varias ocasiones tuve que defenderla de los hombres que estaban con nosotros, y tuve que esconderla de los espíritus cuando entraban a repartir el agua y la comida, ya que acostumbraban a golpear a alguno de nosotros con unas serpientes que hacían ruidos extraños al moverse y picar.
No fue hasta hace un tiempo que mi condición comenzó a empeorar, me empecé a sentir más débil, el hambre y la sed me dificultan el pensar correctamente y el frío no me deja dormir, y ya lo sé. Sé lo que va a pasar, estoy seguro de que los espíritus me van a llevar como al resto de hombres y mujeres que ya se llevaron, la noche se aproxima para mí. Es por eso que tengo que cuidar a Imani con las últimas fuerzas que me quedan, y enseñarle todo lo que se sobre nuestro pueblo. Para que las tradiciones, y los espíritus de nuestros ancestros vivan en ella, y no mueran conmigo, un simple cobarde indigno, que no pudo defender a su pueblo.
Durante días me dediqué exclusivamente a hablarle a Imani sobre nuestras tradiciones, y el porqué es importante honrar a nuestros dioses y purificarnos. La importancia del sol y la luna, y de que nunca tiene que tener miedo a nada, ya que todos nuestros ancestros siempre la van a acompañar y cuidar cuando lo necesite, que ella solo tendrá que concentrarse para poder escucharlos. Le expliqué todo lo que pude, y ella, aprendió muy bien. Hoy, enfermo y en mi lecho de muerte, confío en que ella va a cuidar de nosotros. Escucho a los espíritus, algo está cambiando, este lugar se balancea cada vez menos, y las voces arriba están más agitadas. Se escuchan pasos constantemente.
Imani sostiene mi mano mientras me observa. Por el reflejo, me doy cuenta que está llorando, yo le recuerdo lo que le enseñé, ella nunca va a estar sola si lo tiene presente, si nos tiene presente.
Mi visión se oscurece cada vez más.
Ya es hora de partir. De que nuestros caminos se separen. Es hora de que me reúna con los dioses y me juzguen por mi cobardía, pero yo ya no importo, ahora todo recae en ella.
Mientras ella viva, ninguno de nosotros va a morir.
por Juan Cruz Bello