En 1914 los Borges -el poeta, sus padres, su abuela Frances y Norah, su hermana- viajaron a Europa. Su progenitor, quería consultar en Suiza a un prestigioso oftalmólogo sobre su progresiva ceguera hereditaria. La Gran Guerra les dificultó el retorno por lo que permanecieron en Ginebra hasta 1918, donde Jorge Luis cursó sus estudios secundarios en el prestigioso liceo Jean Calvin fundado en el siglo XVI por el teólogo protestante del mismo nombre. En tal colegio apreció las bonanzas del plurilingüismo y de la diversidad cultural los que contribuyeron a su apertura a lo universal sin por ello dejar de recordar la ciudad que lo vio nacer. Los Borges regresaron al país en 1921 y el joven poeta, deslumbrado por su ciudad, idealizó y mitificó los barrios porteños del sur, de soleadas casas bajas, en Fervor de Buenos Aires, su notable poemario del ’23.

De la vida de los helvecios, Borges, con mirada idealizada, solía ponderar entre otros aspectos su orden, democracia y silencio, tres cuestiones clave conectadas entre sí.

Sobre el orden recordaba que allí todo funcionaba con precisión de relojería sin que se advirtiera la mano de quien operaba la maquinara del gobierno. Lo fundaba en el respeto frente a las leyes y en una continuidad de políticas que trascendían los gobiernos, ya que eran políticas de Estado. Entre nosotros parece suceder a la inversa: un gobierno deshace lo hecho por el anterior por lo que siempre estamos recomenzando. Una costumbre malsana que nos afecta desde hace décadas y que nos impide crecer. ¿Egoísmo, inmadurez, deshonestidad, deseo malsano de retener el poder? Esta improvisación, sin que nos demos cuenta, va dañando en silencio los pilares de la Nación. Los ejemplos son muchos, cito uno al azar. El presidente Alfonsín, en 1986, destacó la necesidad de “crecer hacia el sur, hacia el mar, hacia el frío”, por lo que, mediante el Proyecto Patagonia, impulsó el traslado de la capital, establecido luego por Ley, la 23.512. Ese traslado parecía una decisión sin retorno; sin embargo, poco después, el presidente Menem congeló esa tentativa. Brasil, en cambio, por razones geopolíticas decidió trasladar su capital y ese propósito fue respetado a rajatabla. Brasilia, obra del urbanista Lúcio Costa y del arquitecto Oscar Niemeyer, testimonia esa firme decisión de Estado. No viene a mal recordar que Argentina, a fines del siglo XIX, encaró también una obra ciclópea como lo fue en 1882 la fundación de la ciudad de La Plata, circunstancia recientemente evocada en una obra clave de Hugo Alconada Mon (La ciudad de las ranas), llevando a buen fin el propósito de su fundador: Dardo Rocha. El cambio de timón en medio de una navegación, en el orden que fuere, afecta las instituciones y, en ocasiones, pone en riesgo la salud de la Nación.

El equilibrio y continuidad de la democracia suiza contrastan con cierta anarquía de la nuestra al punto de provocar ingentes devaluaciones e indeseables golpes de estado. Se me objetará que la democracia suiza tiene como respaldo una sólida economía, sí, pero cuando los Borges estuvieron en Ginebra nuestra moneda valía lo que el franco suizo y su democracia no se interrumpió con gobiernos de facto. La democracia es la más ecuánime de las formas de gobierno ya que su fundamento es la isonomía ,‘igualdad ante la ley’; es preciso preservarla evitando que se desvirtúe en demagogia, forma espuria advertida por Platón en su República. La democracia es un baluarte frente al poder hegemónico, un muro de contención. Por la índole de su naturaleza integrativa admite el disenso, la controversia, la pluralidad de opiniones ya que es menester escuchar la voz de las minorías a la hora de la toma de decisiones. La República no debe ser entendida como patrimonio del gobierno de turno, sino de todos sus ciudadanos.

En cuanto al silencio he podido comprobar que la vida política suiza funciona como en sordina, casi sin que se escuchen las voces de quienes ejercen transitoriamente el poder. Se trabaja con discreto silencio al extremo de que el hombre de la calle muchas veces ignora quiénes son sus gobernantes, pero no desconoce ni las obligaciones ni los derechos que como ciudadano le conciernen. Inversamente sucede entre nosotros: nuestra vida política transcurre con estrépitos y voces altisonantes. Escuchamos a diario declaraciones y proclamas grandilocuentes, muchas veces desaforadas y hasta intimidatorias. Los funcionarios se esfuerzan por mostrar lo que hacen y por ocupar siempre las primeras filas y, de ser posible, acompañados con bombos, clac y todo tipo de parafernalia que aprueben sus actos. No hablemos de fotos expuestas con finalidades políticas y numerosos viajes al exterior de sus funcionarios que viajan continuamente acompañados siempre de un sinnúmero de asesores, erogación inmensa que debilita las arcas casi exhaustas de nuestro país, en muchos casos ignorando a las legaciones diplomáticas que poseemos en los diferentes países. Deberían tener cierto recato y, en ocasiones, guardar silencio: el pudor es una virtud.

Es saludable el interés por la política, pero son malsanas ciertas prácticas en el ejercicio de este arte, así denostar al adversario considerándolo un enemigo o valerse de medios innobles para descalificarlo, por ejemplo, desacreditar al mensajero. También sería razonable morigerar los gastos desmedidos en las campañas electorales. ¿Cuánto cuesta la ingente propaganda? ¿De dónde procede el dinero? Una variante triste de esta desmesura donde todo vale la viví hace cierto tiempo en nuestra ciudad, en la esquina de Santa Fe y Libertad en pleno día. Un joven llevaba muchos rollos de afiches de propaganda política que debía pegar; en sentido contrario se desplazaba un cartonero con su carrito. Aquel dijo al que recogía papeles: “tomá, aquí tenés muchos kilos y de paso me aliviás el laburo de pegarlos”. Y para mi asombro le dio rollos y rollos que debería haber pegado. ¿Deslealtad, “avivada criolla”, hastío frente a una politización desaforada, desengaño?

Faltan moderación, prudencia, conciencia de que el gobierno no es el Estado. Los gobiernos se suceden necesariamente en el tiempo al igual que las estaciones del año; el Estado, en cambio, debe mantener una continuidad armoniosa y equilibrada para bien de todos.

Vuelvo a Borges y a su visión sublimada del orden, la democracia y el silencio que percibió en la Suiza de sus años juveniles aun cuando, sobre esa panacea, no omito referir que los seres humanos tenemos tendencia a idealizar el pasado. Esas razones explican por qué, pese a su amor por Buenos Aires y contradiciendo lo que expresara en su poema juvenil “La Recoleta” -“Estas cosas pensé en la Recoleta / en el lugar de mi ceniza”-, con el tiempo mudó de parecer al expresar su deseo de ser enterrado en Ginebra. En su Atlas (Buenos Aires, Sudamericana, 1984, p. 38) leemos: “Sé que volveré siempre a Ginebra, quizá después de la muerte del cuerpo” (atendamos a que los seres humanos mudamos de parecer con los años y según las circunstancias de la vida), y fue en Ginebra donde lo sorprendió la muerte. Siguiendo su voluntad fue sepultado en el selecto Cimitière des Rois o de Plainpalais de esa ciudad. Su tumba -una sobria lápida con una imagen e inscripción algo enigmática diseñada por María Kodama- está a pocos metros de la de su admirado Calvino; no lejos, la de otro ilustre: Alberto Ginastera.

Colofón: Cortázar pidió ser enterrado en París en el cementerio de Montparnasse; sus restos descansan allí junto a la tumba de su amada Carol Dunlop. Sobre el tópico de los destierros, recuerdo haber leído en los periódicos una declaración del artista plástico Antonio Seguí quien, radicado en París desde hacía unas cinco décadas, falleció en esa ciudad en febrero de este año.  “Pensé que iba a volver a la Argentina -declaró el artista-, pero me desilusioné mucho”; fundamenta esa resolución debido al maltrato que él y su obra recibieron en nuestro país. Algo semejante ocurrió con el destacado pintor Emilio Pettoruti quien dejó Argentina para radicarse en el Viejo Mundo hasta que la muerte lo sorprendió en París en 1971; idéntico es el caso del artista plástico Luis Tomasello -platense también como Pettoruti-  residente en la capital francesa desde 1957 y fallecido en ella en enero de 2014. Duele, preocupa y obliga a reflexionar por qué un país hospitalario que siempre recibió oleadas de migrantes y exiliados, hoy es sentido por algunas celebridades como tierra de expulsión Son muchos los jóvenes que en la actualidad emigran buscando nuevos horizontes dado que Argentina parece haberse convertido en una tierra sin esperanza: de tierra de promisión -como con razón solía llamársela- a tierra de expulsión (duele escribir esta palabra). Es imperioso tomar medidas de fondo, fundadas en sólidas políticas de Estado, capaces de revertir esa circunstancia aciaga.

por Hugo Francisco Bauzá*

 H. F. Bauzá es Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Paris IV (Sorbonne). Ha sido en dos ocasiones Presidente de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires.